Alessandro
Han pasado varios minutos desde que hemos llegado, pero todavía no he podido bajar del vehículo ya que me encuentro muy nervioso y ansioso de verlos. Solo espero que me dejé hablar, aunque sé que no tengo derecho a pedirle nada después de todo lo que he provocado y la forma tan cruel que la he tratado.
Respiro para después tomar coraje y bajar del coche, todo se encuentra en total silencio poniéndome más nervioso, tal vez ni siquiera estén. Camino hasta la puerta con pasos lentos, siento un gran peso sobre mis hombros después de todo lo que he descubierto. Ni siquiera sé cómo me veo, pero como me imagino estoy todo menos presentable.
Cuando logro llegar a la puerta toco varias veces está, pero no sé oye nada, cuando vuelvo a golpear siento una presencia atrás por lo que me doy vuelta y la veo es... Isa, mi Belle. Me encuentro paralizado al verla, no sé ni que decir, solo puedo observarla, al hacerlo solo caigo más en el agujero que se abre paso bajo mis pies, ella se encuentra mucho más delgada que la última vez que la vi, sus ojos están completamente apagados, se encuentra pálida, tampoco parece haber dormido en días. Termine destruyendo a la mujer que amo, a esa que transmitía alegría con tan solo verla, a la que hice mujer, no es ni la sombra de mi Principessa, y me destroza saber que soy el responsable de que haya terminado así. Ambos nos miramos analizando los movimientos del otro, hasta que la veo que se recompone y camina hasta la puerta del departamento, cuando me doy cuenta de su intención, agarro su brazo con mi mano en un movimiento suave impidiendo que cierre la puerta, cuando lo hago siento esa corriente que siempre existió entre nosotros.
—Necesitamos hablar Isabelle —digo en apenas un susurro que no se si lo habrá escuchado.
—No tenemos nada de qué hablar tú mismo me lo dijiste el día que me echaste de tu oficina —me recuerda con dureza. La entiendo, me debe odiar por todo el sufrimiento que le he causado, pero debemos pensar en nuestros hijos —. Si solos vienes a burlarte o humillarme mejor vete —pide en un susurro, haciéndome tragar grueso por sus palabras que son como dagas para mí corazón, pero tiene razón me he cansado de humillarla, de pisotear su dignidad.
—No vengo a molestar solo necesito hablar contigo —digo sin soltarla aún, siento que si lo hago la perderé, ella gira su rostro para mirarme fijamente —. Lo sé todo —confieso y ella solo frunce su ceño confundida, siempre amé ese gesto, aunque ahora solo vea cansancio en su mirada.
—¿Qué es lo que sabes? —pregunta, mientras solo me dedico a observarla con melancolía y enojo porque nuestra relación haya terminado así.
—Se lo que mi madre te hizo... —digo haciendo que ella retroceda unos pasos hacia la casa, logrando soltarse de mi agarre —, nos hizo, me siento tan miserable por todo lo que ha sucedido y yo no lo pude evitar —hablo con enojo. Sé que eso no cambia nada porque he destruido nuestra confianza, y todo lo que nos costó lograr estar juntos para haber acabado en nada. Veo que mis palabras le han enojado por lo mismo intenta cerrar la puerta, pero le impido poniendo mi pie —. Sé que no merezco ni que me escuches, pero necesito ponerlos a salvo a ti y a mis hijos —trato de explicarme porque ahora lo que importa es que los tres estén a salvo.
—Son míos, tú los rechazaste así que ahora no vengas hacerte el padre dedicado porque no te queda Lombardi —advierte con notable enojo en su voz. Eso rompe más mi corazón, aun sabiendo que tiene razón —. Perdiste ese derecho cuando no me dejaste defenderme hace cinco años atrás, pero lo perdiste por completo cuando fui a tu oficina pidiéndote que me escucharás y solo me echaste —sigue hablando mientras siento mis ojos cristalizarse no sé qué hacer es mucho para procesar, y cuando intento buscar una solución no la encuentro.
—Tienes razón no merezco nada de ti ni de ellos. Son mucho para un miserable como yo, pero piensa en su seguridad, he comprobado que son peligrosos y no me perdonaría volverlo a joder con ustedes —digo mientras siento como las lágrimas contenidas bajan por mis mejillas, al mismo tiempo que las suyas.
—Créeme que se de lo que es capaz la maldita de tu madre y tú perfecto amigo. También me han dejado en claro que sí me acercaba a ti atentarían contra mis hijos así que te voy a pedir Lombardi que te vayas de mi casa y hagas como si no existiéramos — a lo que yo solo puedo negar —. Eso lo sabes hacer perfecto.
—Por favor, no me alejes de ustedes. Solo quiero protegerlos no volveré a molestarlos cuando me asegure que estarán bien y fuera de peligro —suplico mientras sigo llorando porque siento como lo que por años creí se derrumbó frente a mí, como pude ser tan idiota de dejarme engañar. Veo como Isabelle se acerca tambaleándose hasta apoyarse en el cuadro de la puerta, al ver ese movimiento, me acerco de inmediato preocupado pareciera que en cualquier momento se desmayará.
—¿Qué sucede Belle? ¿Por qué te has puesto tan pálida? —pregunto mientras le sujeto de la cintura con una mano para acariciar su rostro suavemente con mi mano libre, se ve extremadamente pálida, ella no responde solo me observa —. Estás muy delgada, ¿Acaso estás enferma? —vuelvo a preguntar con preocupación, si fuera así terminaría por romperme. Amo a esta mujer con cada fibra de mi cuerpo, si le sucediese algo a ella o a mis hijos no lo soportaría. Siento como pierde por completo la fuerza por lo que mis brazos la sostienen.
—Mi amor, ¿qué tienes? por favor Belle reacciona —digo con voz angustiada pero no responde se ha desmayado, la levanto en mis brazos como a una princesa, para llevarla asustado hasta el auto, e indicarle a Danilo que maneje hasta una clínica mientras yo tomo su pulso, este está muy débil cosa que me asusta más —. Vas a estar bien, amore mio —susurro con un nudo en mi garganta. Ahora que la tengo en mis brazos compruebo que está más delgada de lo que podría describir. Que se haya puesto así no me da buena espina, solo espero que sea por la impresión de haberme visto. No despegó en ningún momento mi vista de ella, pasan los minutos y solo se mantiene inconsciente, mi mano se posa en su rostro mientras la acaricio suavemente, al fin tengo a mi mujer conmigo, pero lo que también me confundió fue no haber visto a mis hijos.