Amor En La Niebla De Whitechapel

El eco de la muerte en la niebla

La lluvia caía sobre Londres como un manto de lágrimas, golpeando los cristales de las ventanas y empapando las calles empedradas. La ciudad, ya de por sí sombría, parecía haberse sumido en un estado de duelo colectivo. Las noticias sobre el último crimen de Jack el Destripador habían circulado como un virus, infectando cada rincón de la ciudad con miedo y paranoia.

Mary Kelly, una joven prostituta, había sido encontrada en su habitación, destrozada de una manera que desafía la imaginación. Su nombre, antes desconocido, ahora resonaba en los labios de todos, un recordatorio macabro de que nadie estaba a salvo.

En El Espejo de Éter, Elias Fairchild estaba sentado en su habitación, un espacio pequeño y mal iluminado que olía a humedad y desesperación.

Sostenía un periódico entre sus manos temblorosas, sus ojos celestes recorriendo las líneas que describían el horror de lo sucedido. Las palabras parecían saltar de la página, clavándose en su mente como dagas:

Mary Kelly, de 25 años, fue encontrada en su habitación en Miller's Court. El asesino, conocido como Jack el Destripador, dejó su marca una vez más.

El miedo de Elias

Elias dejó el periódico a un lado, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de él. Mary Kelly no era muy diferente a él. Ambos se ganaban la vida vendiendo su cuerpo, ambos eran desechables para la sociedad. Y ahora, Mary estaba muerta, destrozada por un monstruo que parecía acechar en cada esquina.

— Podría ser yo — susurró Elias, con una voz que apenas era un susurro — Podría ser el próximo.

El miedo lo consumía, como un fuego que no podía apagar. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Mary, sus ojos vacíos, su cuerpo destrozado. Y sabía que, en cualquier momento, podría ser él quien ocupara ese lugar en los titulares.

El recuerdo de su madre

En medio de su miedo, los pensamientos de Elias vagaron hacia su madre. Lady Fairchild, la mujer que lo había criado, que lo había amado.

¿Qué pensaría ella de él ahora? ¿Lo odiaría, como lo hacía su padre? ¿O todavía guardaba un poco de amor por él, escondido en algún rincón de su corazón?

— ¿Por qué no viniste a buscarme, madre? — murmuró Elias, con una voz llena de dolor — ¿Por qué me dejaste aquí, en este infierno?

Quería creer que su madre era diferente, que todavía lo amaba, que todavía lo quería. Pero si eso era cierto, ¿por qué no había hecho nada para salvarlo? ¿Por qué lo había abandonado a su suerte?

El dolor de Elias

Elias se dejó caer en la cama, sintiendo cómo el peso de su dolor lo aplastaba. Las lágrimas brotaron de sus ojos, resbalando por sus mejillas y mojando la almohada. No podía contenerlas, no podía luchar contra ellas. El dolor era demasiado grande, demasiado intenso.

— Quiero volver a casa — susurró, con una voz que apenas era un susurro — Quiero volver a casa. Por favor mamá, ayúdame.

Pero sabía que eso era imposible. Su hogar, su familia, su vida anterior, todo se había desvanecido como un sueño. Ahora solo le quedaba esto: una habitación fría y húmeda, un club lleno de miradas lascivas, y un miedo constante a que Jack el Destripador lo encontrara.

El atardecer sobre Londres

Mientras Elias lloraba en su habitación, el atardecer caía sobre Londres, tiñendo el cielo de tonos rojos y naranjas que parecían sangrar sobre la ciudad. La lluvia había cesado, pero la niebla se había vuelto más espesa, envolviendo las calles en un manto de misterio y peligro.

En los bajos fondos de Londres, Jack el Destripador caminaba entre las sombras, invisible, intangible, como un fantasma que solo existía en los peores sueños de los hombres.

Sus pasos no hacían ruido sobre el empedrado húmedo; sus manos, enfundadas en guantes negros, se movían con la precisión de un cirujano. Pero no era la vida lo que buscaba, sino la muerte.

— Ángel caído — susurró Jack, con una voz que apenas era un susurro — Pronto serás mío.




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