Amor ciego, sordo y mudo

Capítulo 21

—Lo lamento, pero no servirá…

En cuanto leí los labios del doctor, todo se derrumbó en mi interior. Podía ver como el hombre de bata seguía hablando con mi madre, sus labios se movían tratando de dar explicaciones palabras de consuelo quizás; no tenía forma de saberlo, pues no podía escuchar, y por lo visto nunca podría hacerlo.

«¿Es todo?» pensé, después de todo lo que le había dicho a Alex, sobre no dudar o poner excusas, que a pesar de todo él seguía siendo él y que no debía deprimirse, que debía seguir adelante y ahora era yo la que me quedaba atrás.

Fui muy ilusa al creer que podía retomar mi tratamiento después de años sin ningún problema, a menos de una semana de mi decisión, todo se había venido abajo.

Mientras el doctor le explicaba a mi madre quien sabe que cosa, yo solo miraba sus expresiones, debía haber algo que hacer, algún método milagroso que me permitiera escuchar nuevamente; pero en cuanto mi madre me abrazó con lágrimas en sus ojos, lo entendí. Ya no podría escuchar, nunca. «Maldigo el día en que me los quité» estaba frustrada y arrepentida, de joven no pensé que desearía volver a usar esos aparatos otra vez. Esos por los que pasé tantos problemas, por los que me dijeron tantas cosas y que ahora su propia ausencia me arrebataba mi mayor deseo.

Sin darme cuenta me encontré caminando por las calles del pueblo, mamá me sujetaba de la mano, sus ojos seguían llorosos y su cara estaba caída. En cuanto le pregunté por qué se veía así, ella simplemente me abrazó tratando de contener sus lágrimas.

—No fue tu culpa, yo quise dejar de usarlos —dije en señas.

—Yo debí insistir para que los conserves, debí darme cuenta de lo que sucedía. Perdón hija.

Volví a abrazarla con mucha fuerza, “Te amo mamá” quise decirle, pero quien sabe que habrá salido de mis labios en ese momento, de lo que estoy segura es que lo entendió a la primera, pues leí en sus labios mojados por sus lágrimas su respuesta.

—Yo también hija, te amo mucho.

Mi madre se incorporó y, con una sonrisa mentirosa que ocultaba sus verdaderos sentimientos, fingió estar mejor; aunque yo sabía la verdad, se me daba bien reconocer las expresiones de las personas, sobre todo la de ella y la culpa que sentía en esos momentos no pasaba inadvertida para mis ojos. Mientras reanudamos el camino de vuelta, pude ver cada detalle de su rostro; y como, inútilmente, buscaba alejar nuestras penas con cada paso que daba.

No soportaba verla de ese modo, yo misma había sido la que provocó todo, si tan solo hubiera sido más fuerte y no me hubiera dejado llevar por las palabras de unos tontos chicos, quizás ninguna de las dos nos sentiríamos así, quizás ahora podría estar hablando con todos mis amigos de forma normal. Quizás podría decirle a él… «Olvídalo, no tiene caso seguir pensando en lo que no puede ser» traté de decirme, aunque no estaba muy convencida de mis palabras, pues pensar era lo único que podía hacer ahora.

Llegamos a casa poco después del mediodía, todavía faltaba para ir a mi trabajo, por lo que me pareció una buena idea leer en el patio. Siempre que me sentía triste, leer me ayudaba y no debería ser diferente en esa ocasión. Con la historia elegida salí del departamento y me senté en una banca debajo de un pequeño árbol frutal que me proporcionó resguardo de los rayos del sol y del viento que soplaba muy fuertemente.

Párrafo tras párrafo, página tras página, el mundo de la novela me envolvía y mi imaginación desbordaba con los detalles de los personajes, escenarios y demás cosas plasmadas en el papel.

Una pequeña sonrisa apareció de repente en mi rostro, los protagonistas tuvieron un tropezón muy similar al que Alex y yo tuvimos en su casa hace tiempo. No pude evitar distraerme unos segundos de la lectura al recordar el incidente.

Pato, el perro de Alex, nos había envuelto con su correa y él había caído encima de mí en la cama. Recuerdo muy bien el aroma de su perfume, sus rasgos faciales, su pelo oscuro, corto y desordenado; su rostro ovalado, sus mejillas ligeramente rojas y sus ojos blancos, desprovistos de toda visión.

Volví a hundir mi cara en el libro rápidamente, recordar la escena era bastante vergonzoso, «¿me pregunto si él también la recuerda así» pensé en mis adentros con mucha curiosidad, la verdad es que pocas veces había visto a Alex avergonzado; una de ellas, la más reciente, fue cuando dejé que tocara mi cara. «Aunque yo también acabé avergonzada allí…» negué con mi cabeza intentando olvidar eso, «¿quién hubiera dicho que sería tan vergonzoso eso?» la idea había surgido de una película que vi y  me dejé llevar un poco con la situación la verdad.

Me acosté a lo largo de la banca de cemento, tenía uno de mis brazos colgando con mi libro en la mano. Con el otro brazo me tapaba los ojos intentando entenderlo mejor a él, pero no lo lograba.

Ya habían pasado varios minutos desde que había dejado de leer, en mi cabeza solo había pensamientos de una persona, y nada más. «Ahh, ¿es que no puedo pensar en otra cosa que en él? Parezco una adolescente con su primer amor»

Pensé unos momentos y me di cuenta de lo que me había dicho, la palabra “amor”, era la primera vez que la usaba en mí misma. «No hay forma de que sea eso… ¿verdad?» me pregunté desesperada, pero nada, no había respuesta.

«Hay, esto no puede ser peor» me dije levantándome del banco, pero tan pronto como lo hice, lo vi. 




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