Amor en el alma

004.

"Y ya no deseaba sino quedarse crucificada a la tierra, sufriendo y gozando en su carne el ir y venir de lejanas, muy lejanas mareas; sintiendo crecer la hierba, emerger islas nuevas y abrirse en otro continente la flor ignorada que no vive sino en un día de eclipse. Y sintiendo aún bullir y estallar soles, y derrumbarse, quién sabe dónde, montañas gigantes de arena."
 


 

— María Luisa Bombal.
 



 

Eclipse.

Y el roce de tu piel al entrar en contacto con la mía, la manera en la que nuestros poros salen a relucir como escamas rústicas envolviendo nuestros cuerpos; que reclamaban el dominio y el derecho demandante sobre el otro, demostrando propiedad e imponencia, como si fuera un plan del universo el estar juntos de esta forma tan bonita y tan pura, y no, no hablo del universo de Star Wars, ni el de Paulo Coelho, en el que todo conspira a tu favor, como si los planetas se alinearan a la perfección cuando nos viera caminar juntos de la mano y sentir el viento golpear con fuerza la piel de nuestro rostro.

Como si los límites que trazan las constelaciones fueran realizados por nuestros dedos imperfectos, haciendo energía con cada uno de los átomos de nuestro cuerpo perfectamente imperfecto.

Siendo polvo de estrellas, como si el sol nos cuidara durante el día y la luna y las estrellas se encargaran de alumbrar nuestras noches y protegernos de las malas vibras y las almas que hacen lo posible por interponerse en el medio de los anillos de Saturno mientras caminamos, brindarnos ese hermoso espectáculo y fenómeno natural que nos regalan cuando estamos en el balcón tomados de la mano, mirando lo que sea que podamos ver desde esta altura, tomando nuestro café, que curiosamente, no tomabas antes de conocerme.

— ¿Cómo es que no tomas café? Yo soy más café que vida, me sacas la sangre y sale café... —espetaba las palabras a gran velocidad, los nervios comenzaban a hacer notar su presencia en la escenografía empática del momento.

No necesito recalcar que su cercanía me tensaba el cuerpo con demasía, creo que era gracias a los nervios. Mis mejillas se tornaban calientes y rojas, como si toda la sangre de mi cuerpo se acumulara en este momento en mi rostro. Sin olvidar la sensación de electricidad que provenía de nuestras manos juntas y nuestros dedos entrelazados.

Me ponía más nerviosa de lo que me hubiera gustado admitir, todo esto era nuevo para mí.

«O sea, son muy diferentes, wey. No es tu tipo, no toma café ¿En qué pensabas? Te pasas de tarada, cabeza de chorlito fundido.»

« ¿Qué clase de fenómeno es?»

Ese conjunto de sensaciones me llevaba diez años atrás, donde comenzaba a la escuela y tenía que conocer niños nuevos. En mi cuerpo se alojaba una especie de pánico escénico, como una clase de timidez que no se alejaba, que me adormecía todos los sentidos y hacía que mis extremidades respondieran con tardía a las señales que le enviaba mi cerebro.

Como si nunca hubiera aprendido nada.

Tal y como si no supiera reaccionar ante nada y la estupefacción fuera la única expresión facial que conociera mi pálido y tímido rostro, que a su vez le otorgaba un aura tierna al momento.

—Hija, conoce a tus nuevos amigos... Anda, conocerás niñas y te prestarán sus muñecas —decía mi madre mientras yo me aferraba con mucha más fuerza a su pierna. No era como si no quisiera hacer amigos, es que nunca tuve esa habilidad, nunca fui carismática ni graciosa, pero ahora, comprendo que eso no está mal.

Yo no estaba mal, no había nada mal en mí, todo estaba perfecto. Estaba creciendo y tenía que darme la oportunidad de conocer más personas, de ampliar mis horizontes y entender que hay algo más allá del otro lado.

Entré al preescolar a temprana edad, más de lo normal, aun así tenía un tamaño bastante pequeño y mi cuerpo era lo suficientemente raquítico como para no pasar desapercibido entre el resto de los niños de mi grupo.

Tenía ganas de llorar, me generaba una sensación de pánico que mi mamá me dejara en un sitio con completos desconocidos.

¿Y si se olvidaba del número del aula?

¿Y si olvidaba recogerme?

Y grité.

Grité hasta que mi garganta doliera y mis oídos quisieran sangrar.

¿Por qué mi mamá me dejaría en un sitio así?

No la soltaría, no dejaría que se llevaran a mi mami.

—Cielo, prometo venirte a buscar.

Eso no iba a funcionar, jaja. Reí internamente.

No podía faltar mi tradicional puchero, ¿Hay algo más apropiado para convencer a nuestros padres? Solo quería que me llevara a casa a comer panqueques, tomar chocolate y jugar. ¿Tan difícil era?

De todas formas estaba pequeña para entrar a la escuela, ¿Por qué mi mamá me quería dejar aquí? ¿Acaso no disfrutaba de mi compañía en casa?

—Está bien, mi niña. Te compro un helado pero tienes que ir al salón sin llorar.

En definitiva, no era ese mi plan inicial, pero no era exactamente lo que quería conseguir con mis caprichos de niña pequeña, aunque no eran los más prestigiosos de lo que se pueda hablar.

No acostumbraba a ser complacida en todo lo que quisiera, pero mis padres hacían lo posible para que me sintiera bien con todo aquello que me conviniera y me hiciera bien, lo que a esta edad me trajera paz mental y estabilidad emocional.

Pero me conformaba, jamás les exigí nada material a mis padres, ni nada que no pudieran darme o no tuvieran la posibilidad económica de garantizármelo, me conformaba con que me recibieran cada día con amor.

Este tipo de cosas son las que se me hicieron más valiosas durante todo mi tiempo en esta estadía efímera, a pesar de que no lo puedes comprar con dinero, a pesar de que no puedes garantizarlo con comodidades y lujos, la lealtad, el amor verdadero, el cariño, la honestidad y la confianza permanecerán siempre, en nuestra esencia y nuestros más grandes anhelos, nuestros sueños más esperados; esos por los que trabajamos hasta materializarlos y verlos crecer, hasta sentirlos aun en lo más profundo de nuestras entrañas.




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