Amor en el alma

005.

 

Alarma mental.

Pronto vendrían las vacaciones de navidades, cada vez estaban más cerca, los días pasaban con gran velocidad y el mes de diciembre se avecinaba cada vez un poco más, el tiempo la institución estaba pasando de una manera veloz y muy estresante para los que estábamos cursando el último año de secundaria, aunque todo estaba relativamente normal; entregaba mis tareas, asistía a clases y mi relación con Axel se hacía cada vez más fuerte y más formal, cada vez le daba más de mí, en un lapso de tiempo tan corto, le estaba entregando trozos que no sabía que tenía dentro de mí, ni que se habían roto; le estaba regalando mi mundo y todas mis fortalezas, para que cuando el suyo se viniera abajo, tuviera un escape, le estaba dando la bienvenida al mío.

La relación con mis padres iba igual de bien, aun si no me dejaban salir, de todos modos estaba enfocada en otras cosas; quería comenzar a trazar mis limites, emprender mi viaje a mi futuro, que por más incierto que fuera, sabía que eso dependía únicamente de mí, de mi esfuerzo y mis ganas de materializar cada una de mis visualizaciones, de dejar de soñar despierta y comenzar construir todo a mi paso.

Me enamoré de una manera tan profunda y tan insondable que sentía que era mi sitio, mi lugar, mi persona.

Y que todo esto era lo indicado, y hasta correspondido.

Pero con esos sentimientos, se venían arrastrando muchos más miedos e inseguridades que acentuaban mi amargura, me atolondraba los sentidos de una manera negativa y despiadada.

Me quitaba la paz, me robaba el sueño; me dejaba sola, desesperada, y con toneladas de insomnios atormentantes y noches melancólicas, con las que tenía que lidiar en silencio; me hubiera gustado poder gritar lo que sentía, haber pedido ayuda con un megáfono, en la punta de una platabanda, a esperar que alguien me escuchara y se ofreciera a ayudarme, tal vez pensarían que estoy loca, que quiero lanzarme al vacío. Aunque eso se pareciera mucho a querer llamar la atención, necesitaba ayuda.

Por ahora, el sosiego de mis inseguridades me estaba trayendo miedo y dolor, pero no podía decirle, no lo entendería por completo. Es muy confuso todo esto, a decir verdad, y yo soy una persona clara, dispuesta, determinada y demasiado centrada como para andar dándole largas a todo.

Eran mis miedos los que hacían que mis noches fueran cada vez más oscuras, y que el insomnio se sumara también a mi lista de problemas.

Eran mis miedos los que me hacían imaginar cosas y llorar hasta deshidratarme, o ahogarme con mis propias lágrimas.

No sirvo para andar con rodeos, la honestidad me ha ayudado a llegar lejos, a perderme en el camino y encontrar de nuevo el rumbo adecuado que deben seguir mis pies.

Al igual que, confiar demasiado en personas que no merecen que apuesten por ellas, me ha hecho encontrar un lugar para mí en este autobús.

A decir verdad, nunca antes sentí un miedo similar, tan aterrorizante y embriagador, que me sacaba de cada uno de mis pensamientos cuando quería olvidar el tema, una ansiedad consumidora me visitaban por las noches frías y oscuras, mi cabeza solo quería explotar cual bomba en medio de una guerra mundial que se desenlazaría probablemente en el 2035, acabando con todo a su paso, trayendo desgracias y dejando al mundo muchos problemas por resolver, cabos sueltos y malos dirigentes.

Mi conciencia trataba de decirme de todas las maneras posibles que solo tenía una cosa que hacer.

Que dejara de llorar y me levantara de esa cama, la almohada necesitaba un descanso.

Que dejara de afligirme y encontrara un desahogo a mi alma, alimentar mi espíritu; sentir que todo estaría bien y poner cada cosa en su lugar.

Incluyéndome.

Aunque, tal vez si hablara, contaría al mundo mis pequeñas desgracias, y mis más grandes triunfos, diría que soy fuerte, pero que tengo que descubrirlo, y por supuesto, aceptarlo, dejar de esconder mi sensibilidad humana detrás de una faceta fría, odiosa, distante y egoísta que trato de mostrar al mundo para evitar ser dañada; está escrito, todos vamos a sufrir, todos vamos a llorar.

¿Y a mí? ¿Quién me salva?

¿Quién me aparta de las pesadillas en las pocas horas de sueño que logro tener al día?

¿Quién espanta al monstruo de mi armario? ¿Y los demonios debajo de mi cama a las tres de la mañana cuando estoy escribiendo poesía?

¿Quién sutura las cortadas que me dejaron las puñaladas en la espalda?

¿Quién a parte de mí?

¿Quién me sacará esta soledad existencial que amenaza con poner en juego mi estabilidad emocional y psicológica? ¿Quién levantará mi autoestima cuando esta se esté arrastrando y oliendo a azufre?

¿Acaso no me creía lo suficientemente fuerte para afrontar esta, y cualquier otra situación sola?

Era desagradable sentir la lejanía de personas que pensaste que estarían siempre, buscar un abrazo y recibir la espalda; es decepcionante y deprimente, se siente un vacío en el pecho del tamaño de Texas, si tratas de llenarlo de otra forma, este solo se crece más y te vas quedando sin más nada dentro de ti que ofrecer.

Como si se llevara todo de ti, y aunque lo supiera, no hiciera nada para evitarlo, siguiera haciendo las cosas al mismo ritmo sinestro y macabro, llevándose todo, y lo disfrutara.

Como si disfrutara observarme desde lejos y verme destrozarme cada noche desperdiciar tinta, lágrimas y café.

¿Por qué tenía que ser siempre esta chica?

La madura, la consciente, la perfecta.

La que tiene que mostrarse fuerte ante el mundo sin importar que su alma se esté cayendo a pedazos, como si las almas pudieran sufrir lepra.

¿Por qué tengo que ser la que limpie todo el desastre cuando los demás defequen?

¿Por qué siempre tengo que ser el ejemplo a seguir de todos aunque cueste mi felicidad?

¿Por qué tengo que ser infeliz para hacer lo que es correcto?

Tengo que perderme a mí para que los demás se encuentren ¿Y quién camina por mí? ¿Quién me salva de mi misma? ¿Quién se llevará lejos mi consciencia para no sentir el peso de la culpa en mi hombro por dejar de ser para poder estar?




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