Amor En La Niebla De Whitechapel

El Eco De La Traición

El carruaje avanzaba lentamente por las calles de Londres, envuelto en una niebla espesa que parecía devorar la luz de los faroles de gas. Dentro, Lord Fairchild, sentado en el asiento de terciopelo rojo, miraba por la ventana con una expresión impasible.

Las ruedas del carruaje crujían sobre el empedrado húmedo, y el sonido rítmico de los cascos de los caballos resonaba como un latido constante en la noche silenciosa. Pero dentro de Lord Fairchild, el silencio no existía. Su mente era un torbellino de pensamientos, emociones y recuerdos que lo atormentaban sin piedad.

La niebla interior

La niebla no solo estaba afuera; también estaba dentro de él. Era una niebla densa y fría, que envolvía su corazón y su mente, oscureciendo todo lo que alguna vez había sido claro y luminoso. Lord Fairchild cerró los ojos por un momento, intentando escapar de esa niebla, pero no había escapatoria.

Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Elias: esos ojos celestes que alguna vez habían brillado con inocencia y ahora estaban llenos de dolor y desesperación.

— ¿Cómo llegamos a esto? — murmuró para sí mismo, su voz un susurro áspero que se perdía en el sonido de los cascos de los caballos.

El orgullo herido

Lord Fairchild siempre había sido un hombre de orgullo inquebrantable. Su apellido, Fairchild, era sinónimo de honor, respeto y poder. Había construido su vida alrededor de ese orgullo, como un castillo de piedra que se alzaba sobre cimientos de hierro. Pero Elias, su hijo, su heredero, había derribado ese castillo con un solo acto de traición.

Recordó el día en que lo había descubierto en los establos, besando a Thomas, el hijo del jardinero. La ira que había sentido en ese momento era como un fuego que consumía todo a su paso. No podía creer que su hijo, su sangre, hubiera caído tan bajo. ¿Cómo podía alguien con el apellido Fairchild ser tan... impuro?

El orgullo de Lord Fairchild no solo estaba herido; estaba destrozado. Y lo peor era que no podía culpar a nadie más que a sí mismo. ¿Acaso no había sido él quien había criado a Elias? ¿No había sido él quien le había enseñado los valores de la familia, el honor, la decencia? ¿Dónde había fallado?

El amor convertido en odio

Lord Fairchild había amado a Elias. Lo había amado con una intensidad que solo un padre puede sentir por su hijo. Elias había sido su esperanza, su futuro, su legado. Lo había llevado en brazos cuando era un bebé, lo había enseñado a montar a caballo, lo había visto crecer con orgullo y admiración. Pero ahora, ese amor se había convertido en algo oscuro y retorcido, como una rosa que se marchita y se llena de espinas.

— ¿Cómo pudo hacerme esto? —pensó Lord Fairchild, apretando los puños con fuerza — ¿Cómo pudo traicionarme de esta manera?

El amor que alguna vez había sentido por Elias ahora era como un veneno que corría por sus venas, envenenando todo lo que tocaba. Cada vez que pensaba en su hijo, sentía una mezcla de rabia, dolor y desprecio. Y lo peor era que, en el fondo, sabía que ese odio no era solo hacia Elias, sino también hacia sí mismo. Por no haber sido capaz de salvarlo. Por no haber sido capaz de entenderlo.

El placer sádico del control

Cuando Lord Fairchild había visto a Elias en el club nocturno, bailando semidesnudo en el escenario, había sentido algo que no podía explicar. No era solo desprecio o ira; era algo más profundo, más oscuro. Era un placer sádico, una sensación de poder y control que lo llenaba de una satisfacción fría y distante.

— Es lo que merece — pensó, recordando la expresión de dolor en el rostro de Elias — Es lo que se merece por haberme defraudado.

Pero incluso mientras pensaba eso, una parte de él, pequeña pero persistente, se rebelaba contra esa idea. ¿Realmente merecía Elias sufrir de esa manera? ¿Realmente merecía ser humillado, degradado, destruido?

Lord Fairchild sacudió la cabeza, como si pudiera alejar esos pensamientos. No podía permitirse dudar. No podía permitirse sentir compasión. Elias había elegido su camino, y ahora debía vivir con las consecuencias.

La niebla y el recuerdo

El carruaje seguía avanzando, pero Lord Fairchild ya no veía las calles de Londres. Veía el pasado, como si fuera una película que se proyectaba en su mente. Veía a Elias de niño, riendo mientras corría por los jardines de la mansión. Veía a Elias de adolescente, estudiando con dedicación en la biblioteca. Veía a Elias de joven, montando a caballo con una gracia que llenaba a Lord Fairchild de orgullo.

Pero esos recuerdos estaban manchados ahora, como si alguien hubiera derramado tinta sobre ellos. Ya no podía ver a Elias sin recordar lo que había hecho, sin sentir esa mezcla de rabia y dolor que lo consumía por dentro.

— ¿Por qué, Elias? — murmuró Lord Fairchild, con una voz que apenas era un susurro — ¿Por qué tuviste que arruinarlo todo?

El regreso a casa

Finalmente, el carruaje llegó a la mansión Fairchild. Lord Fairchild bajó lentamente, sintiendo cómo el peso de sus pensamientos lo aplastaba. La mansión, que alguna vez había sido un lugar de alegría y luz, ahora parecía fría y oscura, como una tumba.

Entró en la casa y se dirigió a su estudio, donde se sentó frente al fuego que ardía en la chimenea. Las llamas danzaban, proyectando sombras en las paredes, pero Lord Fairchild no las veía. Solo veía el rostro de Elias, esos ojos celestes llenos de dolor y desesperación.

— Adiós, hijo — susurró, con una voz que resonaba como un veredicto final — Espero que nunca vuelvas a manchar nuestro nombre.

Luego, cerró los ojos y dejó que la niebla lo envolviera por completo.




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