Yo era uno de esos chicos que suben solos al autobús escolar, con gruesos lentes y con la nariz enterrada en un libro. Así era yo, por lo que un trabajo en la biblioteca parecía perfecto. Mi penúltimo año en la universidad apliqué para un puesto y encontré trabajo desde las siete de la tarde hasta la media noche, de lunes a jueves y fines de semana libres. Debido a que era el chico nuevo fui asignado a las devoluciones.
En teoría, eso era bastante simple: cada libro tenía que estar en su lugar en los estantes y ninguno de los clientes parecía poder esperar a regresar nada a donde pertenecía. Todos los libros que llegaban a la biblioteca eran colocados en pilas y acomodados dentro de un carro por pisos. Una vez que el carro se llenaba, los llevaba por el elevador y comenzaba la ardua tarea de acomodar los libros en su lugar apropiado. Con cinco pisos de estantes, vaciar un carro me podía tomar toda la noche, y todos los libros que habían sido dejados en las mesas de estudio debían de ser colocados en sus lugares también. Mientras empujaba el pesado carro lleno de libros, me decía a mi mismo que devolverlos no estaba del todo mal. Alguna gente odiaba estar ocupada en su trabajo.
Pero mi carro tenía una rueda mala que se movía mientras me dirigía al elevador. El ruido llenaba la tranquilidad de la biblioteca, haciendo que me encogiera en cada paso. Llegué al elevador, empujé el carro y presioné el botón del quinto piso.
Nada sucedió.
Presioné el botón de cerrar pero las puertas se rehusaron a obedecer. Presioné el botón del quinto piso de nuevo: nada. —Dios, —murmuré, presionando el botón. Mi reflejo en el espejo interior del ascensor murmuró en respuesta: pálidos ojos me veían detrás de unos gruesos lentes casi cubiertos por el rubio cabello que caía en la frente. —Ciérrate, —Yo animaba. Delgados labios se movían en mi reflejo con una débil mueca. Ciérrate.
Disgustado solté el botón. Como por arte de magia las puertas se cerraron.
—Gracias —con un ruido el elevador comenzó lentamente a subir mientras mi estómago se quedaba abajo.
Casi por maldad, las puertas se abrieron en medio de dos pisos. Veía con enferma fascinación cómo el piso bajo mis pies se deslizaba hasta alcanzar el nivel del quinto piso. El elevador se detuvo sólo un par de centímetros del piso. Nota para mí mismo, pensé, saca el carro después que a ti, nunca agarres nuevamente un carro que no esté bien.
La rueda del carro se atoró en el desnivel y lo jalé para subirlo al piso fuera del elevador.
—Oh, jódeme, —suspiré. Odio los elevadores y odio regresar libros, en ese orden. Cuando traté de levantar el pesado carro y moverlo, la rueda se liberó y quedó en su sitio.
Lentamente, las puertas del elevador comenzaron a cerrarse.
En lo bajo, maldije. —Odio las jodidas devoluciones.
Las puertas se detuvieron cuando golpearon el carro y se abrieron de nuevo. Empujé el carro a un lado, me incliné para tirar de la rueda que había quedado libre pero se atoró y no pude hacer que se moviera. Esto apestaba. Estaba de rodillas esperando que la puerta se cerrara y atrapara al carro, y se abriera de nuevo antes de inclinarme a desatorarla con ambas manos, pero mis sudados dedos no podían lograr un buen agarre y se soltaba. Traté de pasar los dedos bajo la rueda quizás moverla un poco, pero mis nudillos eran demasiados grandes para pasar por debajo y casi pierdo mi mano cuando las puertas se cerraron de nuevo.
Golpearon el carro y se abrieron, oí que del otro lado se caían los libros al piso.
Ahora odié las bibliotecas agregándolo a la lista de los elevadores y las devoluciones. Y en el siguiente minuto probablemente maldeciría a los lectores también. Con un ‘huff’ de disgusto caí sobre mi trasero y golpeé contra las piernas de alguien que estaba detrás de mí. —¿Disfrutando el espectáculo?— pregunté, con amargura.
—¿Necesitas ayuda?— alguien contestó. Pasé la mano a través del cabello en mi frente, retirándolo de la cara y vi los oscuros ojos y los oscuros rizos sobre la más brillante, dulce y sexy sonrisa que hubiera visto sobre mí. Lo veía fijamente, y él señalo con la cabeza la rueda. —¿Puedo ayudarte a levantarla?
Repentinamente mi mente se fue a un millón de direcciones diferentes al mismo tiempo, dejando el elevador y el carro lleno de libros detrás. Mi voz se quebró cuando le dije. —Realmente nunca había tenido problemas antes.
Él se rió, una deliciosa risa que iluminó sus ojos. —Quizás si ambos trabajamos en eso, podamos sacarlo.
La frustración en mí se disipó y comencé a reír. Él me dio una curiosa mirada y una débil sonrisa en esos perfectos labios mientras esperaba que dejara de reír, y eso sólo me causo más risa. —Lo siento, —dije, luchando por respirar. —Es solo—oh Dios. Mi mente está en otras cosas.
—Lo siento. —Tomé una profunda respiración y anulé lo último de mi risa y puse cara seria. —Lo siento.
—Ríete de mi después de que lo intente, — él dijo, pero había humor en su mirada antes de que regresara la atención a la rueda. —Por cierto, soy Kyungsoo.
—Kai —me enderecé y me aproximé al elevador para ver cuál era el problema. Distraídamente su mochila se deslizó de su hombro y quedó a mi lado en el suelo y cuando las puertas del elevador comenzaron a cerrarse, Kyungsoo colocó el pie para evitar que se cerraran. Rodeó la rueda viéndolo de todos los ángulos, incluso le dio una patada pero la cosa no se movió. En voz baja murmuré, —Mgnuyk, soy Kyungsoo —cuando él me vio me encogí de hombros. —Es un palíndromo. Significa que se puede leer igual de derecha a izquierda que de izquierda a derecha.
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Editado: 11.05.2023