Amor en penumbas

Capítulo 1: Triana

Un nuevo golpe me sobresalta y maldigo para mí misma al darme cuenta que es una cuchara que cayó al suelo. La levanto, la dejo sobre la isla y estiro la mano en busca de la copa de vino, la agarro y bebo hasta terminarla.

Dos semanas pasaron desde mi ataque en el restaurante de mis padres y creo que nunca podré superarlo sin importar cuanto lo intente. No tengo muchos recuerdos de esa noche, nada más la policía entrando y luego llevándome a casa. Me desperté a la mañana siguiente en casa de mis padres sin estar segura que fuera verdad.

No ayuda saber que el hombre escapó, pues llegó la policía antes de que lograra entrar a la despensa y salí ilesa, gracias a Dios y a Josh. Fue un consuelo saber que no logró su cometido, aun así, está ahí afuera y no pude identificarlo sin importar cuanto intentara recordar algo. Mi mente se bloqueó.

Mis padres querían que me quedara con ellos en su casa, lo hice durante tres días y luego necesité irme. No podía soportar que estuvieran encima de mí todo el tiempo, en especial mi padre. Ya suficiente tenía con verlos en el trabajo. Los amo, pero la distancia puede ser buena.

Los convencí a todos de que estaría bien sola y lo estoy, en especial teniendo a Kenny y a Milka de vecinos.

He tenido algunas pesadillas y no me quedó más sola cocinando en el restaurante. Me da miedo y papá no lo permite.

Y ya debería dejar de pensar en ello. El psicópata no regresará, dudo que lo haga después de su fracaso y sabiendo que la policía lo está buscando.

Agarro la botella de vino, relleno mi copa y echo un poco sobre la salsa. Amo el sabor del vino en las comidas, en especial en los postres y cocinar es mi forma de calmar los nervios y hacerme olvidar del mundo. Es mi terapia.

Un golpe en la puerta me lleva a levantar la cabeza y acelerar mi corazón.

«Tranquila, Triana, es posible que sean tus padres que no se conforman con un mensaje diciendo que estoy bien». 

Usualmente creería que se trata de Milka o de Kenny porque viven al lado, pero se fueron hace una semana a Irlanda como una luna de miel tardía. No regresaran hasta dentro de una semana.

Si fuera el psicópata, no golpearía sabiendo que revisaré antes de abrir.

Agarro el gas pimienta del interior de mi bolso y me acerco a la puerta, miro por la ventana y suspiro de alivio.

Abro la puerta y le sonrío a Josh.

—¿Qué haces aquí?

—No vine porque tus padres me lo pidieran—sonríe y frunce el ceño mirando mi mano—. ¿Vas a echarme eso? Me he portado bien.

Río y lo dejo pasar.

Si estoy bien, es gracias a él que llamó a la policía. Aunque yo podría haber llamado, probablemente me hubiera quedado sin batería antes de poder dar mi ubicación y responder las preguntas que me hubieran hecho.

—Lo siento. Milka y Kenny no están en su casa y en la otra casa los ancianos se fueron de vacaciones o se mudaron, no lo sé porque no eran sociables y vi que se fueron y no regresaron—me hago a un lado para que entre y cierro la puerta con ella—. Ven a la cocina, estoy terminando la cena.

Josh me sigue y manifiesta el delicioso aroma.

—Sí, una tristeza que mi ex esposo esté de luna de miel con su actual esposa. No me enojo porque ella me agrada y lo hace feliz. Además, le soy fiel hasta la muerte—sonrío. El humor de Josh es único—. Ni voy a preguntar que estás cocinando porque nunca entiendo.

—Chuletas de cerdo con salsa scarparo y ensalada fresca. Nada elaborado.

—Para ti—toma asiento en una banqueta—. Para mí hasta el huevo hervido es complejo.

—¿El huevo hervido es complejo?

—Si lo saco antes, está crudo; si lo saco después del tiempo estipulado, es sobrecocción; si no le pongo el agua que va y la controlo, se evapora y se quema todo. Algo simple para mí es una ensalada.

Suelto una carcajada y saco una cerveza del refrigerador para él. Josh bebe vino, pero prefiere la cerveza y procuro tener algunas para él. Yo suelo acompañarlo, pero esta noche no porque ya comencé bebiendo vino y no quiero terminar ebria. Las mezclas de bebidas alcohólicas no se me dan bien.

Pruebo la salsa con la cuchara de madera, saboreo y le echo un poco de sal. Miro a Josh.

—¿Tengo algo en la cara?

—¿Qué? No ¿Por qué?

—Me estás mirando fijo y raro.

Sacude la cabeza.

—No, yo solo te miraba… admiro tu amor por la comida.

Apago el fuego de la sartén, coloco la tapa y la dejo a un costado para ponerme a hacer la ensalada mientras las chuletas terminan de cocinarse en el horno.

—No puedo evitarlo. Amo cocinar. ¿Y a ti cómo te va?

—Mamá dice que soy mejor que papá porque no he quemado nada, pero lo poco que he cocinado no me ha salido tan bien. Aun así, sigo firme en aprender para no ser un completo inútil y no tener que mendigar comida a mi familia cuando los delivery están en huelga. Hasta ahora estoy un paso arriba de inútil, pero no tanto.



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En el texto hay: humor, acosador, romance

Editado: 16.06.2024

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