La mañana del lunes desperté con la misma voz que insistía en manifestarse en cada despertar. Se estaba convirtiendo tan normal que decidí hacerla parte de mi rutina. Desde ese día sería mía, sin que importara el hecho de que no tenía idea de cuál era su procedencia. Estaba allí, y era lo único importante.
Me estiré en la cama para luego levantarme y hacer lo propio de mi preparación para ir al instituto. Días atrás me había retractado de comprar cortinas, no estaba dispuesta a sentirme encerrada y oprimida bajo telas. Quería libertad. O quizá, ver a Daniel sin tanto problema.
Fuera como fuera, me resultaba más cómodo cambiarme en el baño para evitar su mirada mientras me encontraba en paños menores.
Él por otro lado, no se tomaba la molestia de buscar privacidad, y se desalojaba de las prendas sin que le importara el hecho de que yo estuviese enfrente. Aunque claro, yo debería de darle privacidad apartando la mirada de su cuerpo, era algo que debía de hacer una persona respetuosa ¿No? Pero por algún motivo que no llegaba a comprender, mi ética se iba de paseo durante esos momentos.
Cómo en esa mañana.
Me encontraba trenzando el cabello cuando él salió de la ducha, mi intención había sido mirarle de reojo durante un breve, diminuto, e imperceptible segundo, sin embargo, ese segundo se alargó tanto que pudo convertirse en minuto.
Yo no estaba viéndole de forma perversa, lascivia o lujuriosa —si es que en esos términos puede existir una diferencia— porque él tenía suficiente para que pudieras verle así. No era fuerte, pero su cuerpo no era lo suficiente delgado para llamarle flaco, de tal manera que verle era lo suficientemente atractivo para cualquiera. A pesar de ello, mi mirada era inocente y curiosa, sobre todo curiosa.
Su piel no dejaba de inquietarme, era tan poco vista que me sentía atraída por su aura misteriosa, y eso que las pieles no tienen aura propia. Él pareció sentir mi mirada, vi que se daría la vuelta y aparté la mirada en el momento justo para que no me cogiera con las manos en la masa.
Luego de haber salido de mi breve vistazo, sentí que los brazos me dolían por el cansancio, la posición era tan poco cómoda que estuve a punto de soltar el pelo y dañar toda la trenza que había hecho hasta ese momento. Acalambrada terminé de entrelazar las hebras capilares y dar por finalizado mi típico peinado.
Luego del desayuno me cepillé los dientes, me miré en el espejo y pasé la lengua por encima de los mismos. Estaba comenzando a hacer cosas que en ningún momento atrás había hecho, me parecía extraño la actitud que estaba tomando, pero no quería reflexionar al respecto y terminar analizando cosas que era mejor no pensar.
Luego de tomar mi mochila y dirigirme a la puerta, me di uno de los primeros sustos más grandes del año. En un segundo estaba girando el pomo con toda la tranquilidad del mundo, y en el segundo siguiente tenía sobre la cara algo áspero y frío.
Bruscamente di un traspié, tan inestable que caí al piso. Mi trasero hizo un sonido seco cuando caí, y el dolor me recorrió de inmediato en la cadera. Solté un quejido, y aquello que estaba en la puerta se movió.
Tuve que entrecerrar los ojos para ver con claridad, lo primero que reconocí fueron sus ojos, tan azules como un cielo ajeno a nuestro entorno. Toni llevaba un enorme ramo de rosas rojas, en el cuál anteriormente había estrellado.
—Valeri —exclamó estupefacto. Luego se inclinó para dejar el ramo en el suelo y ayudarme a levantarme. Sentí que mis mejillas ardían, ese era un bochorno de lo más humillante.
»¿Te encuentras bien?
¿Si me encontraba bien? ¡Dios, no! Me encontraba terriblemente avergonzada, además de que tenía el trasero adolorido, pero no iba a decirle ninguna de las dos cosas, de tal manera que me limité a asentir con la cabeza.
—¿Segura que estás bien? —insistió. Tomé aire y lo solté con fuerza, tratando de encontrar las palabras correctas para calmarle.
—Sí, sí, estoy bien, enserio. Solo me tomaste de sorpresa.
«Y casi me matas de un susto».
Toni enrojeció avergonzado.
—Perdona. Estaba a punto de llamar, enserio.
—Toni, enserio, es mejor que olvidemos esto, me encuentro lo suficiente avergonzada como para aumentar mi bochorno.
Soltó una risa, y yo no pude resistirme a soltar otra. Recogió las rosas del suelo y me las extendió con una breve reverencia. Enrojecí, pero no de vergüenza.
—Gracias —hablé, con voz estrangulada. Luego fruncí el ceño y le miré—. ¿Qué haces aquí?
Se le iluminó la cara, cómo si aquella pregunta era justo la que había estado esperando.
—Me permitiste conquistarte, así que señorita Valeri, le presento a su nuevo chófer 24/7. —Para rematar su presentación, hizo una reverencia. No sabía qué hacer, por una parte quería enarcar una ceja y decirle con los ojos: no me digas. Pero por otra parte, quería echarme a reír por la manera en que lo había dicho.
No hice ninguna de las dos cosas, y me quedé con la boca entreabierta sin creérmelo. Una cosa era que se portara amable conmigo, e incluso que no disimulara su interés en mí, pero venir por mí a la soledad en la que vivía, era un nivel superior en el que no me lo había imaginado.
A pesar de que yo solía ponerme a imaginar situaciones improbables entre nosotros.
—¿Viniste aquí, para llevarme al instituto? —pregunté, dos segundos más tarde me di una cachetada mental por lo estúpida que había sido. Claramente que había llegado con esa intención.
—Era la idea sí. ¿Es que tienes un mejor destino? —Me miró con picardía. Para disimular mi nerviosismo volteé los ojos.
—Oh, calla, volveré en un momento.
Alcé el ramo para indicarle que iba a guardarlas. Mientras caminaba hacia la cocina, sentí su mirada detrás de mí, haciendo que mis pasos fueran torpes y desequilibrados. Cuando crucé la puerta solté el aire que había contenido.