Amor En La Niebla De Whitechapel

Prólogo

La niebla que todo lo cubre

El Londres de 1888 era una ciudad de contrastes, donde la opulencia de Mayfair se desvanecía en la miseria de Whitechapel como un suspiro ahogado en la niebla. Las calles empedradas, húmedas y resbaladizas, reflejaban la luz tenue de los faroles de gas, que parpadeaban como ojos cansados en la oscuridad.

Era una ciudad que respiraba humo y secretos, donde las sombras parecían moverse con vida propia, y donde el nombre de Jack el Destripador se susurraba con un temor reverencial, como si pronunciarlo en voz alta pudiera convocar al mismísimo diablo.

En medio de esta niebla eterna, dos jóvenes caminaban por senderos opuestos, destinados a cruzarse en un lugar donde la luz apenas lograba filtrarse.

Lucien Blackwood: El heredero de la sombra

Lucien Blackwood, de diecinueve años, era la encarnación de la elegancia y el poder. Su cabello negro como el carbón brillaba bajo la luz de las lámparas de araña en el salón de su mansión en Mayfair, y sus ojos dorados, fríos y penetrantes, parecían ver más allá de las máscaras que todos llevaban puestas. Pero detrás de esa fachada impecable, Lucien llevaba una carga que lo consumía lentamente.

Era el heredero de la fortuna Blackwood, un imperio construido sobre fábricas y tierras, pero también sobre secretos y silencios. Su padre, Lord Alistair Blackwood, era un hombre severo y distante, que esperaba que Lucien se convirtiera en un reflejo perfecto de sí mismo: frío, calculador y, sobre todo, obediente.

Pero Lucien no era su padre. En las noches, cuando la mansión se sumía en un silencio sepulcral, se sentaba al piano en la sala vacía y dejaba que sus dedos danzaran sobre las teclas, liberando una música que hablaba de todo lo que no podía decir. Era su único escape, su única forma de sentir que aún estaba vivo. Sin embargo, incluso la música tenía sus límites, y la soledad lo ahogaba cada vez más.

Una noche, mientras la niebla se adueñaba de las calles, Lucien decidió escapar. No podía soportar otra cena familiar llena de miradas frías y conversaciones vacías. Se puso una capa oscura y salió de la mansión, caminando hacia los barrios bajos con una mezcla de miedo y curiosidad. No sabía qué buscaba, pero sabía que no lo encontraría en Mayfair.

Elias Fairchild: El ángel caído

Mientras Lucien caminaba hacia Whitechapel, Elias Fairchild se preparaba para otra noche en *El Espejo de Éter*, un club nocturno que brillaba como una joya falsa en medio de la miseria. Elias, de diecinueve años, había sido una vez un joven aristócrata, con un futuro prometedor y un apellido que abría puertas.

Pero todo se había derrumbado el día en que su padre lo descubrió besando a otro hombre en los establos de la familia. Lo desheredó sin miramientos, y Elias se vio obligado a buscar refugio en las calles de Whitechapel, donde la vida era dura y las oportunidades escasas.

Ahora, Elias bailaba en el escenario de El Espejo de Éter, un lugar donde la decadencia y el lujo se mezclaban de manera grotesca. Su cabello rubio, que una vez había brillado bajo el sol, ahora parecía pálido bajo la luz artificial del club. Sus ojos celestes, que antes reflejaban la inocencia, ahora guardaban una tristeza profunda. Bailaba con una gracia etérea, como si su cuerpo fuera un instrumento que tocaba una melodía de dolor y desesperación. Los clientes del club lo observaban con miradas lascivas, pero Elias había aprendido a desconectar su mente de su cuerpo, a flotar en un limbo donde el dolor no podía alcanzarlo.

Sin embargo, esa noche algo era diferente. Mientras se preparaba en el camerino, una nota apareció en su mesa de maquillaje. Estaba escrita con una caligrafía temblorosa y decía: *"Te veo, ángel caído. Jack."* Elias sintió un escalofrío recorrer su espalda. Jack el Destripador, el asesino que aterrorizaba Whitechapel, lo había elegido como su próximo objetivo.

La niebla y el miedo

La niebla era espesa esa noche, como si la ciudad misma estuviera tratando de ocultar sus pecados. Lucien caminaba por las calles de Whitechapel, sintiendo cómo el aire frío se aferraba a su piel. Las sombras parecían moverse a su alrededor, y los sonidos de la ciudad, los gritos lejanos, el crujir de las ruedas de los carruajes, el susurro del viento, lo mantenían en un estado de alerta constante. No pertenecía a ese lugar, y lo sabía, pero algo lo atraía, como si la niebla misma lo guiara hacia un destino desconocido.

Finalmente, llegó a El Espejo de Éter. El club era un lugar extraño, donde la opulencia y la decadencia se entrelazaban de manera inquietante. Las luces de gas parpadeaban en el interior, proyectando sombras danzantes en las paredes. Lucien entró y se mezcló con la multitud, sintiéndose fuera de lugar pero fascinado al mismo tiempo.

Fue entonces cuando vio a Elias en el escenario. El joven rubio bailaba con una gracia que parecía casi sobrenatural, como si estuviera flotando en lugar de caminar. Lucien no podía apartar la mirada. Había algo en Elias que lo atraía, algo que iba más allá de su belleza física. Era como si ambos estuvieran conectados por un hilo invisible, como si la niebla los hubiera llevado a ese lugar para encontrarse.

El terror de Jack el Destripador

Mientras Lucien observaba a Elias, un grito desgarrador resonó en la calle. Los clientes del club se miraron entre sí, y un murmullo de temor recorrió la habitación. Jack el Destripador había atacado de nuevo. La noticia se extendió como un reguero de pólvora, y el miedo se apoderó de todos. Elias, que había salido del escenario, sintió cómo el pánico se apoderaba de él. La nota que había recibido antes de la actuación volvió a su mente, y supo que no estaba a salvo.

Lucien, sin saber por qué, se acercó a Elias. Sus ojos se encontraron, y en ese momento, algo cambió. Era como si la niebla que los rodeaba se hubiera disipado por un instante, dejando al descubierto una conexión que ninguno de los dos podía explicar.




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