Amor En La Niebla De Whitechapel

La Elección De Elías

El trueno rugió sobre la mansión Fairchild, sacudiendo el suelo con su furia. Elias se quedó paralizado entre las sombras del jardín, la tormenta empapando su ropa, pegando sus cabellos dorados a su frente. Frente a él, Jack sonreía con esa mueca burlona y cruel, su abrigo negro ondeando como las alas de un cuervo.

Thomas, aún en el suelo, trataba de incorporarse, pero la herida en su costado lo hacía jadear de dolor. Sus ojos grises, aquellos que alguna vez le habían prometido amor y devoción, ahora solo reflejaban desesperación.

Lucien y Eleanor llegaron corriendo, con el agua golpeando sus rostros como agujas heladas.

—Elias, retrocede —dijo Lucien, su mano buscando la espada que siempre llevaba escondida en su abrigo.

Jack rió bajo, con esa calma que erizaba la piel.

—Oh, querido Lucien… siempre el caballero protector. Pero dime, ¿realmente puedes salvarlo esta vez?

Elias tragó saliva, sus ojos azules fijos en Jack.

—¿Por qué haces esto? —su voz temblaba, pero en su interior, una furia dormida despertaba—. ¿Por qué a mí?

Jack inclinó la cabeza, como si lo observara con fascinación.

—Porque es lo que siempre ha sido, Elias. Tú eres mío. Siempre lo has sido.

Elias negó con la cabeza, un escalofrío recorriendo su espalda.

—No lo soy.

Jack suspiró, fingiendo decepción.

—Ah, pero el destino ya decidió por nosotros, ¿no crees? Igual que lo hizo con Jonathan y yo, hace más de un siglo.

Lucien entrecerró los ojos.

—¿De qué demonios estás hablando?

Jack esbozó una sonrisa sombría.

—Oh, Lucien… eres un hombre brillante, pero en esto, eres ciego. Elias y yo… hemos jugado este juego muchas veces antes. En otras vidas, en otras épocas. Siempre termina igual… pero esta vez, quiero cambiar el final.

Elias sintió su estómago caer en un abismo.

—¿Otras vidas…?

Jack dio un paso adelante.

—¿Nunca has sentido que tu vida no te pertenece del todo? ¿Nunca has tenido sueños que parecen recuerdos? ¿Imágenes de lugares que jamás has visitado?

El rostro de Elias palideció. Porque sí… sí los había tenido. Sueños de una mansión que se incendiaba. De un balcón donde besaba a un hombre de ojos oscuros. De un cuchillo ensangrentado entre sus manos. Thomas, con su voz ronca por el dolor, murmuró:

—No lo escuches, Elias… él solo quiere manipularte.

Pero Elias ya no estaba seguro de qué era real. Lucien apretó los dientes.

—Jack, no tienes poder aquí.

Jack rió.

—¿No lo tengo?

Levantó una mano, y la tormenta pareció rugir con más fuerza. Un relámpago iluminó su rostro, y por un instante, Elias vio algo imposible: sus ojos, que siempre habían sido oscuros, reflejaban un fulgor rojizo, como si algo más habitara dentro de él.

—No es posible… —susurró Eleanor.

Jack se volvió hacia ella con una sonrisa afilada.

—Oh, Eleanor… ¿acaso creíste que en tu preciosa familia Fairchild no corría la magia?

Ella retrocedió.

—No…

Jack chasqueó la lengua.

—Tu abuelo lo sabía. Por eso quemó los registros. Por eso intentó romper el ciclo. Pero el destino… el destino siempre encuentra la manera.

Elias sintió que le faltaba el aire.

—¿Qué… qué quieres de mí?

Jack extendió la mano.

—Solo lo que siempre ha sido mío.

Elias sintió un escalofrío recorrer su columna. En algún lugar de su alma, algo reconocía esas palabras.

—No…

Lucien se interpuso entre ambos.

—No dejaré que lo toques.

Jack chasqueó los dedos, y un viento invisible empujó a Lucien contra el suelo. Elias gritó, corriendo hacia él, pero Jack lo detuvo con una sola mirada.

—No luches contra esto, ángel caído. No esta vez.

Las sombras a su alrededor se alargaron, acercándose como garras de un abismo sin fondo. Thomas reunió la poca fuerza que le quedaba y tomó la daga escondida en su bota. Se arrastró por la hierba mojada y, con un último esfuerzo, hundió la hoja en la pierna de Jack. Jack siseó de dolor, tambaleándose hacia atrás.

—Maldito jardinero entrometido…

Pero Thomas no le dio oportunidad de reaccionar.

—¡Corre, Elias!

Elias parpadeó, confundido.

—¿Qué?

—¡Corre! —gritó Thomas—. ¡Huye ahora!

Pero Elias no podía moverse. Jack se enderezó, sacando la daga de su pierna con una mueca.

—Thomas… siempre tan molesto.

La lluvia caía con más fuerza. El trueno rugió de nuevo. Elias sintió que el tiempo se detenía.

Jack.
Lucien.
Thomas.
Eleanor.

Todo pendía de un hilo. Y en ese momento, supo que tenía que tomar una decisión. Huir… o enfrentar el destino.

El frío se clavó en su piel. Y Elias eligió




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