Amor de primavera

Capítulo 3: Senderos y Secretos Compartidos

La rutina en Las Heras se fue adaptando, al compás del sol patagónico y la cada vez más grata compañía de Lucas. Sus relatos sobre rutas escondidas y paisajes increíbles resultaron ser ciertos. Cada amanecer, después de un mate rápido en la cabaña, Mateo se reunía con Lucas, quien lo esperaba sonriente y con provisiones en su mochila. Juntos descubrieron lugares que no encontrarías en ninguna guía. Lucas lo llevó a una cascada recóndita, resguardada por rocas ancestrales, donde el agua caía creando una cortina brillante que invitaba a la reflexión. Mateo, con su cámara, buscaba plasmar la magia del lugar, la claridad de sus aguas y el juego de luces entre las gotas. Lucas, con entusiasmo contagioso, le explicaba sobre los líquenes que cubrían las rocas y el comportamiento de las aves que anidaban cerca. Otro día, subieron a una loma desde donde el crepúsculo pintaba la estepa de tonos violetas y dorados. Mateo, fascinado por la imagen perfecta, sintió la presencia de Lucas a su lado, tan silenciosa y acogedora como el entorno. No era necesario hablar; el vínculo entre ellos se forjaba en esos instantes compartidos, en sus miradas y en la complicidad que surgía al entenderse sin palabras. Lo que más asombraba a Mateo era la franqueza con la que Lucas hablaba de todo. Desde la compleja estructura de un nido de hornero hasta sus anhelos de recorrer el mundo estudiando ecosistemas lejanos. Con una sinceridad conmovedora, compartía tanto sus temores como sus alegrías. Mateo, por su parte, comenzaba a sincerarse, algo que le costaba. Le contó sobre su frustración con la fotografía comercial en Buenos Aires, la presión de adaptarse y la necesidad de hallar su propia expresión artística. Un día, mientras compartían unas empanadas junto a un arroyo, Lucas le preguntó directamente:

—¿Qué te impulsó a dejarlo todo y venir hasta acá, de repente? Sé que dijiste que necesitabas inspiración, pero… ¿hay algo más detrás de eso? Mateo vaciló. Jamás le había contado esa parte de la historia a nadie, ni siquiera a sus amigos íntimos. Pero en los ojos verdes de Lucas, que lo observaban con curiosidad y auténtica preocupación, halló un refugio.

Sufrí… una decepción. En el amor admitió, y notó que la frase sonaba rara al decirlo

Alguien que, resultó, no era como yo pensaba. Descubrí que estaba buscando algo irreal. Y me sentía ahogado. Precisaba aire fresco, empezar de nuevo. Un silencio los envolvió brevemente, que solo interrumpía el leve susurro del agua. Lucas no criticó, ni indagó más. Solo asintió, con la mirada perdida en la lejanía, como si estuviera asimilando lo que le contaba.

—Lo comprendo —dijo al fin, con voz quedo—. A veces, para reencontrarse, hay que extraviarse un poco antes. Y la Patagonia sirve para eso. Te fuerza a confrontarte contigo mismo. Mateo sintió un gran consuelo. La empatía de Lucas fue un alivio para su corazón dolido. En ese instante, entendió que no solo hallaba motivación para sus fotos en Las Heras, sino además una amistad que prometía ser tan intensa y sincera como los paisajes que los rodeaban. Y tal vez, solo tal vez, algo más empezaba a nacer en el corazón de la estepa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.