El regreso a casa
Entre como todos los días a la lujosa casa de dos pisos mirando hacia todos lados a ver que tan sucio estaba todo. Como lo suponía todo era un grandioso desastre.
Eran una familia grosera, creían que por que tenían mucho dinero podian hacer con las personas lo que quisieran. Si estaba aquí era por que necesitaba el dinero para ayudar a mi hermano a pagar el tratamiento de nuestra madre. Hace tres meses que mi madre decayó repentinamente, la hemos llevado al mejor médico del pueblo y nos dijeron que era por exceso de trabajo y necesitaba descansar, pero al pasar de los días eso empeoró.
Ningún doctor sabe con ciencia cierta que tiene y el hecho de ver como pasan los días y no se nada me da mucha ansiedad.
Realmente es muy duro tener que mirar como dia a día mi madre esta postrada en una cama sin hacer absolutamente nada. Mi hermano y yo trabajamos para asi poder cuidarla. Ambos con trabajo de medio tiempo.
Seguí mi camino hacia el cuarto de lavado para colocarme mi uniforme y al hacerlo comencé con las tareas de la casa.
El uniforme era un vestido blanco largo sencillo.
Tome la escoba para empezar los quehaceres, 7:58 y aquí empieza mi día.
Aquí termina la narración en primera persona.
...
Eran las 4:45 de la tarde y una Amelia cansada ya había culminado con las tareas del hogar. De ese hogar que ella tanto odiaba.
Amelia noto que las chicas estaban en la cocina, ellas eran también empleadas y al mirarlas reír no pudo evitar hacerlo también. Eran sus mejores amigas.
Gloria, Camila y Ruth. Tres bellas mujeres castañas. Gloria de baja estatura en cambio Camila y Ruth eran un poco más altas. Ojos caramelo, parecian hermanas.
Amelia se acerco más a ellas.
-¡Amelia! Justo a tiempo- dijo camila, ofreciéndole de inmediato una taza de té.
-Que están tramando ahora?
-Ruth nos estaba contando sobre la "isla de dunkel"-dijo Gloria con una ceja levantada.
Cabe recalcar que Ruth era la más supersticiosa del grupo. Amaba lo misterioso y terrorífico, por eso siempre hablaba de brujas, espíritus y profecías.
-Dicen que allá vive un rey inmortal, que se aparece en los sueños de ciertas mujeres... y que si te llama no puedes escapar.
Todas rieron, menos Amelia, quien sintió un escalofrío inexplicable de repente.
-Nah, que dices seguro son puros cuentos- rio pero su voz no sonó tan convencida como quería.
La hora de salida había llegado. Amelia apresurada e inquieta por llegar a casa tomo sus cosas y se despidió de cada una y salió de la mansión camino a su hogar.
Lia caminaba por la avenida al caer la tarde, sus pies dolían, el vestido blanco de trabajo se le pegaba a la piel por el sudor y la fatiga. Las casas ricas quedaban atrás, como un mundo ajeno que ella solo visitaba para limpiar.
El barrio al que se dirigía era más humilde, con faroles que parpadeaban y niños jugando en la calle de tierra. Su casa era pequeña, de ladrillos sin pintar, con una cerca de madera que llevaba años pidiendo ser reemplazada.
Abrió la puerta suavemente, para no hacer ruido. Adentro, el silencio pesaba.
-¿Mamá?-llamó en voz baja mientras dejaba sus cosas.
Entró al cuarto donde su madre descansaba. La mujer, de rostro delgado y ojeras marcadas, la miró con una sonrisa débil.
-Hola, mi amor. ¿Cómo estuvo el día?
-Pesado -respondió, sentándose junto a la cama y tomándole la mano-. Pero ya terminé.
Su madre acarició su mejilla con ternura.
-Odio que tengas que hacer tanto, mi niña. No es justo para ti.
-No digas eso-susurró ella, sintiendo un nudo en la garganta-. Todo lo que hago, lo hago con amor.
-Iré a hacer la cena, tu quédate tranquila y descansa, si?- ella beso la frente de su madre en un acto de gran afecto hacia ella.
Amelia salió de la habitación y emprendió camino hacia la suya. Una vez dentro dejó sus cosas en la cama y suspiro arreglando su cabello. Se cambió de ropa por una más cómoda y salió de la habitación rumbo a la cocina.
Tomó unas papas y comenzó a pelarlas para la cena.
Mientras Amelia estaba sentada en la cocina pelando unas papas. Su hermano, Arthur, entró a la cocina cansado pero sonriendo.
-¿Tú no duermes nunca o qué?
-Tú tampoco, parece. ¿Qué tal el turno?- Menciono ella entre risas.
-Lo mismo de siempre. Clientes borrachos, propinas pequeñas. Pero mira- Saco un billete arrugado de su bolsillo y lo dejo sobre la mesa- Para los medicamentos.
Amelia lo observó, sintiendo orgullo y tristeza al mismo tiempo.
-No podemos seguir así, Arthur. Mamá no mejora, y los doctores no tienen respuestas. A veces pienso que...
-¿Qué?
-Que esto no es una enfermedad común. Algo no encaja.
Él asintió, en silencio, sin atreverse a decirlo, pero lo pensaba.
Arthur se sentó frente a ella y tomó una de las papas para ayudarla a pelar. El silencio entre los dos era cómodo, pero tenso al mismo tiempo. Ambos pensaban lo mismo, aunque evitaban ponerle palabras.
-Hoy...-comenzó Arthur, sin mirarla- una señora en el bar me dijo algo raro.
Amelia alzó la vista, intrigada.
-¿Que dijo?
-Estaba borracha, supongo. Pero hablaba como si supiera cosas... Me tomó del brazo y me dijo que el alma de mamá estaba siendo consumida por algo más antiguo que la muerte. Que necesitábamos buscar respuestas en aquel lugar perdido.
Amelia frunció el ceño soltando el cuchillo.
-¿Y que significa eso?
-No lo sé. Pero me dejo intranquilo. No parecía una simple loca.
Amelia se levanto para echar las papas peladas al agua hirviendo y suspiro profundamente.
-¿Tú recuerdas lo que nos decía la abuela de niños? Sobre la isla de prohibida...
-¿Dunkel?
-Sí- asintió, con un tono más serio- Ella decía que en ese lugar habitaban cosas que la ciencia no podía explicar. Que había magia... y maldiciones.
#1361 en Fantasía
#5169 en Novela romántica
vampiro y humana, fantasia amor drama poderes vampiros, romance acción suspenso
Editado: 29.06.2025