La niebla era más espesa que nunca, envolviendo las calles de Londres en un manto de misterio y peligro. En El Espejo de Éter, Elias Fairchild se encontraba en su habitación, sentado en el borde de la cama con las piernas recogidas contra el pecho.
La carta de su madre yacía sobre la mesita de noche, sus palabras de amor y esperanza resonando en su mente como un eco lejano. Pero esa noche, Elias no podía concentrarse en la carta. Algo más ocupaba sus pensamientos: Jack el Destripador.
El acoso de Jack
Todo había comenzado con una nota, dejada en su habitación mientras él dormía. Las palabras, escritas con una caligrafía temblorosa, decían:
Te veo, ángel caído. Pronto serás mío.
Elias había intentado convencerse de que era una broma de mal gusto, pero algo en su instinto le decía que no era así.
Luego vinieron las sombras. Cada vez que Elias caminaba por los pasillos del club, sentía que alguien lo observaba. Las miradas lascivas de los clientes ya no eran lo único que lo hacía sentir expuesto; ahora, había algo más, algo más oscuro, más peligroso. Y las notas seguían llegando, cada vez más personales, cada vez más amenazantes.
Tu cabello rubio brilla como el oro bajo la luz de las velas. Pronto lo tendré entre mis manos.
Tus ojos celestes son como el cielo antes de la tormenta. Pronto los veré llenos de miedo.
Elias intentó ignorarlas, intentó convencerse de que Jack no lo encontraría, de que estaba a salvo dentro del club. Pero la verdad era que no se sentía seguro en ningún lugar.
Cada rincón del club, cada sombra, cada susurro, lo hacía sentir como si estuviera siendo observado, como si en cualquier momento Jack pudiera aparecer y llevárselo.
Los sentimientos de Jack
Mientras Elias luchaba con su miedo, Jack el Destripador observaba desde las sombras. Para él, Elias no era solo otra víctima; era algo más, algo especial. Desde la primera vez que lo vio bailar en el escenario, supo que tenía que poseerlo. Elias era diferente, más hermoso, más frágil, más... perfecto.
— Ángel caído — susurró Jack, mientras observaba a Elias desde la oscuridad — Eres mío. Solo mío.
Jack no sentía amor en el sentido tradicional. Lo que sentía era una obsesión enfermiza, un deseo de posesión que lo consumía por dentro.
Quería que Elias fuera suyo, que dependiera de él, que temblara ante su presencia. Y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para conseguirlo.
La inseguridad de Elias
El acoso de Jack estaba marcando a Elias de maneras que ni siquiera él podía comprender. Cada vez que salía de su habitación, sentía que alguien lo observaba. Cada vez que bailaba en el escenario, sentía que las miradas de los clientes eran más intensas, más peligrosas. Y cada vez que intentaba dormir, las pesadillas lo atormentaban.
—¿Qué hago?— murmuró Elias, mientras se miraba en el espejo de su habitación — ¿A quién le importa si Jack me encuentra? ¿A quién le importa si muero?
Sabía que no podía contar con Viktor. El dueño del club solo veía el dinero, y Elias era solo una mercancía más. Si Jack lo encontraba, Viktor no haría nada para protegerlo. Al contrario, probablemente lo entregaría sin pensarlo dos veces.
El encuentro con el cliente peligroso
Esa noche, mientras Elias se preparaba para salir al escenario, un nuevo cliente llegó al club. Era un hombre alto y corpulento, con una mirada fría y calculadora que hacía que Elias se sintiera incómodo desde el primer momento. El hombre se sentó en una mesa cerca del escenario y no apartó la mirada de Elias durante toda la actuación.
Cuando Elias terminó de bailar, el hombre se acercó a él con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
— Eres increíble — dijo, con una voz que goteaba falsa admiración — Me gustaría pasar más tiempo contigo.
Elias sintió cómo el miedo se apoderaba de él. Sabía lo que ese hombre quería, y sabía que no podía negarse. Pero antes de que pudiera responder, Lucien apareció a su lado, con una expresión llena de determinación.
— Elias ya tiene planes esta noche — dijo Lucien, con una voz firme que no dejaba lugar a discusión.
El hombre miró a Lucien con desprecio, pero no dijo nada. Simplemente se alejó, dejando a Elias temblando de miedo y alivio.
El dolor de Elias
Elias se dejó caer en una silla, sintiendo cómo el peso de su miedo lo aplastaba.
— No puedo seguir así, Lucien — dijo, con una voz llena de desesperación — No puedo seguir viviendo con este miedo constante.
Lucien se arrodilló frente a él y tomó sus manos.
— No estás solo, Elias. Yo estoy aquí. Y juntos, encontraremos una manera de sacarte de este lugar.
Elias lo miró, sintiendo cómo las lágrimas brotaban de sus ojos.
— ¿Por qué te importo tanto?
Lucien sonrió, una sonrisa triste pero sincera.
— Porque te amo, Elias. Y porque creo que, en algún lugar dentro de ti, todavía hay esperanza.
El atardecer sobre Londres
Mientras Lucien y Elias hablaban, el atardecer caía sobre Londres, tiñendo el cielo de tonos rojos y naranjas que parecían sangrar sobre la ciudad. La niebla se hacía más espesa, envolviendo las calles en un manto de misterio y peligro.
En los bajos fondos de Londres, Jack el Destripador caminaba entre las sombras, invisible, intangible, como un fantasma que solo existía en los peores sueños de los hombres.
Sus pasos no hacían ruido sobre el empedrado húmedo; sus manos, enfundadas en guantes negros, se movían con la precisión de un cirujano. Pero no era la vida lo que buscaba, sino la muerte.
— Ángel caído — susurró Jack, con una voz que apenas era un susurro — Pronto serás mío.