Después de recibir aquella inesperada —e indeseada— noticia, mis días parecían menos tranquilos. La nota no decía cuando llegarían, y aquello solo empeoraba mi nerviosismo.
Preparé dos de las habitaciones para ellos, sin saber muy bien qué poner y qué sacar de ellas, no quería ser una grosera, pero tampoco quería resultar demasiado… lambiscona.
Los primeros dos días, no hubo señales de ellos, y el tercero, perdí la desesperación porque aparecieran. Más tranquila comencé a retomar mi rutina sin tener que estar pensando en qué actitud debía de tomar ante mis nuevos inquilinos. El camino al instituto continuaba por depender de mis propios medios, tal y como había esperado, los padres de Toni le privaron del auto durante el período de su recuperación, por suerte, pudo conservar a su adorada mascota.
Recibí unas cuantas llamadas de atención durante esos días, momentos que me resultaban extremadamente insoportables. Cada vez que alguien mencionaba mi nombre todos en el salón enfocaban su mirada en mí, haciendo que el aire se rebelara en mi contra y se negara entrar a mis pulmones.
Era patético, lo sé.
Durante la siguiente semana, tuve la oportunidad que tanto había estado esperando: espiar la casa de Daniel.
Cuando él salió de casa durante una noche, me escabullí por su territorio para realizar una investigación encubierta, con el propósito de averiguar si tenía algún perro dentro de aquella frívola casa.
Me tropecé por cuatro veces antes de finalizar la vuelta a aquella construcción espantosamente silenciosa. Con la ayuda de mi linterna inspeccioné cada detalle de aquel sitio, con la intención de no dejar ni lo más mínimo por fuera. Pegué la cara entre los cristales de la ventana, pero dentro no pude observar más que sombras imperfectas.
La noche no tardaría en envolverse en capas de lluvia, viéndome obligada a apresurar mi estudio de una forma más… anormal.
—¡Guo! —solté con fuerza, intentando imitar el ladrido de un perro. Me quedé a la espera de escuchar alguna respuesta, que solo fue un absoluto silencio.
»¡Guo!
Sintiéndome ridícula por aquello dejé escapar una risa, la cual se vio interrumpida por una rama rompiéndose a mis espaldas. Me giré apresurada e iluminé todo lo posible para encontrar al responsable de aquel leve sonido, que si no hubiera sido por tanto silencio no se habría escuchado.
—¿Hola? —llamé, sintiendo como mis palpitaciones aumentaban de velocidad—. ¿Quién está ahí?
Como era de esperarse, no recibí ninguna respuesta. Por algún extraño motivo, aquello no me bastaba para asegurarme de que estaba sola, algo muy dentro de mí me decía que alguien me estaba observando, de alguna parte en la que mis ojos no tenían acceso.
Me mordí el labio y miré a mi entorno, indicando que no estaba segura de encontrarme sola. Hacía tanto frío que decidí por volver a casa y tratar de encontrar la manera de dejar mi curiosidad por Daniel de una vez por todas.
¿Y que había con Toni?
Bueno, no era responsabilidad mía después de todo.
Todavía con la extraña sensación de ser observada me dirigí al portón, por el cuál para mí desgraciada estaba entrando Daniel. Apagué de inmediato la linterna y contuve la respiración. Me había visto, era imposible que no lo hubiera hecho con semejante círculo destellante en mis manos.
Se quedó inmóvil por un diminuto segundo, en el cual supuse estaba asimilando mi presencia allí. Comenzó a correr en mi dirección, haciendo que mi cerebro comenzara a trabajar en alguna excusa para explicar mi presencia en aquel sitio. Para mí sorpresa, Daniel pasó de largo a tres metros de mi izquierda, sin siquiera dedicarme una mirada.
«¿Acaso no me ha visto?» me pregunté sin creérmelo. Luego me di la vuelta para observarle, pero no fue solo a él a quien me encontré, allí, más distante que Daniel, se desplazó una grande y ágil sombra que me provocó escalofríos.
Daniel fue tras aquella sombra —fuera lo que fuera— en grandes zancadas tratando de darle alcance.
«¡No!» grité en mis adentros, sintiendo un enorme pánico. ¿Por qué? Tampoco pude saberlo, pero por algún motivo me preocupaba que aquella extraña silueta que merodeaba por allí, fuera algo peligroso. Se trataba de Daniel, el chico con el cual no compartía más que el instituto y la calle, sin embargo, era humana y me preocupaba que le sucediera algo malo. Algo completamente normal ¿No?
Comencé a respirar más rápido de lo normal, intentando visualizar algo en aquella penumbra, para mí desgraciada no hubo señales de Daniel ni de la sombra merodeadora. Comencé a temblar, y estuve a un pelo de echarme a llorar de la manera más ridícula. No sabía qué estaba pasando, si es que estaba pasando algo, era confuso, y sobretodo, era algo fuera de todo lo que pude haber vivido antes.
Di un respingo cuando un coro de aullidos se escuchó a la distancia obligándome a correr en dirección a la puerta. De pronto, tropecé con algo —que no pude darle forma ni nombre— y caí al suelo. Jadeé cuando mi pecho se estrelló en el suelo, pero no era el momento para quedarme allí. Con gran esfuerzo me levanté del suelo para seguir mi camino sin siquiera tomarme un tiempo para sacudirme el lodo.
El portón dio un chirrido cuando salí, e hizo lo mismo cuando lo cerré. Todavía rodeada por aquellos interminables aullidos en el interior del bosque llegué a casa. Tres segundos después se soltó una espesa y brusca tormenta.
Mi intención principal fue quedarme despierta hasta que Daniel volviera a casa, sin embargo mi cuerpo tenía planes diferentes y no tardó ni tres horas para dejarme completamente dormida.
Sin saber qué había pasado con Daniel.
Lo siguiente de lo que estuve consiente, fue del terrible dolor en el cuello. Solté un quejido mientras intentaba despertarme por completo. Estaba apoyada en la ventana, de la misma manera en la que había quedado la noche anterior mientras intentaba esperar a que Daniel volviera a casa. Hice una mueca y alejé mis pensamientos por aquel extraño acto: ¿esperar a Daniel? No sonaba demasiado bien, más cuando me preguntaba el porqué quería verle volver.