EL JAQUE ANTES DEL JAQUE MATE
Carla
Llegamos a casa agotados. Cami no quiso ir al hospital, no la presionamos, simplemente volvimos a casa. Supuestamente ella estaba bien, aunque probablemente quede un moretón demasiado visible y que duela con tan solo verlo. Pero fue su decisión. Cancelamos las últimas canciones del bar sin que ella se enterara así podíamos traerla, le contamos el motivo al dueño y dijo que no había problema, que la presentación de los chicos le había encantado, que estaba dispuesto a volver a recibirlos en cuanto las cosas mejoren.
Leo se quedó curando el ojo de Cami mientras con Miguel los dejamos solos, fuimos a su cuarto.
—Fue una locura.—Suspira con las manos en los bolsillos.
Yo no respondí. Lo miré. Su pelo algo desordenado, los ojos cargados de todo lo que no habíamos dicho, porque nunca hablamos de nosotros. Estábamos solos en su cuarto, y sin embargo, parecía que había mil personas más mirándonos, empujándonos a decir algo. A hacer algo.
—¿Qué mirás?—Pregunta, ladeando la cabeza, con una media sonrisa de suficiencia.
—Nada.—Me encogí de hombros.
—¿Nada?
—No te agrandes.
Él dio un paso hacia mí, desafiante. Esa sonrisa suya me sacaba de quicio.
—¿Y si me agrando qué? ¿Vas a pegarme? No me sorprendería.
Rodé los ojos.
—Sos insoportable.
—¿Y vos? Vos sos una tormenta.
—¿Una tormenta?
—Sí.—Dijo, y dio otro paso más, hasta estar apenas a unos centímetros—. De esas que llegan sin aviso y lo arrasan todo. Hasta mis defensas.
Me reí por lo bajo, nerviosa. Sentí cómo mi corazón me golpeaba el pecho con más fuerza de la necesaria, como si quisiera recordarme que él era la razón por la que estaba latiendo.
—No te acerques.—Mi voz tembló.
—¿Por qué? ¿Te molesta?
—Me molesta todo de vos.—Le dije, y lo empujé por el pecho. No fuerte. Lo suficiente para que reaccionara.
—¿Todo?—Repitió con la mirada directo en la mía—. Mentira.
En vez de empujarme, tironeó de mí para acercarme más a él, suave, como si estuviéramos jugando. Como si fuera un imán.
—Sos tan… tan arrogante.—Le dije, empujándolo otra vez. Pero él me agarró las muñecas, otra vez.
—Y vos tan difícil.—Murmuró.
Sentí el calor de sus manos en mi piel, y no me solté. Él tampoco. Nos miramos. Silencio. Y de repente, como si algo invisible nos arrastrara, empezamos a forcejear, riéndonos por lo bajo, como dos adolescentes sin saber si pelean o se provocan. Un tropiezo. Una mala jugada. Caímos sobre la cama.
Él arriba mío. Yo boca arriba. Su cuerpo sostenido con los brazos, sin dejar que su peso cayera sobre mí, pero lo suficiente como para que su respiración me rozara la mejilla. Mi risa se apagó al instante.
Y entonces, todo el ruido desapareció.
El mundo se detuvo ahí: entre las sábanas revueltas, el pulso desbocado, y sus ojos oscuros clavados en los míos.
—¿Seguís enojada conmigo? Ni siquiera vos sabés por qué me odiás tanto.—Susurró, tan cerca que podía contar las pestañas de sus ojos.
—Muchísimo. Te odio muchísimo.—Mentí. Mi voz salió más baja de lo que esperaba.
Él bajó un poco más, su nariz rozó la mía.
—¿Y si me quedo así… un rato?
No respondí. No podía. Si abría la boca, lo besaba. Si decía que sí, me entregaba.
Así que no dije nada. Solo lo miré.
Él entendió. Lo vi en sus ojos. Esa decisión contenida. Esa chispa que se encendía y que sabíamos que iba a consumirnos tarde o temprano.
Pero no se movió. No todavía.
—Carla—susurró, y fue como si dijera mi nombre por primera vez. Como si lo dibujara en el aire.
Y entonces bajó apenas un poco más. No llegó a besarme. Solo apoyó su frente en la mía. Y ahí, tan cerca, los dos respirando el mismo aire, lo sentí: ese momento que no se nombra, que no se rompe. Esa línea tan fina entre la locura y el amor.
Era tan fuerte la manera en la que mi pecho latía que no lo resistí y lo empujé provocando que cayera al suelo. Yo seguía boca arriba y notaba como mi pecho subía y bajaba con fuerza.
Salté de la cama y salí del cuarto sin decirle nada. Huí, como una cobarde.
Llegué al living donde Cami estaba sola, y antes de hacerle ver mi presencia, agarré a Miguel del brazo.
—Dejame hablar con ella.—Le susurré y él asintió. Lo miré—. Te digo de verdad, Miguel, no quiero que andes escuchando, es una conversación privada.
—Yo no soy metido, no soy igual a Leo.—Susurra. Lo fulminé con la mirada y fui hacia donde estaba Cami.
Me senté a su lado y entrelacé mis dedos.
—¿Cómo te sentís?—Pregunté y ella asiente. Todavía no me miraba, su mirada estaba en el suelo.
Camila siempre me preocupa. No por el silencio que hay a su alrededor, sino porque aunque no diga nada, hay veces que no quiere expresarse con lenguas de señas o mediante su cuaderno. Que por cierto, estaba cerrado en la mesita de café. No me molesta su silencio, es más, yo la conocí en él, lo que no sé manejar es la situación en la que ella me pone. Lo único que hace es asentir o negar. Tengo que hacer preguntas como si estuviésemos jugando al verdadero o falso para entenderla.
—¿Te duele mucho?—Señalé su ojo y ella niega.
Me quedé viendo su perfil mientras mordía el interior de mi cachete. De verdad que esta situación me supera, no tengo idea de cómo hacer que ella me cuente lo que está sintiendo. Dirigí mi vista hasta su cuello, porque ella en ese momento había acomodado su pelo y entonces me acordé de lo que había visto el día en el que los chicos estuvieron en el hospital. Apreté los labios hacia adentro antes de acercarme.
Corrí su pelo y el cuello del vestido, cuando ella se dio cuenta de mis intenciones, sacó mis manos y volvió a cubrirse.
Lo pude ver. Era un moretón en el pecho izquierdo casi a la altura del cuello. Ese moretón...
Necesitaba verlo de nuevo y comprobar algo.
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Editado: 19.07.2025