Amor en el alma

007.

"No sé si soy una persona triste con vocación de alegre, o viceversa, o al revés. Lo que sí sé es que siempre hay algo de tristeza en mis momentos más felices, al igual que siempre hay un poco de alegría en mis peores días."

Mario Benedetti.





 

Imperio fugaz.

No me importa ni lo más mínimo cuantas veces lo vea directamente a esos ojos atrapantes y cautivantes y me pierda de manera tan profunda y a la vez, tan sensible en esa mirada espesa, radiante y enigmática que ocultan sus ojos negros y tal vez sombríos; o al menos ese es el aspecto que le daban sus ojeras, se veía un tanto cansado y preocupado, como si le faltara el sueño frecuentemente. Sin ignorar lo atrayente de tus pestañas, que te atrapan el alma con ternura y no la sueltan, haciendo que tampoco quieras salir de ahí.

Su mirada te transmite ese sentimiento de familiaridad que te hace sentir que no se están conociendo en ese momento; te hace viajar en el tiempo y volar abiertamente por la extensión del inmenso cielo, hasta llegar a cuando mi madre me llevaba a parques, con Daniel y Marlin.

De nuevo trae recuerdos positivos a mi mente, de nuevo me recuerda quien fui sin hacerme olvidar quien soy.

Me hace viajar hasta donde iba todas las noches a la iglesia y con entusiasmo me levantaba cada mañana para ir a la escuela dominical, me llevaba un cuaderno para apuntar y bolígrafos de tinta escarchada y colorida, recordaba cuando caía sumida a lo que ahí me enseñaban; me preparaban para la vida, las enseñanzas del señor me dieron esperanzas desde mi nacimiento, le dieron razones a mi vida y me dieron algo en que creer.

Dios me dio todo, me preparó para cada momento de mi vida, para cada situación en la que decayera emocionalmente.

Mi niñez me dio una vida espiritual sana y estable, me dio un respiro y me ayudó a encontrar el alimento adecuado para mi alma sedienta y fatigada.

Axel no solo me hacía viajar a cuando usaba vestidos y me preocupaba por pararme temprano; no solo me recordó con nostalgia las tardes con mi madre y los jueves de pizza con mi familia.

Axel se adentró en mi pecho, como una droga que con el tiempo se vuelve adictiva; haciendo que no quieras ser esclava de la soledad, que sientas que encontraste tu fuente de oxígeno de por vida, que conoces la dirección indicada del viento para que aprendas a volar por sí sola, sintiéndote segura, sabiendo que en lo profundo, siempre estará alguien para sostenerte, para mirarte, para sosegar tus inseguridades y hacer guardar tu corazón justo donde tu tesoro se encuentre.

Era como si estuviera en un laberinto inmenso alojado en mi mente, infinito y embrujado, y fuera un ratón buscando el queso que se ha perdido.

No me importa en lo absoluto cuantas veces me tiemblen las piernas al tenerlo, tan cerca que sienta mi corazón derretirse junto al suyo —en el buen sentido, puercos. Hijos del demonio que piensan en solo sexo, vayan a la iglesia, lean la Biblia... Yo que sé, váyanse a rezar —.Y me ponga brutalmente nerviosa con su espesa mirada oscura, fría y brutalmente penetrante y atrapante, posándose sobre mi cuerpo frágil decadente y vulnerable.

Esa mirada, ¡Dios santo! ¡Pero qué mirada!

Tierna y a su vez atrayente, como si sus ojos gritaran algo oscuro que te atraparía de inmediato y te haría agonizar; como si te advirtieran de un peligro que te condenaría a atar tu alma a otra.

Como si de verdad estuviera interesado en ti, pero se frenara, como si sus miedos frenarán de golpe sus impulsos antes de cometer una estupidez que sobrepasara en creces el tamaño del popó de mil elefantes.

Esa mirada te llamaba, y hacía que tú corazón marcara la milla en una dirección desconocida, sin un rumbo determinado.

Y fue donde lo confirmé: las miradas tienen su propio lenguaje, nadie puede detenerlas cuando tienen mucho que gritarse y poco tiempo para verse.

Se trata de una mirada sobrehumanamente cautivadora y atrayente, que rodeada de unas pestañas considerablemente pobladas a un estilo natural demasiado perfecto e inefable; como sacado directamente de un programa de televisión, me abraza los recuerdos con una calidez antitésica y contradictoriamente fría, casi no podría describirlo; su calidez me hacía sentir en el lugar correcto, en mi hogar; me llevaba a los mejores momentos de mi vida y traía a mi mente los recuerdos más vívidos de mi crianza.

Hacía que el tiempo se detuviese y las estrellas se inclinaran a nosotros. Su frialdad me congelaba en el lugar, como si se me olvidara como es que se articulan las palabras, como si, de nuevo, volviera a cuando no sabía caminar, porque su mirada me revolvía hasta el alma, como si fuera una malteada de muchos sabores y pudieran confundirse, pero jamás alterarse.

En pocas palabras, me condena perpetuamente a dejarme el alma enamorada, aún del universo de emociones que me hace sentir cuando pasa a mi lado.

«Eso, puerca. Se te agua el guarapo con su suculenta mirada de Fuckboy.»

Yo siempre advertí el nivel de subnormalidad de mi consciencia, no se sorprendan, aquí la más congruente y sensata soy yo ¿Okay?

Aunque no dejará de reír internamente, su humor negro no me hacía bien.

«Oye, el auto-bullying es bueno para la autoestima; cuando tú misma te ríes de ti, no te duele que los demás lo hagan. Te estoy preparando para la vida, malagradecida»

La veo como un demonio sonsacante en mi hombro puro y cansado.

¿Y el ángel?

¿Y mi ángel?

¿Quién se ha llevado mi ángel?

No sé, se fue volando y me dejó con la versión más desquiciada y maliciosa que pudo encontrar, para hacerme la vida más cuadrada que un mismísimo cuaderno de matemáticas.

Tal vez, lo que quiere es que me vaya mal, eso lo sé.

Tal vez sea eso o que me tiene envidia y poca fe, muy poca fe.

O sea, no sé si me explico.




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