Amor En La Niebla De Whitechapel

El Susurro De Las Rosas

El jardín de las sombras

El invierno comenzaba a ceder, sus garras de hielo derritiéndose en gotas que resbalaban por los ventanales de la mansión Fairchild como lágrimas de despedida. En el jardín, los primeros brotes de narcisos asomaban entre la tierra oscura, tímidos testigos de una primavera que se atrevía a respirar. Pero bajo ese renacer, algo podrido se escondía entre las raíces.

Las mañanas de Elias

Elias despertaba al alba, cuando la luz aún era un susurro azul. Las pesadillas, que antes lo estrangulaban, ahora se desvanecían como niebla bajo el tacto de Lucien. Cada mañana, Lucien llegaba con el amanecer, trayendo consigo el aroma a café recién molido y hojas de papel en blanco para que Elias dibujara.

—Hoy soñé que pintábamos el cielo —murmuró Elias una mañana, sus dedos trazando líneas abstractas en el papel— Tú con tus manos doradas, yo con mis alas rotas.

Lucien se inclinó sobre su hombro, observando el dibujo: un pájaro enredado en espinas, sus plumas teñidas de rojo y oro.

—Las alas rotas vuelven a crecer —susurró, besando su sien— Más fuertes.

Eleanor los observaba desde la puerta, una taza de té humeante entre las manos. Su sonrisa era un puente entre el dolor y la esperanza. Pero en el jardín, tras los cristales empañados, Thomas podaba los rosales con manos que temblaban de ansiedad.

El jardín y el jardinero

Thomas trabajaba bajo el sol pálido, su sombrero de paja ocultando los ojos grises que seguían cada movimiento de Elias. Las rosas que plantaba eran blancas, siempre blancas, como las que dejaba caer bajo el balcón al caer la noche.

—Señor Thomas —la voz de Eleanor lo hizo estremecer—, ¿cree que los tulipanes florecerán pronto?

Él se enderezó, limpiándose las manos en el delantal manchado de tierra.

—Sí, milady —respondió con una voz ronca, educada— La primavera es… generosa con los pacientes.

Eleanor asintió, pero su mirada se clavó en las rosas blancas que decoraban el borde del sendero.

—¿Por qué solo planta rosas blancas?

Thomas esbozó una sonrisa que no alcanzó sus ojos.

—Simbolizan la pureza, milady. Algo que vale la pena proteger.

Eleanor se alejó con un frío recorriéndole la espalda. Algo en aquel hombre le recordaba a las sombras que acechaban en su pasado.

La sospecha de Lucien

Lucien no compartía la calma de Eleanor. Había comenzado a investigar al jardinero, siguiendo el rastro de un nombre falso y manos demasiado delicadas para cavar tumbas de flores. En el mercado, una vendedora de semillas le contó entre susurros:

—Ese hombre llegó hace semanas, preguntando por la familia Fairchild. Dijo que era un viejo amigo…

Esa noche, Lucien revisó los registros de empleados. El nombre "Thomas Green" no existía antes de diciembre.

—Elias —dijo, entrando en la biblioteca donde el joven leía junto al fuego—, ¿recuerdas a alguien llamado Thomas en tu infancia?

El libro se cerró con un golpe sordo. Elias palideció, sus ojos celestes nublando como un cielo antes de la tormenta.

—Thomas… era el hijo del jardinero. Él… —la voz le quebró— Él fue mi primer amor.

Lucien sintió el peso de la revelación como un puñal.

—¿Qué le pasó?

—Mi padre lo echó cuando nos descubrió. Nunca supe más de él…

Pero en el jardín, una rosa blanca yacía sobre el alféizar de la ventana.

El mensaje en la noche

Esa madrugada, Elias despertó con un escalofrío. La luna, llena y fría, iluminaba algo en el jardín. Al asomarse, vio a Thomas de pie entre los rosales, sosteniendo una rosa blanca. Sus labios se movieron en un susurro que atravesó el cristal:

—Ángel caído…

Elias retrocedió, tropezando con el sillón. Cuando volvió a mirar, Thomas había desaparecido. Pero en la ventana, clavado con una espina, había un pergamino enrollado:

Las rosas blancas mueren sin el calor de su dueño. Pronto vendré por ti, Elias. —J

El corazón de la tormenta

Al amanecer, Lucien encontró a Elias temblando en el rincón de la habitación, el pergamino arrugado en sus manos. Sin palabras, lo abrazó, jurando en silencio que ninguna sombra tocaría a su amor.

—No es Thomas —murmuró Elias contra su pecho— Es…

—Jack —completó Lucien, recordando los informes de crímenes con rosas blancas dejadas en cada escena— Y esta vez, no huiremos.

Mientras tanto, en el jardín, Thomas cavaba un hoyo más profundo que los demás. Dentro, depositó un cuchillo manchado de tierra y una foto descolorida de Elias sonriendo a los doce años.

—Pronto, ángel —susurró—. Volverás a ser mío.

La primavera rugió con un trueno lejano. En la mansión Fairchild, las luces se encendieron una a una, iluminando batallas que aún no comenzaban.

Pero en el jardín, bajo la tierra fértil, las raíces de las rosas blancas se enroscaban alrededor de secretos que pronto florecerían… en sangre.




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