Amor ciego, sordo y mudo

Capítulo 2

El sonido del timbre retumbó por todo el departamento, si bien este no era grande, mi falta de visión hacía que pareciera infinito. No saber dónde está cada cosa, cada mueble, cada objeto, me resultaba muy incómodo.

Abrí mis ojos y solo había oscuridad, los primeros días solía pensar que tenía los ojos cerrados o que las luces estaban apagadas, pero desde hacía ya un tiempo me había habituado a la oscuridad constante, solo mi oído y mi olfato eran capaces de brindarme información sobre el mundo exterior. En este caso, mis oídos escucharon el timbre de la entrada por segunda vez.

—¿Qué hora es? —me dije tanteando la mesada de al lado de mi cama.

Por lo general era el despertador de mi celular el que me levantaba a las 9:00 de la mañana, no solía recibir visitas, y la señora Liz sabía que hasta esa hora yo no estaría despierto. Por lo que o era algún asunto importante, o el aparato se había averiado. Encontré mi celular y efectivamente la alarma no había sonado.

La hora local es 9:33 AM.

—Maldito cacharro inservible —dije con frustración, mientras volvía a escuchar el timbre de la entrada.

Me incorporé y noté lo silenciosa que se encontraba mi habitación, no es que hubiera ruidos habitualmente, pero ese día se sentía aún más silenciosa de lo habitual. Excepto por el ruido del timbre que se hacía más intenso y repetitivo.

Caminé un par de pasos sin preocuparme mucho por mi alrededor, «¿quién será a esta hora?» pensé mientras iba en dirección a la puerta, avancé un poco cuando, sin previo aviso, acabé en el suelo de madera del departamento, sentí un ardor en mi brazo y mi pierna había quedado estirada de mala manera.

—Maldito zapato —gruñí hacia el causante de mi caída.

—¿Alex?, estás bien?, ¿qué fue ese ruido?

La señora Liz desde la entrada del departamento atrajo mi atención, «así que era ella… Bueno, ¿quién más podría ser?» me dije a mí mismo. En cierto sentido me sentía como un tonto por pensar que algún desconocido querría verme así sin más.

Me acerqué a la puerta y la abrí para saber cuál era el motivo por el que la señora Liz querría verme tan temprano.

—Al fin despiertas jovencito, que forma de perderte un día tan maravilloso como hoy —comentó la mujer de un muy extraño buen humor, incluso para ella no era común comportarse de ese modo.

—Perdón señora Liz, me tropecé y mi despertador no sonó —dije acariciándole el brazo, que todavía me dolía.

—Uy, déjame ver… no es nada, solo un raspón. Deberías tener más cuidado Alex, cualquier tropiezo puede acabar mal si no tienes cuidado.

—Sí, sí, lo que usted diga. En fin, ¿por qué me despertó tan temprano?

—¿Temprano?, ya pasan de las 9:30 chico, yo creía que los jóvenes aprovechaban cada segundo de su día.

—Sí pues, supongo que las apariencias engañan… —dije con intención de volver a cerrar la puerta, pero la señora Liz me lo impidió.

—En fin, vine a pedirte un favor.

—¿Un favor?

—Sí, quiero que me acompañes a buscar a mi hija al hospital.

—¿Le sucedió algo? —pregunté con un poco de preocupación. Después de todo, la señora Liz había cuidado de mí y no era lo suficientemente frío de corazón como para no importarme eso.

—Oh, no. Solo son controles de rutina, pero creí que sería una buena posibilidad para que se conocieran y como conoces el camino hacia allí podrías…

—Señora Liz… —comencé a decir intuyendo que la mujer estaba evitando ir al punto del tema.

—De acuerdo, quiero aprovechar la oportunidad para pasear un poco con ella y tú vas a acompañarnos —dijo al fin.

—¿Por qué yo?

—Porque necesitas un poco de aire fresco, muchacho. Además, cualquier joven de tu edad se sentiría honrado de escoltar a dos bellas damas.

—No estoy muy seguro…

La mujer suspiró y posó una mano en mi hombro, y con voz amable dijo.

—Escucha Alex, sé que no es fácil para ti con todo lo que ha sucedido, pero aislarte del resto del mundo no hará más que dificultar todo. Créeme, lo sé. El mundo tiene cosas muy bellas, pero esas cosas no llegarán a ti si no te esfuerzas en buscarlas.

Pensé en las palabras de la señora Liz, hasta ahora había evitado siempre que podía el contacto con otros, y desde que perdí la visión, mi vida se sentía más vacía y oscura que antes. Si realmente quería que las cosas mejoraran debía esforzarme, y de todas formas, no tenía mucho que hacer, así que valía la pena intentarlo.

—De acuerdo, déjeme prepararme e iremos.

—Perfecto.

***

Una vez llegamos al hospital pude sentir la afluencia de personas que chocaban conmigo y los ruidos del lugar me comenzaron a causar una ansiedad que pocas veces sucedía (generalmente en situaciones donde había muchas personas o muchos ruidos fuertes), pero en esa ocasión fue necesario sentarme y relajarme.

La señora Liz me condujo hacia el patio del hospital casi de inmediato, no fue necesario que dijera nada, una de sus cualidades era su buen ojo ante estas situaciones, «me pregunto a que se deberá…» pensé en cuanto pude relajarme un poco.




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