Los ensayos fueron mejor de lo que había imaginado.
Para mí propia sorpresa, el baile no se me daba nada mal, y Daniel parecía ser un experto en el ámbito de la danza.
Los primeros días recibí unas cuantas llamadas de atención por parte del encargado de guiarnos en la coreografía, pero no demasiadas graves como para reconsiderar en cambiarme de papel.
Cuando el primer baile estuvo culminado, vino el momento de descubrir si podía o no, ejecutar el baile con el chico que habían escogido: Daniel.
Tal y como el nombre lo decía, el baile se basaba en una fuga por parte de la protagonista: yo, la cual había recibido la ayuda de su más leal esclavo: Daniel.
Ese era otro detalle que me robó las palabras.
¡Monterbik había sido fundado por una duquesa!
Aunque bueno, dicha duquesa había sido condenada por brujería —la historia no decía si realmente lo era o no lo era pero ese era un detalle que a nadie le importaba que se omitiera— pero eso no le quitaba el título.
En el primer baile, e inicio del segundo, Daniel y yo apenas coincidíamos en la danza. Pero casi al final del segundo, me lanzaba directamente hacia sus brazos.
—Debes saltar hacia los brazos de Daniel —dijo Arthur mirándome fijamente. Para él, no había resultado nada complicado ver la poca confianza que nos teníamos, lo cual no era nada bueno para los papeles.
Prosiguió entonces a darnos una breve demostración con la ayuda de su guapa asistente, la cual dio un elegante giro para luego lanzarse como águila sobre Arthur.
Me quedé de piedra al ver cómo los brazos sujetaban a la mujer, con tanta intimidad que creí imposible poder algo semejante con Daniel. Pero de todos modos lo intentamos.
Los nervios se apoderaron de cada célula y neurona de mi cuerpo, haciendo que diera un giro para nada encantador. Cuando di el salto, lo único que pude pensar fue en el fuerte impacto que sufriría.
Pero no fue así.
Daniel me sostuvo de las piernas en el momento exacto, y su mano sobre mi espalda me facilitó mi aterrizaje. Cabe señalar que sus pies no retrocedieron ni un centímetro, no hubo ningún tambaleo o esfuerzo de su parte. Parecía que recibir mi aterrizaje era de lo más sencillo para él.
Aunque a simple vista él no parecía demasiado fuerte —como Marcos— la firmeza de su agarre me hizo entender —y a muchos otros— que su fuerza no era algo que debiéramos dudar.
Estar entre sus brazos, y que el calor de su cuerpo llegara hasta mi piel, fue de las cosas más placenteras que pude haber experimentado. Sus ojos no se apartaron en ningún momento, al menos, no hasta que Arthur interrumpió nuestro momento de trance.
—¡Maravilloso! ¡Maravilloso!
Estaba de acuerdo con él. Aquello había sido maravilloso.
Y el sentimiento no cambió cuando pasaron los días y los ensayos eran demasiado repetitivos. Aquello seguía siendo igual: maravilloso.
***
El día viernes me despertaron los golpes sobre la puerta de mi habitación. Entreabrí los ojos soñolienta y solté un suave y adormilado:
—¿Mmm?
—El niño te espera afuera —respondió la voz de Marcos desde el otro lado de la puerta.
A pesar de mi estado adormitado fruncí el ceño.
—¿Qué niño?
Estaba segura, que no conocía a muchos niños. Ninguno en realidad, y dudaba que alguno estuviera esperándome.
—El chiquillo de ojos azules, el que parece estar adherido a ti.
Fue entonces cuando reaccioné a quien se refería: Toni. Y Toni estaba allí por una solo razón: llevarme al instituto.
El sueño se desapareció de inmediato sustituyéndolo el pánico. Busqué a tientas el móvil para ver la hora, y cuando lo hice, di un grito agudo y aterrado.
¡Era súper tarde!
Me levanté tan rápido de la cama que me enredé entre las sábanas y caí de cara. El ruido debió de ser bastante fuerte, porque lo próximo de lo que estuve consciente fue de estar rodeada por los brazos de Marcos.
—¿Estás bien? —preguntó mientras me alzaba en volandas—. Te has dado un tremendo… —se cortó y respiró profundo, como si hubiera querido absorber todo el aire dentro. Y entonces, arrugó la nariz asqueado. Discretamente olfateé mi entorno, a la espera de que me llegase algún desagradable olor.
La sola idea de pensar que olía mal me abochornó.
—¿Qué sucede? —cuestioné, apartándome un poco de su cuerpo.
—¿Él ha estado aquí? —inquirió hacia mí con un deje de molestia, como si me hubiera culpado de algún delito.
—¿A quien te refieres? —pregunté yo, aunque por la dirección de su mirada podía hacerme a la idea de a quién se refería.
Miré también hacia la habitación del frente, aquella que podía resultar tan lejana como próxima. Allí, estaba como todas las mañanas Daniel, ajustando la corbata de su pulcro uniforme, algo que me pareció innecesario después de conocer sus métodos de transporte.
Parpadeé para concentrarme en lo que realmente era importante, lo cual no era precisamente su perfecta imagen ni sus métodos de movilización. Lo importante en ese momento era la extraña pregunta que Marcos había hecho.
—¿Por qué piensas que ha estado aquí? —pregunté con retintín, como si la sola idea me resultara descabellada. Lo cual no era completamente falso, aquello sonaba algo descabellado.
Pero no tan descabellado como la respuesta que recibí por parte de mi acompañante:
—Siento su olor.
Alcé las cejas incrédula y burlona por aquello. Y, a pesar de que sonaba demasiado estúpido, me tomé la molestia de olfatear una vez más. Sin embargo, a mí no me llegaba más que el olor de mi propio cabello y del masculinísimo perfume de Marcos. Para ser sinceros, la mezcla de ambos olores no parecía la mejor opción para asemejarlo con el aroma de Daniel.
Él tenía un aroma más natural, más frío y reconfortante.
Como una mezcla de hierbas y dulces artesanales. Café y miel. O sal y sangre. Vale, quizá lo último fuera un poco exagerado, pero llegaba a parecer más normal en él.