Los días transcurrían lentos para Jacinta quien se sentía cada vez más frustrada y angustiada. Conforme avanzaba el tiempo le costaba más adaptarse a su nueva vida, a esa vida del campesino que labra la tierra dando su esfuerzo al máximo para producir los frutos. Tenía que adaptarse a la vida sin la tecnología: sin la televisión a la que ella acostumbraba a ver todas las noches hasta quedarse dormida la mayoría de veces, o el microondas que mantenía la temperatura de su alimento cada vez que llegaba tarde a su casa y que en su nueva vida ni siquiera le era permitido salir. Ya no estaba su computadora donde aprovechaba para ver sus novelas a solas o realizar actividades propias de una adolescente. Extrañaba su celular, el fiel testigo de todos sus momentos y platicas con conocidos y extraños, el mejor medio de distracción que puede tener un adolescente en sus manos para ocupar su tiempo libre, los típicos "memes" que producen la sonrisa de grandes y chicos, hombres y mujeres y todos quienes se sienten identificados con ellos. En fin, le hacía falta su mundo y todos los artefactos, cosas y hasta personas propias de su época; ya que ni siquiera tenía luz en aquella casucha. El lugar en mención Se trataba de un sector rural, sin acceso a dichas comodidades ya que, en la época que se encontraba solamente en las grandes ciudades las podría encontrar.
Constantemente era golpeada por la anciana al no entender sus peticiones y mandatos; sus palabras vulgares le confundían por momentos, y cuando intentaba corregirla ella le miraba con incertidumbre y sorpresa, preguntándose ¿cómo es que aquella niña conocía esas palabras, manejaba un mejor vocabulario y tenía ideas tan diferentes a las suyas?
Discutían cada vez que se rehusaba a cumplir sus órdenes y mucho más cuando se trataba de sacrificar algún animal para alimentarse, pero aun así aprendió a cortar el cuello a las gallinas mientras lloraba. La técnica más rápida y fácil consistía en torcer el cuello del ave hacia atrás y deslizar el cuchillo con fuerza; logró incluso perfeccionar esta técnica. Por otra parte, tener que lidiar con el asco y la repugnancia que le provocaba convivir y peor aún dormir con el olor penetrante y nauseabundo que desprendían los cerdos a escasos metros de su habitación.
Jacinta era una chica rebelde, sobre todo con doña Teresa, más cuando ella la castigaba por razones que no lograba entender. La anciana era una mujer muy religiosa, vestía casi siempre de blanco, llevaba al menos unos 3 rosarios colgados de su cuello, su típico peinado eran las trenzas, las cuales mostraban la blancura de sus cabellos, y adornaba su casa con imágenes religiosas o crucifijos por todos lados.
Era muy común que siempre antes de lanzar improperios contra Jacinta mencionaba la palabra "Diosito" por ejemplo: "a Diosito no le gusta esto", o "Diosito te va a castigar por ser desobediente", "los padres deben azotar el espinazo de los hijos para educarlos porque así lo manda Diosito" justificando siempre sus actos, generalmente crueles, de la forma más religiosa posible.
Uno de esos días, tras las discusiones constantes entre ellas surgió un inconveniente que activó la rebeldía de la chica (un mecanismo de defensa) y cansada de la misma cantinela, Jacinta explotó en enojo y le respondió con burla y en tono grave.
— ¡Ya cállese maldita vieja! Dios no es quien me castiga, es usted y sus estúpidas creencias, si él no aprueba la desobediencia tampoco debería aprobar la maldad con la que usted me trata. Dios nos dio el libre albedrío y no tiene por qué castigar a nadie ni siquiera meter sus narices en lo que hagamos o dejemos de hacer.
La anciana se quedó estupefacta ante la respuesta de la chica, era la primera vez que su pequeña Jacinta le hablaba en ese tono o con esas palabras, palabras que se suponía la chica no las conocía; ¿de dónde las habría sacado? retrocedió temerosa, parecía asustada.
— ¡Santo Dios, el diablo se le ha metido a mi hijita! — gritó espantada, tapándose el rostro con las manos, entonces fue corriendo hasta su habitación, tomó un rosario y un frasco de agua (bendita) volvió a donde estaba y lanzó el agua contra la chica diciendo:
— ¡Sal de ahí Satanás, sal de ahí Satanás!
Jacinta se echó a reír a carcajadas a pesar de estar empapada de agua, su burla le llenaba de satisfacción, era la primera vez que su anciana le temía.
—Vieja ridícula— continuó diciendo y dirigiéndose a su habitación llena de valor pensó que había tomado el control de la situación puesto que la anciana no volvió a hablarle en lo que restaba del día. Convencida que desde ese momento no volvería a sufrir abusos por parte de la anciana. Tan asustada estaba doña Teresa que ni siquiera llegó a la cena, se pasó toda la tarde y noche encerrada en su cuarto de rodillas frente a las imágenes religiosas que tenía.
Jacinta llena de curiosidad se acercaba a la rendija de la puerta para ver lo que hacía su abuela, pero esta yacía inmóvil, de rodillas susurrando oraciones y plegarias apenas perceptibles. Cansada de presenciar esa escena opto por irse a la cama sin preocuparse por lo ocurrido aquel día.
A la mañana siguiente la chica se sintió extrañada al no ser despertada temprano con un golpe sobre sus piernas o tal vez con una cubeta de agua fría como era costumbre, salió lentamente de su habitación y no encontró a la anciana por ningún lado, solamente el gato que merodeaba por encima de su cobija al que de un solo golpe lo sacó de su vista.
—Quítate gato sucio ¿por qué no te vas a otro lado? no sé cómo puede esta mujer convivir con tanta suciedad y estos animales tan asquerosos— se expresó molesta mientras se levantaba soñolienta.
Pasados unos minutos miró a través de su ventana, pudo notar que se acercaban a casa un par de jinetes acompañados de la anciana.
— ¡No puede ser! ¿Ahora qué estará tramando esta vieja ridícula?— Se dijo así misma y llevada por la intriga y la curiosidad salió de su casa con valentía, ya que se sentía segura que hablando en ese tono con la anciana y renegando la religiosidad las cosas se resolverían a su favor, desde ahora ya no podría obligarla a hacer miles de cosas con tan inhumanos tratos ¡ya no más!
Editado: 19.10.2020