Amor ciego, sordo y mudo

Capítulo 18

El sonido de los pájaros me indicó que el día había comenzado sin mí, otra vez. Mi alarma no había sonado en toda la semana, siempre la encontraba apagada por alguien más y ese día no era la excepción.

«Camila» deduje al instante e incorporándome en la cama me encontré con dos seres de tamaño similar acurrucados a cada lado mío. Por el lado izquierdo pudo sentir el pelaje lacio del labrador que, según Jim, tenía un color amarillo similar al de un pato bebé (de ahí su nombre). Del otro lado dormía una niña de pelo oscuro como yo, tenía los ojos color ámbar heredados de su madre, pero en cuanto al resto de sus características físicas, probablemente tenía información desactualizada, pues hacía casi un año que no la veía. Literalmente.

—Oye, despierta dormilona —dije sacudiendo su cuerpo.

—No quiero —dijo ella entre sueños.

—¿Vas a pasar tu último día conmigo durmiendo?

—No es el último Ale… ¿verdad?

—Por el momento sí.

La joven se despertó completamente y suspiró decepcionada, supuse que había soñado que vivíamos otra vez juntos «vaya decepcionante forma de despertar ¿no?» pensé acariciando su cabeza.

—Vete a lavar la cara mientras saco a Pato —le sugerí.

—Bueno —dijo bostezando.

Me levanté y casi al instante ya tenía a Pato sobre mí queriendo salir, le puse la correa y me dirigió hacia el patio, Por el camino una voz familiar me llamó.

—Buenos días Alex

—Hola señora Liz, ¿qué tal está el clima?

—Mmm… parece que estará soleado, aunque hay algunas nubes, pero no creo que llueva.

—Me alegro.

—¿La pequeña Camila se va hoy?

—Sí, creo que por la tarde.

—Ya veo, espero llegar para despedirme.

—¿Tiene algo que hacer?

—Llevaré a Beatriz a controles, ya sabes de rutina.

—Ah, espero que todo salga bien.

—Sí, yo también lo espero…

Las palabras de la señora Liz me parecieron un poco extrañas, como si estuviera dudando sobre algo. Quizás lo estuviera pensando demasiado (no sería la primera vez), pero parecía muy preocupada, sea como fuese perdí la oportunidad de preguntárselo, pues Pato me interrumpió arrastrándome de nuevo a mi departamento.

Volvimos al departamento y allí el olor a algo quemándose me recibió, de inmediato me acerqué a la cocina para saber qué estaba pasando, pero solo me encontré con la voz confundida de mi hermana.

—¿Qué te pasa?

—Camila, ¿estás cocinando? —dije al escuchar el aceite hirviendo y sentir el aroma de la comida.

—Claro, pensé que te gustaría unos huevos con tostadas.

—Sí, pero, ¿sabes cocinar?

—Por supuesto que sé cocinar, una amiga me enseñó.

Estaba sorprendido, en el pasado ella no estaba interesada en las tareas domésticas, solo cuando tuve el accidente fue cuando empezó a ayudar en la casa. A nuestro padre no le molestaba, un par de manos extras siempre se agradecían, pero yo sentía que era por mi culpa que ella no disfrutaba su niñez.

En cuanto la joven sirvió el desayuno, pude sentir de manera más clara el aroma de los huevos fritos y el pan tostado, todo olía muy bien, aunque todavía sentía un leve olor a quemado. No provenía de la comida, sino de otro lado.

—¡Ah! —exclamó la chica e inmediatamente escuché unos pasos en dirección a la cocina.

—¿Qué pasó?

—Nada, olvidé apagar el fuego. Ya está.

—Trata de no quemar la casa cuando vuelvas.

—No lo haré bobo.

Camila se sentó nuevamente en la mesa, pero esta vez en completo silencio, parecía pensativa en algo por lo que traté de hacerle un cumplido diciendo que su desayuno le había quedado perfecto (aunque podía sentir los huevos un poco quemados), pero esta no reaccionó. La joven respiró hondo y preguntó.

—¿Realmente no quieres volver?

—Cami, ya hablamos de esto.

—Lo sé, pero… Quiero que volvamos a vivir juntos.

Se me rompía el corazón al escuchar las palabras de mi hermana, nunca esperé que mi decisión de quedarme en La Colina le resultara tan difícil a ella «supongo que a esto se refería Jim con que mi vida no solo era mía» pensé, todo lo que hiciera o decidiera afectaba en menor o gran medida a los de mi alrededor.

—Lo siento, pero es una decisión ya tomada Cami.

La joven no parecía muy contenta con mis palabras, pero aun así pareció entenderme, pues aceptó y evitó seguir mencionando ese tema.

—Bueno, ¿qué te parece si disfrutamos de este último día al máximo? —mencioné tratando de animarla —y cuando vuelvas aquí, porque sé que volverás, te llevaré a recorrer todo el pueblo ¿qué te parece?

—Sí, es una promesa.

***




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