Amo y mil Canciones

21

LO QUE NO SUPIMOS VER

Carla
9 de mayo - el sacrificio de la reina

Habíamos llegado hace una hora a casa. Con Leo estábamos en el patio-jardín hablando de cosas triviales, hasta que yo lancé algo para ponerlo nervioso.

—¿Qué pasó anoche?—Él me mira de repente, y se levanta de la silla, como si hubiese dado en el blanco.

—¿Por qué? ¿Qué pasó anoche?—Repite nervioso.

—No quise decir nada para no avergonzarte..., pero vos estabas sonrojado y nervioso cuando saludé para irme a dormir.—Lo señalo con escepticismo.

—Anoche...—Se rasca la nuca.

Ponerlo nervioso es de mis cosas favoritas, porque se sonroja todavía más y se ve como un nene chiquito que atraparon con las manos en la masa.

—Pasó algo, ¿no?—Entrecierro los ojos como si tratara de leerlo.

—Pasó... Sí, pasó algo.

Bingo. Lo sabía. Palmeé su pierna para que empezara a hablar.

—Anoche... Ella... me besó.—Tapé mi boca con sorpresa.

—¡Lo sabía! ¡Perdón! ¿Interrumpí mucho?—Él negó.

—No... Pero me di cuenta de que ella, siente lo mismo.—No lo resistí y golpeé su nuca. Vuelve a levantarse de la silla y yo igual.

—Claro, ni que fuera obvio.—Respondí irónica.

—¿Por qué sos así de violenta?—Se queja con dramatismo mientras se soba la nuca.

—Está bien que yo me di cuenta ayer, pero vos sos hombre, sos inútil en este aspecto.—Se toca el pecho ofendido.

—¿Por qué tenés tanto desprecio hacia nuestra raza?

Lo miré directo a los ojos antes de estallar a carcajadas.

—¿Raza?—Repetí como si fuera chiste—. Género en todo caso.

—Lo que sea.—Dijo. Seguía ofendido, y yo estaba muriendo de la risa. Puse mi mano en su pecho mientras seguía riendo.

Él me miró con el ceño fruncido, como si intentara entender el motivo de mi risa.

—Mala.—Al ver su comportamiento de nene chiquito me daba más risa todavía, y cada vez entendía más el por qué le gustaba a Cami.

Seguía riendo hasta que logré su risa también. La puerta principal se abrió y se cerró de golpe, Leo y yo nos miramos, seguía con mi mano cerrada en su pecho. Cuando vi a Miguel acompañado de Roque, señalé a este último.

—¿Estás seguro, Roque?

—Te aseguro que sí.

—¿Usted no debería de estar tomando un café con mi amiga?—Ellos al fin notaron nuestra presencia.

Como siempre, Miguel no responde, pero Roque sí lo hizo.

—Estuve esperándola una hora. Primero pensé que se había retrasado porque quería cambiarse el uniforme.—Negué.

—No, no se cambió porque temía que si llegaba a casa llegaría tarde a verte. Estaba emocionada.—Respondí.

—Y después de esperar una hora, supe que no iba a venir, por lo que la llamé, pero no respondió. Después lo llamé a Miguel, y la estamos buscando.—Me giré a este último.

—¿No pensabas avisarnos?

Él seguía buscando otra cosa, y pensando con balbuceos.

—El teléfono.—Fue lo único que le entendí—. Mi teléfono, ¡¿dónde está mi teléfono?!—Gritó desesperado.

Hasta yo me había asustado, tapé mi boca con mis manos y miré a Leo, él también pareció sobresaltarse. Incluso llegó la abuela alarmada.

—¿Qué pasa?

—Abuela, ¿viste mi teléfono?—Ella niega.

—Miguel, calmate, decinos qué está pasando, es tu momento de hablar.—Le digo.

—Leo, dame tu teléfono. ¡Dale, dámelo!—Él se lo saca del bolsillo y se lo tiende.

Estaba desesperado, nunca lo había visto así. Camila desapareció, y él sigue sin decir nada.

—Cami... Cami en cuanto escuches este mensaje llamame, o a Leo, por favor.

Cortó la llamada y le devolvió el teléfono al dueño.

—Acá está, lo dejaste en la cocina.—Vuelve la abuela con su celular y él lo prende con manos temblorosas y desesperadas.

Leyó algo, y dejó caer el teléfono al suelo. Fui y lo agarré antes de que él pueda hacerlo, leí el mensaje que le había mandado Cami a las 1.55pm. Eran las tres y media.

«No te preocupes Miguel, es mi turno de protegerlos, y te prometo, que esto se termina hoy».

Leo leyó el mensaje junto conmigo.

¿De qué estaba hablando? ¿Terminar? ¿Qué debía terminar?

Miguel iba a irse a un lugar, pero Leo lo frenó, su fuerza, su determinación para frenarlo, los ojos en llamas, nunca lo había visto así.

—No.—Dice tajante mientras lo deja apoyado contra la pared y lo agarra del pecho.

Fue tan brusco que incluso la abuela y yo nos sobresaltamos.

—Se terminó el juego de los secretos. Se terminó, Miguel. ¿Me escuchaste? Siempre preferí callarme y hacerme el idiota para no pelear con vos, pero eso ya se terminó.—Declaró.

—Dejame, Leo.—Intenta deshacerse del agarre de su amigo, pero no pudo. Ahí me di cuenta de que Leo halaba muy en serio.

—No. Soporté que me des la espalda, que me ignores cuando te pregunto qué te pasa, pero ya no. Te conviene decirnos, o te prometo..., te prometo que vas a conocer mi lado violento.—Le ordenó.

—No estoy jugando, Leo.—Advierte Miguel.

—Yo menos.—Le responde Leo.

—Esto es peligroso, si no me voy ahora..., ella la va a pasar mal.

—Con más razón.—Intervine, me crucé de brazos—. Si es de vida o muerte, te conviene empezar a hablar.

Miguel me mira sin pestañear, pero veo sus labios temblando, quería derrumbarse, pero se contenía y se negaba a hacerlo. Provoca que Leo lo suelte de manera brusca, y esta vez se dejó caer al suelo, se tapó la cara con las manos, y empezó a llorar.

—Le fallé.—Confiesa—. Le prometí que la iba a proteger y le fallé. No pude hacerlo, y ahora todo terminó.

Me puse de cuclillas frente a él y puse mi mano en su rodilla.

—Miguel.—Solté con suavidad. Él levanta la cabeza y yo seco sus lágrimas. Jamás había estado así con él, pero verlo en ese estado, derrumbaba todas mis defensas—. No tenés por qué hacer esto solo. Puede que sea peligroso, y está bien que quieras protegernos, pero somos una familia ahora, no tenés que pasar por esto solo. Vamos a salvarla, sea lo que sea que esté pasando, tenés que contarnos, aunque sea difícil de decir, o para nosotros, difícil de escuchar, tenemos que ser fuertes, no hay otra salida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.