En el pequeño comedor de mi departamento reinaba un profundo silencio, ninguno de nosotros parecía especialmente ansioso de iniciar la conversación. Intenté concentrarme en la respiración de mi inesperada invitada, pero a diferencia de los demás, cada sonido proveniente de ella, me era completamente desconocido. Después de todo el tiempo que habíamos pasado alejados, no me sorprendía la verdad, por lo que pasé al plan B.
—Camila, ¿cómo fue que llegaste a…?
—¿Por qué no respondiste mis llamadas? —interrumpió con voz neutra.
No supe qué responder, habían pasado tantas cosas desde que llegué al pueblo, mi adaptación a esa nueva vida, mi intento de suicidio, y mi posterior recuperación en el hospital. Lo cierto es que los últimos días había estado completamente incomunicado con el exterior, y ni se me había pasado por la cabeza contactar con ella o con mi padre. Entonces lo recordé, tenía la excusa perfecta.
—Lo cierto es que perdí mi celular en el arroyo del pueblo, y ya no pude recuperar los contactos —dije sacando del bolsillo mi nuevo celular, aunque era un modelo anterior al que tenía antes, servía para las cosas básicas que necesitaba.
—Hm… dámelo.
Entregué el dispositivo de manera obediente, quizás fuera por el tiempo en que estuvimos separados, pero su voz sonaba un poco más madura, y en cierto sentido, enojada. Escuché el sonido de unas teclas e inmediatamente me lo devolvió.
—Listo, puse mi número y el de papá. Ahora ¿podrías explicarme quien es ella? y ¿por qué estaban uno encima del otro?
—Ahh, ella es Beatriz Liz, la hija de la casera y una de mis amigas. Y para que lo sepas Pato nos enredó y caímos en la cama, no hicimos nada de lo que probablemente estás pensando.
—¿Quién es Pato?
Silbé y el canino se acercó a mi lado, con una de mis manos le acaricié la cabeza y él ladró con gusto por mi muestra de afecto. «Se ha vuelto todo un consentido» pensé con un leve suspiro de rendición.
—Él es Pato, mis amigos me lo dieron como regalo de cumpleaños. Lo estamos entrenando para…
—¡Ah!, ¡tienes un perro! —gritó ella, arrojándose sobre el animal.
Escuché como mi hermana jugueteaba con mi compañero de manera muy eufórica. Recordaba que desde siempre Camila había sentido un gran amor por los animales, pero desde la muerte de mamá, nuestro padre nos había prohibido tener mascotas de cualquier tipo. Aunque debo decir que no recordaba la última vez que ella se mostrara tan feliz y contenta «Supongo que cumples muy bien tu función Pato»
Sentí un tirón en mi manga derecha, Bea parecía querer decirme algo, pues escuché el sonido de ella tecleando y la voz de su celular me dijo.
—Tu hermana habla muy rápido y no le entiendo, pero parece gustarle Pato.
—Sí, le gustan los animales —dije en señas. Luego agregué con voz lenta y clara —parece que vino a ver como estaba.
—¿Le dirás algo sobre “ese” tema?
No necesité más palabras para saber a lo que ella se estaba refiriendo, por supuesto que no iba a decirle a Cami sobre ese asunto, si se llegaba a enterar ¿quién sabe cómo reaccionaría? Me volteé hacia Bea y, con una expresión muy seria, hablé en señas.
—No.
—¿Qué son todas esas señas que se hacen?
Dirigí mi atención hacia mi pequeña visitante, que parecía haber vuelto a su asiento, pues su voz provenía del otro lado de la mesa donde estábamos. En su voz pude notar cierta extrañes que me resultó un poco molesta, conocía bien a Cami, y si no le explicaba todo con cuidado podría soltar algún comentario ofensivo para Bea. Debía ser muy cuidadoso.
—Es lengua de señas, las personas sordo-mudas lo usan para…
—¿Sordo que?, ¿acaso ella es sorda o qué?
—¡Camila! —grité enfurecido, por el comentario de mi hermana.
En el fondo sabía que no lo había dicho con esa intención, pero no podía evitar pensar en todas esas personas que hablaban y miraban con tono despectivo a las personas como nosotros. Tener una discapacidad no nos hacía menos personas.
Por unos instantes sentí un poco de vergüenza y cierta indignación conmigo mismo, «Camila no es ese tipo de personas» me dije a mí mismo, quizás fuera un poco brusca y sin tacto, pero no había malas intenciones en sus palabras.
—Alex, está bien. No lo dijo con mala intención y no estoy enojada.
—Tienes razón, perdón Cami, fui un poco duro.
Mi hermana musitó un pequeño y débil “sí” seguido de un pequeño gemido que apenas podía contener. Siempre que se ponía así era signo de que estaba por llorar. Y no estaba seguro de poder controlar la situación si eso sucedía.
De pronto sentí un sonido de vibración en la mesa, parecía ser el celular de Bea, pues unos segundos después la voz del aparato se escuchó a mi lado.
—Mi madre me llama, ¿estarás bien?
—Descuida, estaremos bien. Nos vemos luego.
Bea se marchó y nos dejó solos a Cami y a mí. Hubo un silencio en el departamento que duró varios minutos, de vez en cuanto podía escuchar algún gemido reprimido de la pequeña en frente mío. Era raro que reprimiera con tanto esfuerzo sus ganas de llorar, sobre todo teniendo en cuenta que nunca le había gritado de ese modo, quizás había madurado en estos meses.
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Editado: 12.04.2024