Narra leo
La noche cae rápidamente, y con ella, el peso de mis pensamientos se intensifica. La luz de la calle se filtra débilmente por las cortinas de mi ventana, pero no me hace sentir menos solo. Es curioso cómo, aunque en teoría debería estar acostumbrado a la soledad, cada vez más parece abrazarme de una manera incómoda.
Me siento frente a mi escritorio, rodeado de libros que aún no he leído. Cada uno tiene una historia que contar, pero ninguna de ellas parece compararse con la que siento que se está desarrollando dentro de mí. Y esa historia tiene nombre: Elena.
Es absurdo, lo sé. No la conozco. No sé nada de ella, ni siquiera su apellido. Pero hay algo en su presencia que parece haber dejado una huella en mí, como si el encuentro no hubiera sido casual. Como si, de alguna manera, estuviera escrito en algún lugar que íbamos a cruzarnos.
¿Pero por qué? ¿Por qué ella? ¿Por qué me está dando vueltas en la cabeza cuando debería estar concentrado en otras cosas? Tengo otros problemas, otras preocupaciones que me obligan a pensar en todo menos en una chica que apenas conozco. Pero nada parece tan relevante ahora.
El sonido del teléfono me saca de mis pensamientos. No es una notificación importante, solo un mensaje de mi hermana preguntando si quiero cenar con ella. Rehúso cortésmente, como siempre. No es que no quiera ver a mi familia, pero a veces me siento como un extraño en mi propia vida. Las conversaciones triviales no me interesan, y mucho menos cuando mi mente está en otra parte.
Me recuesto en la silla y cierro los ojos. Trato de bloquear todo, de enfocarme en algo que no sea ella, pero es imposible. Su cara sigue apareciendo en mi mente, la manera en que me miró, la calma que transmitía, esa extraña sensación de que su mirada tenía una historia que yo no alcanzaba a entender. Un enigma en sus ojos, una pregunta sin respuesta.
Decido no darle más vueltas. Abro el libro más cercano, una novela que había dejado a medias hace semanas, y comienzo a leer. Pero las palabras no parecen tener sentido. Están allí, pero no las estoy procesando. Solo las estoy viendo pasar, como un fondo sin importancia mientras mi mente sigue divagando, más allá de las páginas.
Resignado, dejo el libro a un lado y me recuesto en la cama. Cierro los ojos y trato de calmarme. Es solo una chica. No es nada importante. No tiene por qué importarme tanto. Pero, por alguna razón, no puedo dejar de pensar en ella.
Es curioso cómo a veces las personas entran en nuestras vidas en los momentos más inesperados, como si estuvieran destinadas a estar allí, aunque nosotros no lo sepamos aún. Tal vez eso es lo que me está pasando. Tal vez la librera, con su calma y su misterio, sea solo el primer paso de algo que está por llegar, algo que no puedo evitar.
O tal vez, simplemente estoy sobrepensando las cosas. Solo un encuentro. Solo una mirada. Nada más.
El silencio de la habitación se convierte en un eco, repitiendo sus ojos, su gesto, su voz. Me giro en la cama, intentado olvidar. Pero la verdad es que no quiero olvidarla. Y en ese momento, sé que la próxima vez que la vea, no dejaré que se escape tan fácilmente.