BAJO LA LLUVIA
Cami
Mientras me sumergía en el agua sentí que estaba muriendo. No por el hecho de ahogarme, sino porque volvía a todo lo que pasó: veía la sombra de Carina fuera del agua, solo mirando como si todo estuviera bien. Cuando veía que yo no seguía luchando, hacía que Laureano me sacara, pero esta vez, otros brazos me sacaron de ahí. Me aferré a su cuello como si fuera el aire que había perdido. Otra vez él me salvaba. Mientras entrábamos a la casa yo seguía abrazándolo con fuerza y mis lágrimas se mezclaban con el agua de la piscina.
Trataba de decirle algo. Agradecerle. Pedirle perdón por haber provocado que termine empapado de los pies a la cabeza. Pero mis palabras no salían.
Cuando llegamos a mi cuarto él me dejó en el suelo y yo fui a buscar ropa a mi placard, todavía me quedaba algo, era la ropa de mi papá. Cuando él se iba por mucho tiempo y yo tenía miedo, solía sacar ropa de su armario para sentirlo más cerca. Fui al baño y me puse la remera que me quedaba como vestido y un pantalón que me cubría hasta los pies. Al salir Leo estaba terminando de prender la estufa, fue hasta mi tocador y agarró algodón con desmaquillante y empezó a limpiar mi cara. Al cerrar los ojos todo se sentía diferente, lo sentía mucho más cerca, más real, como si físicamente no estuviera, pero la diferencia es que estaba frente a mí, cuidándome con tanta dedicación y ternura que provocó que mi corazón doliera.
Lo siguiente que hizo fue obligarme a sentarme en la cama y empezó a secar mi pelo. Incluso a mi espalda podía sentir la atención que me prestaba, y aunque no sabía mucho, secó mi pelo como si estuviese acostumbrado a hacerlo.
En todo ese tiempo que estuvimos en la habitación no le hablé, simplemente me ahogaba con el nudo en la garganta y mis labios estaban temblando, en ese momento agradecí que él no pudiera verme.
—No pretendo que lo dejes todo por mi amor, no te digo que conmigo te va a ir mejor. Solo pido que no ignores a tu corazón, es el único que siempre tiene la razón.
No sabía si me cantaba a mí o a sí mismo, si era una confesión o un consuelo. Pero sus palabras me atravesaron como una promesa que no me estaba permitida.
¿Qué es lo que pretende? Trato de mantenerme en una postura firme y decidida, pero con él, sus insinuaciones y sus ojitos tan lindos... me hace morir lentamente. Entonces cometí uno de los peores errores—o tal vez uno de los actos más humanos— que pude haber cometido: me di la vuelta para mirarlo.
Él seguía ahí, como si nada se hubiera roto, como si no pudiera ver el caos dentro de mí. Pero sus ojos… sus ojos lo sabían todo.
Y cuando mis lágrimas empezaron a brotar, él fue más rápido que ellas. Las secó con la yema de sus dedos, como si pudiera impedir que el dolor siguiera cayendo.
Me acomodó un mechón detrás de la oreja con tanta suavidad que mi corazón se apretó. Después su mano subió con lentitud hasta mi cuello. No hubo palabras. Ni promesas. Solo un gesto que decía: estoy acá, aunque el mundo se desmorone.
Me acerqué como si me hundiera en un océano cálido, y nuestros labios se encontraron. Al principio, quietos, apenas rozándose, como si quisiéramos asegurarnos de que era real. Después, con una delicadeza que dolía, empezaron a moverse al mismo ritmo. Como si se conocieran desde siempre. Como si fueran dos melodías que por fin encontraban la misma canción.
Yo dejé que mis manos descansaran sobre sus piernas, con miedo, con temblor, con la necesidad de anclarme a algo. Él me besaba como si tuviera tiempo, como si entendiera que mis heridas no podían sanar con prisas.
Y mientras sus labios seguían abrazando los míos, mis lágrimas siguieron cayendo. No de dolor. O no solo de eso. Lloraba por todo lo que no podía decirle, por todo lo que no podía ofrecerle, por todo lo que nunca iba a saber.
Cuando el beso terminó, lo miré directo a los ojos. Quise decirle algo, cualquier cosa. Pero el silencio fue más fuerte.
Entonces me levanté y salí corriendo. No porque no lo quisiera. Sino porque lo quería demasiado.
Me encerré en el cuarto de Emma. No podía ir muy lejos ya que estaba descalza, y con la ropa de mi papá que me quedaba enorme. Le avisé a Carla que venga a buscarme sin que Leo se enterara donde estoy.
«Podés correr las veces que necesites. Podés esconderte, cerrar todas las puertas, quedarte en silencio o desaparecer por un rato. Pero aunque corras, yo voy a seguir en el mismo lugar, esperando a que vuelvas. El beso que nos dimos no fue un error, fue lo más sincero que nos pudimos haber dicho. No importa si vos ya no querés estar conmigo, yo voy a seguir eligiéndote siempre, porque no se trata de que vengas hacia mí, se trata de que cuando mires hacia atrás, me encuentres ahí, y que sepas que yo te estoy esperando. Y si no volvés, no importa, porque voy a quedarme con la certeza de que en tus labios, por un instante, habitó mi mundo entero».
Otra vez empecé a soltar lágrimas silenciosas pero muy potentes, y me dejé caer en la cama. No es culpa suya. Nada de esto. ¿Cómo le digo que es por su bien? Él tiene una vida por delante, puede decidir cuándo, cómo y con quién casarse y tener hijos, yo no. Y no pienso arrebatarle eso a él. Decidí tener a este bebé porque más allá de mi dolor, hay una vida inocente y pura, no pienso matarlo.
Carla entró y cerró la puerta detrás suyo, estaba agitada, ansiosa por saber qué es lo que había pasado. Sin embargo, yo no le dije nada, esta vez tampoco lloré en silencio, simplemente me desahogué y ella me consoló.
***
Sábado. Tenía que ir al obstetra y no sabía que ponerme, tampoco hacía tiempo a ir a mi casa por ropa, así que Emma me prestó algo suyo. Algo que sea cómodo para el momento en que el doctor me revise y tampoco muy apretado. Trabajo difícil.
#6083 en Novela romántica
#735 en Joven Adulto
dolor y tragedia, amor amistad drama y familia, musica romance juvenil primer amor
Editado: 17.08.2025