Amor ciego, sordo y mudo

Capítulo 1

Con pasos lentos y pesados caminé por el puente de piedra, mi andar era pausado, y con cierto desgano, me sujetaba con suavidad a la ancha barandilla rocosa, no porque tuviera temor de tropezar con algo y caerme en el suelo, simplemente deseaba sentir la textura rocosa de esta con mi mano izquierda. Con la otra mano arrastraba mi bastón, según me habían comentado, este debería estar delante mío, indicando lo que hubiera enfrente de mí y haciendo más fácil lo que en el pasado era una tarea tan cotidiana como caminar, pero que después de “ese día” la palabra cotidiano había sido borrada de mi diccionario.

Había tenido un día bastante malo, y siendo honesto, un tropezón era el menor de mis problemas. Aunque últimamente solo había problemas en mi vida (si es que se le puede llamar vida a la mía)

En cuanto mi palma sintió la pequeña grieta en la barandilla supe que estaba a mitad de camino, había cruzado ese puente tantas veces desde que llegué, que podía saberlo.  Me quedé unos instantes con los brazos apoyados y esperé.

Uno a uno comencé a sentir los ruidos del lugar, el arroyo corriendo debajo mío, los árboles meciéndose por el viento y la brisa fresca que chocaba con mi rostro. Podía imaginar los peces nadando por las turbulentas aguas, saltando o asomándose a la superficie para atrapar algún insecto volador que pasara desprevenido. Otra ráfaga de viento meció los árboles y escuché lo que creí eran las hojas desprendiéndose de las ramas, quizás estas surcarían  los cielos hasta caer lentamente en la tierra, tal vez muy lejos de donde estaba, o quizás a escasos centímetros de aquí. No tenía forma de saberlo. Todo me lo imaginaba, todo lo que alguna vez había visto con indiferencia, sin importancia y con la inequívoca certeza de que volvería a verlo, hoy daría lo que fuera por poder verlo otra vez, alguna hoja surcando el viento, el agua correr por un arroyo. ¡Incluso ver una roca me produciría alegría! Poder ver cualquiera de esas cosas me haría esbozar una sonrisa, pero no. Solo oscuridad había ante mí. Una oscuridad eterna.

Luego de llenar mis pulmones con aire y descubrir que todavía me sentía igual, que no había sucedido ningún milagro y que la tiniebla, a la que estaba tan habituado, seguía presente a mi alrededor, proseguí mi camino lento y oscuro. 

Unos segundos después regresé mi cabeza hacia atrás y me planteé hacerlo, a menudo pensaba en ello cuando caminaba por ese lugar. Era un horario y un lugar poco concurrido, el puente estaba a unos metros de altura; debajo estaba el arroyo, con rocas de todos los tamaños tapadas por una fina capa de agua turbulenta. Solo había que pasar una barandilla de piedra de 1 metro, dar un paso y todo acabaría. Nadie se daría cuenta hasta que fuera tarde, no dolería y a nadie le importaría.

—Cobarde —me dije en voz baja, antes de reanudar mi camino.

Después de todo lo que había pasado, de todo lo que me habían dicho y de todas las cosas que había pensado, yo seguía sin poder tomar esa decisión. Estaba condenado a una vida de oscuridad, de sonidos que antes eran normales, pero que ahora eran mi único medio para distinguir el mundo que me rodeaba.

El camino pasó de baldosas de piedra a tierra, me alejaba del puente y de la idea que siempre aparecía en mi cabeza cuando lo cruzaba. Los caminos de tierra me obligaron a usar el bastón correctamente, tal vez no me importara una caída o un choque contra un árbol, pero eso no quería decir que quisiera hacerlo.

Mientras caminaba con pasos cuidadosos y firmes, recordé las palabras que mi doctor había dicho esa mañana.

—No parece haber mejoría todavía, podría ser permanente… pero no quiero adelantar conclusiones. Estos casos son muy impredecibles y… ¿Estás escuchándome Alex?

—Sí, es lo único que puedo hacer.

Sentí suspirar al hombre y con el sonido de sus pisadas acercándose a mí el doctor se sentó a mi lado en la camilla. Hubo un silencio de varios segundos hasta que, poniendo una mano en mi hombro a modo de consuelo, el hombre habló.

—Mira… he visto a muchos en tu situación, pero perder la vista no es el fin del mundo, aún estás vivo y puedes retomar tu vida. Solo debes esforzarte un poco más.

Sin responder a lo que me había dicho, me levanté de la camilla y dando unos pasos al frente me topé con una de las sillas del consultorio. Mi mano se deslizó por el respaldo de la silla hasta sujetar el bastón con firmeza, con este tantee el suelo hasta la salida del consultorio

El doctor permaneció al margen, y yo lo prefería así, ya antes había intentado ayudarme, pero en cada ocasión lo había rechazado; supongo que era incapaz de aceptar la lástima de las demás personas, incluso la de los profesionales que estaban destinados a “ayudarme”, pero que realmente no podían hacer más que esperar por un milagro. Milagro que yo había dejado de buscar.

—Te veré la semana que viene —agregó el doctor antes de que me marchara por completo de la habitación.

El recuerdo se interrumpió cuando sentí el camino de tierra volverse pavimento, había llegado al pueblo. El hospital estaba un poco alejado de este, más específicamente estaba sobre una pequeña colina. Para cualquiera, incluyéndome a mí, ese no parecía ser el mejor lugar para colocar un edificio tan importante como un hospital, pero a nadie parecía molestarle y siendo sincero, a mí solo me había tomado un par de recorridos aprender el camino del hospital a la residencia donde vivía. Y de hecho, había conseguido un atajo que me facilitaba mucho el trayecto.




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