Amor En La Niebla De Whitechapel

El Peso De La Traición

Elías Fairchild había aprendido a sobrevivir en El Espejo de Éter, pero no había aprendido a vivir. Cada noche era una repetición del mismo infierno: el escenario, las miradas lascivas, las manos que se extendían para tocarlo como si fuera un objeto, no un ser humano. Y cada noche, cuando el club cerraba sus puertas y la niebla se adueñaba de las calles, Elias se refugiaba en un rincón del camerino, intentando recordar quién había sido antes de que todo se derrumbara.

Pero esa noche sería diferente. Esa noche, el pasado lo alcanzaría de la manera más cruel.

El anuncio de Viktor

Elias estaba en el camerino, quitándose el maquillaje con un paño húmedo, cuando Viktor entró sin llamar. El dueño del club llevaba su habitual sonrisa fría, pero había algo en sus ojos que hizo que Elias se sintiera incómodo.

— Tienes una visita — dijo Viktor, con un tono que goteaba malicia — Alguien que dice ser tu padre.

Elias sintió cómo el corazón le latía con fuerza. ¿Su padre? ¿Aquí? Durante meses, había soñado con este momento, con la posibilidad de que su padre lo perdonara y lo sacara de ese infierno. Pero ahora que el momento había llegado, solo sentía miedo.

— ¿Dónde está?— preguntó Elias, con una voz que apenas era un susurro.

— En la habitación privada del segundo piso — respondió Viktor, señalando hacia la escalera con un gesto teatral — No lo hagas esperar.

Elias asintió, sintiendo cómo el peso de la ansiedad lo aplastaba. Se puso de pie y caminó hacia la escalera, cada paso una batalla contra el miedo y la esperanza.

El reencuentro

La habitación privada era un lugar lujoso pero siniestro, con cortinas de terciopelo rojo y muebles oscuros que parecían devorar la luz. En el centro de la habitación, de pie junto a la chimenea, estaba Lord Fairchild. Elias lo reconoció de inmediato: el mismo cabello rubio, el mismo rostro severo, los mismos ojos fríos que lo habían mirado con desprecio la última vez que lo vio.

—Padre — dijo Elias, con una voz temblorosa — Has venido.

Lord Fairchild se giró lentamente, como si el movimiento fuera un esfuerzo. Sus ojos recorrieron a Elias de arriba abajo, deteniéndose en el traje ajustado y brillante que llevaba puesto. Elias sintió cómo la vergüenza lo consumía.

— Sí, he venido — respondió Lord Fairchild, con una voz que resonaba como un trueno en la habitación silenciosa — Para asegurarme de que estás donde perteneces.

Elias sintió cómo el corazón se le encogía.

— ¿Qué quieres decir?

Lord Fairchild se acercó lentamente, cada paso una afirmación de su poder.

— Quiero decir que has traído la desgracia a nuestra familia, Elias. Has manchado nuestro nombre con tu... perversión. Y ahora, aquí estás, viviendo como la basura que siempre fuiste.

Elias intentó hablar, pero las palabras se atascaron en su garganta. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Era este el mismo hombre que lo había criado, que lo había amado, que lo había cuidado?

— Padre, por favor — suplicó Elias, con lágrimas en los ojos — No soy así. Solo quiero volver a casa.

Lord Fairchild soltó una risa fría y despiadada.

— ¿Volver a casa? ¿Crees que hay un lugar para ti en nuestra casa? Eres una vergüenza, Elias. Una mancha en nuestro nombre. Y aquí es donde perteneces, entre la escoria y la decadencia.

Elias sintió cómo las lágrimas resbalaban por sus mejillas.

— No entiendo. ¿Por qué me odias tanto?

Lord Fairchild se acercó más, hasta que su rostro estuvo a solo unos centímetros del de Elias.

— No te odio, hijo. Te desprecio. Y ver cómo te pudres en este lugar es el mayor placer que he tenido en años.

La partida

Elias no pudo contener el llanto. Se derrumbó en el suelo, sintiendo cómo el peso de las palabras de su padre lo aplastaba. Lord Fairchild lo miró con desprecio, como si fuera un insecto que acababa de aplastar.

— Adiós, Elias — dijo Lord Fairchild, con una voz que resonaba como un veredicto final — Espero que nunca vuelvas a manchar nuestro nombre.

Luego, se giró y salió de la habitación, dejando a Elias solo con su dolor. La puerta se cerró con un golpe seco, y Elias se quedó allí, llorando en silencio, sintiendo cómo el mundo se desmoronaba a su alrededor.

El dolor de Elias

Elias no sabía cuánto tiempo pasó en el suelo, llorando hasta que no le quedaron lágrimas. Pero cuando finalmente se levantó, supo que algo dentro de él había muerto. La esperanza de ser perdonado, de volver a casa, de ser amado... todo se había desvanecido.

Caminó hacia la ventana y miró hacia la calle, donde la niebla se extendía como un manto de desesperación. En algún lugar, en esa niebla, estaba Jack el Destripador, acechando, esperando. Y Elias supo que, tal vez, la muerte sería el único escape que le quedaba.




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