Amor En La Niebla De Whitechapel

La Sombra Que Acecha

La noche en El Espejo de Éter se alargaba como un suspiro interminable. Elias, aún tembloroso por la intensidad de su actuación y el inesperado encuentro con Lucien, se encontraba en el camerino, tratando de recomponerse. Las palabras de Lucien resonaban en su mente:

Eres increíble.

Era la primera vez en mucho tiempo que alguien lo veía como algo más que un objeto, y esa chispa de esperanza lo mantenía en pie, aunque el peso de su realidad lo arrastraba hacia abajo.

Mientras se quitaba el maquillaje con un paño húmedo, alguien llamó a la puerta. Era Viktor, el dueño del club. Su presencia era como una sombra fría que se extendía por la habitación, y Elias sintió cómo el aire se volvía más denso.

— Elias — dijo Viktor con una sonrisa que no llegaba a sus ojos verdes y fríos — Tu actuación fue... interesante. Pero recuerda, no estás aquí para ser interesante. Estás aquí para entretener. Y si no cumples con las expectativas, habrá consecuencias.

Elias asintió en silencio, evitando su mirada. Sabía lo que esas consecuencias significaban: más deudas, más control, más dolor. Viktor se acercó y le pasó un dedo por la mejilla, como si fuera dueño de él. Elias contuvo un escalofrío.

— Ah, y no olvides la nota que recibiste — añadió Viktor, con un tono que goteaba malicia — Jack el Destripador tiene ojos en todas partes. Sería una lástima que te pasara algo... ¿no crees?

Elias sintió cómo el miedo se apoderaba de él. La nota que había recibido antes de su actuación volvió a su mente, y supo que no estaba a salvo. Viktor salió del camerino, dejando a Elias solo con sus pensamientos y el eco de sus palabras.

El descubrimiento del cadáver

Mientras Elias intentaba calmar sus nervios, un grito desgarrador resonó en la calle. El sonido era tan agudo y lleno de terror que hizo que el corazón de Elias se detuviera por un instante. Los clientes del club comenzaron a murmurar, y pronto la noticia se extendió como un reguero de pólvora: habían encontrado otro cadáver.

Elias, impulsado por una mezcla de miedo y curiosidad, salió del camerino y se unió a la multitud que se agolpaba en la puerta del club. La niebla era espesa, pero la luz de los faroles de gas iluminaba la escena con una claridad macabra. En el callejón contiguo al club, yacía el cuerpo de una mujer joven. Su rostro estaba congelado en una expresión de horror, y su garganta había sido cortada con una precisión escalofriante.

La policía llegó rápidamente, pero no pudieron hacer mucho más que apartar a los curiosos y cubrir el cuerpo con una manta. Elias observó la escena con una mezcla de asco y fascinación. Sabía que Jack el Destripador estaba cerca, que sus ojos lo habían visto, que su nombre estaba en la lista de posibles víctimas.

El reencuentro con Lucien

En medio del caos, Elias sintió una mano en su hombro. Se giró y vio a Lucien, cuyos ojos dorados brillaban con una mezcla de preocupación y determinación.

— Elias — dijo Lucien, con una voz suave pero firme — No deberías estar aquí. Es peligroso.

Elias lo miró, sintiendo cómo el miedo y la desesperación se mezclaban con una extraña sensación de seguridad.

— No tengo a dónde ir — respondió, con una voz que apenas era un susurro.

Lucien lo tomó de la mano y lo llevó a un rincón más tranquilo, lejos de la multitud.

— Escúchame — dijo, mirándolo directamente a los ojos — No estás solo. Yo puedo ayudarte.

Elias sintió cómo las lágrimas amenazaban con brotar.

— ¿Por qué? ¿Por qué te importo?

Lucien sonrió, una sonrisa triste pero sincera.

— Porque te veo, Elias. Veo quién eres realmente, y no quiero que te pierdas en esta niebla.

La conexión que florece

Mientras hablaban, la niebla parecía envolverlos, creando un mundo aparte donde solo existían ellos dos. Elias sintió cómo el peso de su vida se hacía un poco más ligero, como si Lucien fuera un faro en medio de la oscuridad.

— ¿Y si Jack me encuentra? — preguntó Elias, con una voz temblorosa.

— Entonces lucharé por ti — respondió Lucien, con una determinación que sorprendió incluso a sí mismo — No dejaré que te lleven.

Elias lo miró, sintiendo cómo algo dentro de él se despertaba. Era como si, por primera vez en mucho tiempo, tuviera algo por lo que valiera la pena luchar.

El misterio se profundiza

Mientras Lucien y Elias hablaban, un hombre observaba desde las sombras. Era alto, con una capa negra que lo cubría por completo y un sombrero que ocultaba su rostro. Sus ojos brillaban con una luz fría y calculadora, y una sonrisa siniestra se dibujaba en sus labios.

— Ángel caído — susurró, con una voz que apenas era audible — Pronto serás mío.




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