Elias sintió que el mundo se tambaleaba a su alrededor. Todo encajaba de golpe, como piezas de un rompecabezas que su mente se había negado a armar. Thomas, con su rostro cubierto de sudor y sangre, lo miraba con una sonrisa torcida.
—Oh, Elias… siempre fuiste tan hermoso cuando estabas asustado.
Lucien se puso en pie con dificultad, tambaleándose por el golpe que había recibido.
—No puede ser…
Eleanor, paralizada por el horror, susurró:
—Jack el Destripador…
Thomas inclinó la cabeza, con la daga aún goteando sangre en su mano.
—Al fin alguien lo dice. ¿Qué les tomó tanto tiempo?
Elias retrocedió, su cuerpo temblando. En su mente, la realidad comenzó a desmoronarse. Las luces cegadoras del escenario. El aire viciado del club nocturno. El ardor de las miradas sobre su piel desnuda. Y entre todos aquellos ojos… los de él. Un cliente de sonrisa afilada, con dedos fríos y una voz que siempre murmuraba lo mismo:
Nadie más te tocará. Solo yo.
Elias sintió que la náusea lo ahogaba.
—No… no puede ser tú…
Thomas sonrió, acercándose lentamente.
—Ah, pero sí lo es. Te observé durante meses. Desde el primer día que te pusieron en el escenario… desde la primera vez que vi cómo intentabas esconder el miedo tras esos movimientos perfectos.
El cuerpo de Elias se tensó. No quería recordar. No quería volver a ese lugar.
Lucien dio un paso adelante, su ira brillando como un filo cortante.
—Aléjate de él.
Thomas soltó una carcajada.
—¿Y si no quiero?
Lucien no respondió. Su expresión se endureció, y en un movimiento veloz, sacó un revólver de su abrigo y lo apuntó a la cabeza de Thomas.
—Te lo advierto…
Pero Thomas solo sonrió.
—¿Realmente crees que una bala me detendrá, Lucien?
Elias sintió su cuerpo temblar. Su mente gritaba que corriera, que escapara, pero sus piernas estaban clavadas en el suelo. Las luces del club volvieron a danzar en su memoria.
El humo de los cigarros. Los murmullos. Los billetes deslizándose entre sus muslos. Y él… siempre él.
Baila para mí, Elias. Quiero ver cómo te entregas.
La náusea lo golpeó con fuerza.
—Déjame en paz… —susurró, sintiendo que el aire lo ahogaba—. Déjame… en paz.
Thomas inclinó la cabeza, su sonrisa ensanchándose.
—Pobre Elias… ¿aún crees que puedes escapar?
De pronto, Lucien disparó. El sonido del disparo retumbó en la tormenta, y Thomas se tambaleó hacia atrás con un gruñido. Pero no cayó. Lucien palideció.
—¿Cómo…?
Thomas soltó una carcajada oscura.
—Ah, Lucien… realmente pensaste que sería tan fácil.
Elias sintió que el horror se cerraba sobre él como una garra invisible. Thomas, su antiguo primer amor.
Thomas, el jardinero de las rosas blancas. Thomas, el hombre que lo había observado desde las sombras.
Thomas, el destripador.
Y ahora, venía por él.
Huir o caer
Elias sintió su cuerpo ceder. Sus piernas fallaron y cayó de rodillas en la hierba mojada. Pero antes de que pudiera derrumbarse por completo, unos brazos cálidos lo envolvieron.
Lucien.
Elias se aferró a él con desesperación, enterrando el rostro en su pecho, sintiendo su corazón latir con fuerza.
—No dejes que me lleve… —susurró, con la voz rota—. No dejes que me toque otra vez…
Lucien lo sostuvo con firmeza, su agarre protegiéndolo del frío, del miedo, de las sombras del pasado.
—Nunca —murmuró, acariciando su cabello—. Nunca dejaré que vuelva a tocarte.
Thomas los observó, con su sonrisa ladeada.
—Qué conmovedor… pero Elias, sabes que esto no ha terminado.
Elias se aferró más a Lucien.
No.
Esta vez no iba a ceder. No volvería a ser una presa. Las sombras podían haber marcado su vida, pero esta vez, lucharía. Porque en los brazos de Lucien, Elias no era solo una víctima.
Era alguien que merecía ser libre.. Y esta vez, lo sería.