Amor en Desorden

Capitulo 3: Primer Encuentro

El Federal Café es un local moderno y al mismo tiempo bohemio, situado en el barrio de Conde Duque. El lugar está lleno de luz suave, con sillas de madera y mesas pequeñas decoradas con flores frescas. Un ambiente relajado que contrasta con las tensiones que pronto surgirán.
"¿Por qué siempre llego antes que todos?"
Llevo quince minutos sentada aquí, revisando una lista interminable de tareas en mi tablet. Los novios, Clara y Rodrigo, son un encanto, pero quieren lo imposible en menos de tres semanas. No ayuda que el guionista con el que tengo que trabajar llegue tarde. Sí, Adrián Domínguez, el tipo famoso por escribir comedias románticas llenas de finales felices... y que aparentemente no puede respetar el horario de una reunión.
Cuando finalmente la puerta del café se abre, levanto la vista. Ahí está él. Despeinado, una sonrisa de "acabo de despertarme" y con una camisa arrugada que parece haber pasado por una lavadora sin mucho cuidado.
"Bien, esta debe ser Elisa Navarro. Puedo sentir el juicio desde aquí. Apuesto a que su lista de pendientes es más larga que cualquier guion que haya escrito."

Respiro hondo y me acerco, tratando de no parecer completamente fuera de lugar. Cuando estoy a un metro de ella, mi pie choca torpemente con una silla, y antes de darme cuenta, mi café termina volcando sobre la mesa, empapando todos sus documentos.
—¡¿Pero qué demonios?! —exclama, levantando la vista como si acabara de ser atacada por un huracán.
—Eh... hola —balbuceo—. Creo que soy Adrián Domínguez.
Ella me mira con una mezcla de horror y furia, y ya sé que esto va a ser un desastre.
—Fantástico —dice con un tono tan frío que me sorprende que no haya congelado el café derramado—. Justo lo que necesitaba. Un guionista torpe y una montaña de papeles arruinados.
"Bien hecho, Adrián. Primer contacto y ya has conseguido que la mujer que controla el universo de las bodas te odie."
Intento recoger los papeles, pero ella me detiene con una mirada que podría perforar acero.
—Deja, yo lo arreglo —murmura, apartando mis manos torpes.
Me siento frente a ella, incómodo, mientras trata de salvar lo que puede de su pila de papeles empapados.
—Entonces… —digo, tratando de romper el hielo—. ¿Cómo es que una organizadora de bodas termina trabajando con un guionista que odia las bodas?
Elisa me lanza una mirada rápida, cargada de sarcasmo.
—Oh, no lo sé. Quizás el destino decidió torturarme hoy.
Sonrío, aunque está claro que ella no lo encuentra gracioso.
—Vamos, no puede ser tan malo —digo—.
—¿No puede ser tan malo? —Elisa se detiene por un segundo, levantando la mirada de sus papeles empapados y mirándome directamente a los ojos—. Adrián, acabas de arruinar mi planificación para la boda más importante del año. Si esto es solo el principio, no quiero imaginar cómo irá el resto.
—Bueno, ya sabes lo que dicen... —trato de sonar despreocupado, aunque su mirada podría fulminarme en cualquier momento—. Lo que empieza mal, solo puede mejorar, ¿no?
—O empeorar —responde, secando con una servilleta lo que queda de sus documentos. Hay una pausa en la que ambos simplemente nos miramos, y por un momento, puedo ver el peso de su estrés en su rostro. La perfección que intenta mantener parece un poco más frágil en este momento. Pero claro, no es algo que admitiría nunca.

"Elisa es de esas personas que, con solo mirarlas, puedes ver que lo tienen todo calculado al milímetro. Su vida debe ser como una lista de verificación gigante. Y aquí estoy yo, el tipo que no puede organizar ni su desayuno sin armar un lío. Genial."
—Bueno, al menos tu café sigue intacto —digo señalando su taza que milagrosamente se ha salvado del desastre.
Elisa me lanza una mirada que claramente dice "no me hagas bromas ahora", pero aun así, no puedo evitar sonreír.
—Vamos, ¿qué tan serios pueden ser unos votos matrimoniales? La gente no los recuerda después del día de la boda, de todos modos —continúo, intentando quitarle peso al momento. Ella arquea una ceja, y me doy cuenta de que he tocado una fibra sensible.

—Bueno, vamos a comenzar. El estilo de la boda es elegante y minimalista. Los novios quieren algo clásico, nada de exageraciones. Y los votos deben reflejar eso.
—Minimalista, ¿eh? —Levanto una ceja, fingiendo entusiasmo—. ¿Qué significa eso? ¿Prometerse amor eterno en diez palabras o menos?
Elisa me lanza una mirada de "no me hagas perder el tiempo", pero yo no puedo evitar seguir bromeando. Es mi forma de lidiar con la incomodidad.
—Significa que quiero algo que se sienta auténtico, pero estructurado. No es un guion de cine. No necesitamos diálogos grandilocuentes ni dramatismo innecesario. Menos es más.
—Ah, claro, porque el amor es algo que puedes medir con precisión milimétrica. Suena tan… apasionante. —No puedo evitar el sarcasmo.

Las bodas ya me parecen complicadas de por sí, pero ahora tengo que escribir votos "controlados".
—¿Quieres que te dé una lista de palabras prohibidas? —suelto, a modo de broma, pero con un toque ácido.
Elisa suspira, como si estuviera hablando con un adolescente rebelde. Es casi divertido cómo sus cejas se arquean con desaprobación.
—No necesito palabras prohibidas, Adrián. Lo que necesito es que comprendas que estos votos no son una comedia romántica. Esto es la vida real.
"La vida real. Eso lo explica todo. Esta mujer cree que puede controlar el amor como si fuera un proyecto más. Como si el amor viniera con manual de instrucciones y no fuera una serie de errores desastrosos que llevan a momentos inesperados."
—El problema con esa visión, Elisa —le digo, inclinándome hacia adelante—, es que el amor real no es perfecto. Y no deberíamos pretender que lo es. Los votos deberían reflejar la honestidad, no un cuento de hadas.
Ella se queda en silencio por un segundo. Por primera vez, parece estar considerando mis palabras. Pero luego recupera su postura.
—Honestidad, claro. Eso suena muy bien en teoría. Pero lo que los novios quieren es una boda perfecta. Y no me malinterpretes, el caos no es una opción aquí.
—Perfecto. Entonces ¿quieres que haga que sus promesas suenen como un contrato de trabajo? “Te amaré hasta que la burocracia nos separe”.
Ella me lanza una mirada incrédula, pero puedo ver un brillo de diversión en sus ojos. Está tratando de no reírse, y eso, por alguna razón, me da ganas de seguir empujando.
—Bueno, al menos así estaríamos siendo sinceros. Pero no, Adrián, no quiero un contrato de trabajo. Quiero algo que los haga llorar de emoción, no de frustración.
La conversación sigue en una mezcla de choques y bromas. Ella habla de cronogramas y detalles precisos, mientras yo trato de convencerla de que el amor no funciona según un plan.
En un momento dado, ambos estamos tan concentrados discutiendo que nuestras manos se tocan accidentalmente mientras alcanzamos un bolígrafo en la mesa. Retiramos las manos rápidamente, como si hubiéramos tocado una chispa.




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