—¡Felicidades por tu alta!
La voz alegre de Lucy y Jim sonó por toda la recepción del hospital. A medida que caminaba junto al doctor Marcus, podía escuchar los murmullos de las demás personas a nuestro alrededor, «¿quién sabe qué clase de cosas estarán diciendo de nosotros?» pensé intentando ignorarlas.
—Ustedes me avergüenzan —sentencié.
—Bah, sigues igual de malhumorado, ¿podemos dejarlo otra semana a ver si se le quita? —sugirió la joven.
—¡Lucy! —la reprendió Jim.
—¿Qué?, era una broma.
Mientras ellos discutían presté atención a Marcus que, además de felicitarme, me dio el resto de indicaciones que debía seguir luego del alta. «Y yo pensando que esto ya se iba a acabar…»
—... Y no lo olvides, además de tus controles rutinarios vendrás a sesiones con el doctor Leo.
—¿El de la voz de anciano? ¿no hay algún doctor más joven? a veces no entiendo cuando me habla.
—No seas así, el doctor Leo es uno de los mejores… sí, puede que tenga sus años, pero su trabajo es impecable. Además, en unos años tendremos uno más joven, si quieres esperar…
—En realidad no tengo planeado seguir con esto por tanto tiempo.
—Entonces no pongas excusas, tus controles y las sesiones con Leo.
No pude evitar sentirme un poco frustrado por las palabras de Marcus, durante mi estancia en el hospital no tuve salida, pero ahora que por fin podía volver a casa lo que menos quería era tener hablar con un psicólogo sobre “ese” asunto. Los últimos días había escuchado a Marcus insistirme en lo importante que era eso para mi recuperación.
—De acuerdo, si no queda de otra…
—Bien dicho, en cuanto a si podrás llegar bien a casa… ¿Seguro que no quieres que alguien te acompañe? —sugirió.
Volteé mi cabeza en dirección a mis amigos, que seguían discutiendo por diferentes tonterías, y un sentimiento de familiaridad me invadió, supuse que ya me había acostumbrado a estar junto a ellos, y con una sonrisa en mi rostro dije.
—Na, estaré bien.
—Si tú lo dices —dijo no muy convencido —. Te veo el viernes.
Los pasos del doctor se alejaron del bullicio que había en la entrada, y con cierto cansancio en mi rostro me dirigí al dúo que todavía no me había notado.
—Oigan tortolitos, ¿les importa escoltarme a casa?
—¿A quién le dices tortolitos? —exclamó Lucy hecha una furia.
—Concuerdo con mi amigo, ¿por qué no simplemente lo hacemos oficial querida?
El aullido de dolor que emitió Jim debió escucharse por todo el hospital, pudo notar que ese codazo había sido más intenso de lo habitual, como si tratara de ocultar algo «¿podría ser…?» Pensé por unos instantes, pero decidí no indagar más, el riesgo que corría por tener esos pensamientos era muy grande.
—Bueno, ¿nos vamos? quiero ver a Pato.
Entonces emprendimos la marcha del hospital, con suerte esa sería la primera y única vez que estaría internado allí. Obviando la visita inesperada que tuve de Vanessa, se podría decir que mi estancia allí sirvió como método de relajo, y es que me sentía mucho más positivo con respecto a todo, incluso con mi ceguera.
Bajamos por la colina mientras hablábamos de muchas cosas, entre ellas cosas que habían pasado y que me había perdido. La charla se detuvo repentinamente al llegar a una intersección, conocía bien ese sitio, por la izquierda había un camino curvo y pavimentado por el que se tardaría un poco más en llegar a casa. Por el otro estaba el atajo de tierra rodeado de árboles y naturaleza, pero debíamos cruzar un puente muy conocido para mí.
—Vamos por la izquierda —sugirió Lucía con voz firme, pero con cierto temor.
—Estoy de acuerdo.
—No… tarde o temprano tendré que afrontarlo —dije decidido.
Honestamente no estaba muy seguro de eso, pero era algo que debía hacer, y prefería hacerlo con ellos por si las cosas se llegaban a complicar. Ambos suspiraron y con cierto nerviosismo tomamos el camino de tierra. A medida que nos acercábamos al puente, el sonido del arroyo se volvía más claro para todos, pero sobre todo para mí, que empezaba a arrepentirme de estar allí.
Todo mi cuerpo se paralizó como la roca que sentí en mis pies: habíamos llegado. Tomó aire durante unos segundos y me puso en marcha nuevamente. Paso a paso subí lentamente por el puente, con la mano derecha sostenía mi bastón y con la izquierda, buscaba inconscientemente la grieta que me indicaba la mitad del camino. No sabía cómo me sentiría al tocarla, pero una parte de mí estaba asustada por lo que sucedería cuando la encontrara. Pero no la encontré.
—No está… —musité.
—Lo sé —dijo Jim
—Usamos un poco de cemento para taparla… —agregó Lucy —Ya no tienes necesidad de sentir esa grieta… Ya no más.
Inevitablemente sentí un gran alivio, parte de esos pensamientos al cruzar el puente eran producto de esa diminuta grieta, esa diminuta imperfección en el sólido puente que se extendía por el arroyo del pueblo; el ya no tenerla me generaba una tranquilidad que hacía tiempo no sentía. Aunque no pude evitar sentir cierta nostalgia por ya no poder sentirla entre sus dedos. Se me había hecho un hábito hacerlo.
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Editado: 12.04.2024