Amor de Lobos

Capítulo tres. Declaración

Al día siguiente me sentía mucho mejor para ir al instituto. Me levanté temprano para prepararme. En medio de mi lucha por terminar la trenza resonó el móvil sobre la mesita de noche. Arrugué los labios antes de ir a por él, yo no era nada sociable como para recibir mensajes de texto, pero esa mañana alguien parecía acordarse de mi existencia.

Buenos días hija, suerte en lo que hagas.

Te quiere, tu padre.

Suspiré ante el texto mientras pensaba en una posible respuesta.

Buen día padre.

Espero lo mismo.

Esa era la relación que habíamos tenido desde lo sucedido, desde ese terrible accidente que nos arrebató a mi madre.

Me enfurecía que no hiciese nada por cambiar la situación entre nosotros, quizá venir a casa, pasar tiempo juntos, decirme un te quiero en persona.

Lancé el móvil a la cama y continúe con mi respectiva preparación.

Al de salir de casa iba más preparada que días anteriores, llevando conmigo un paraguas para protegerme de la leve llovizna que descendía del cielo, me sentía mejor pero mi afonía había empeorado notablemente, exponerme demasiado sería buscar mi muerte.

Mientras avanzaba por la calle en pasos lentos me tomé el atrevimiento de alzar la mirada a la venta de su habitación, él me miraba mientras ajustaba su camisa, lucía molesto. Me pregunté si era alérgico al chocolate, recordar lo que había hecho la tarde anterior me hizo sonreír. Antes de retornar mi avance me acaricié la venda que rodeaba la palma de mi mano, recordándome a mí misma lo que debía hacer.

***

El instituto estaba atascado por un montón de jóvenes, el hecho de ser el único instituto en todo el pequeño Estado hacía que el centro de la ciudad luciera exageradamente atascado.

Eso no era todo, la escuela primaria y la Universidad estaban justo al lado, y tenían un periodo de clases tan exacto como el nuestro. Es decir que durante todo el periodo de clases, la población joven se encontraba en el mismo sitio. Desde los seis a los veinticuatro años.

Monterbik era un lugar extraño.

A pesar de lo estresante que tendría que resultar todo ese ambiente, las personas parecían disfrutarlo, estar en su zona de confort.

Pero yo no lo estaba.

Recordé las palabras de la secretaria y visualicé mi futuro en Monterbik, la idea de continuar ahí por el resto de mis estudios de universidad, o inclusive mi vida entera, me dio escalofríos. Quería algo más, quería un cambio.

Jamás pensé que ese anhelo se cumpliría.

Mis ojos observaron a la distancia a Ashley, esta se encontraba junto a sus amigas. Las tres con sus ojos en los pequeños espejos que sostenían en sus manos, maquillando cada centímetro de su rostro. La rubia de rizos al sentir mi mirada se volvió a mí, me entrecerró los ojos antes de levantarse de su sitio e ir al interior del instituto, escoltada por sus dos fieles devotas. Me percaté entonces de su anormal actitud, hasta entonces no había sido consciente del poco interés que mostraba ante mi presencia, era casi como si me ignorase. Claro, eso era bueno, no tenía que estar pasando por sus despectivos comentarios.

Aun así era extraño.

Pero eso solo era el inicio entre las cosas extrañas que estaban por suceder. Esa misma mañana, mientras iba camino al salón de clases sentí a mis espaldas unos pasos. Volteé mi vista hacia atrás y mis ojos se encontraron con los de Toni, el cual se detuvo al ver que lo observaba.

Tímido me sonrió, alzando levemente sus labios. Parecía estar sufriendo algún colapso. Fruncí las cejas ante su inusual comportamiento, preguntándome qué estaba mal en todo mi ambiente. Parecía que las vacaciones habían transformado a las personas.

«¿Me estaría pasando lo mismo?»

Tratando de desviar mi atención a hechos no tan anormales terminé de entrar a mi salón de clases.

Sufrí un escalofrío al encontrarme con esos destellantes ojos.

Todos los que se encontraban dentro estaban experimentando la sensación de desasosiego que sientes al estar en su cercanía, ese inexplicable sentimiento de estar en otro mundo.

Aunque eso no era el motivo de mi sorpresa, si es que puedo llamarle así a lo que estaba sintiendo, a decir verdad era la primera vez que me fundí en el desconcierto.

Estaba segura de haberlo visto en su casa, era imposible que él estuviese en el salón antes que yo. Debía ser imposible pero… mis ojos estaban viéndolo, no había manera de explicar lo sucedido.

Él parecía estar disfrutando mi estado de estupefacción, su sonrisa maquiavélica me lo demostraba. Fingí que no me daba cuenta de ello y me encaminé a los últimos escritorios del fondo, resguardándome de su mirada. Nadie notó nuestras actitudes, tampoco logré saber si eso era bueno o malo.

Sus ojos volvieron a buscarme, y esta vez todos notaron ese detalle, oh… realmente lucían curiosos. De entre todos los sentimientos posibles en mi interior solo perduraba la necesidad, una necesidad que ni yo misma podía entender. Me analizaba, me estudiaba, me llamaba y quizá, sin quererlo le llamé, entre esa conexión que nuestros ojos parecían tener.

Cuando alguien entró al salón eliminó mi encanto por esos ojos, esa persona fue Toni; el chico de mi amor fallido.

Dicho muchacho caminó entre las filas de los escritorios hasta llegar a mi lado, lo miré expectante, como lo miraban todos. Esa mañana parecía estar cargada de acontecimientos poco comunes en nuestra monótona rutina.

Volvió a sonreírme, amablemente, entonces notó la nueva presencia entre nosotros. Por un breve momento se miraron inexpresivos, ese extraño ambiente no pasó desapercibido ante el resto.

Por primera vez el profesor fue digno con su presencia, cortando cualquier hilo de incomodidad entre sus estudiantes. Llevaba su típico maletín y sus gruesos libros, también tenía puestos unos ridículos pantalones color morado y con tirantes, de la talla más grande que podría existir, y, para finalizar el conjunto una camisa color amarillo chillón.




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