Amor entre líneas

04

Al día siguiente, la editorial se llenó de murmullos. Y eso solo podía significar dos cosas: o alguien se olvidó de poner el café en la máquina… o había una visita.

—¿Viste al nuevo? —preguntó Clara, casi empujando a Amelia contra la pared como si fueran espías.

—¿Nuevo qué?

—Nuevo diseñador gráfico freelance. Lo contrató Adrián para renovar portadas. Entró como si estuviera haciendo un comercial de perfume. Cabello perfecto, sonrisa de villano reformado. Se llama Leo. Leo Valdés. Dime que ese apellido no suena a “protagonista secundario pero guapísimo que viene a causar caos”.

—Estás exagerando.

Clara se hizo a un lado justo a tiempo para que Amelia lo viera.

Y sí. Exageración nada.

Leo era todo lo que las comedias románticas usan para desestabilizar a la protagonista: alto, desenfadado, con esa vibra artística de “vivo de ilustrar cosas bonitas y hacer sentir cosas raras a gente emocionalmente frágil”.

Y lo peor: parecía conocerla.

—¿Amelia? —dijo él, acercándose con una sonrisa radiante.

—¿Nos conocemos? —preguntó ella, dudando.

—Valdés. Escuela de arte. Taller de narrativa. Tú eras la que escribía cosas oscuras y se reía sola corrigiendo los finales, ¿no?

Ella se quedó un segundo en blanco, luego soltó una risa.

—¡Claro! Tú eras el que ilustró a un dragón triste para un cuento infantil.

—Y tú me dijiste que el dragón parecía mi ex.

Rieron. Y justo ahí, justo ahí, Adrián pasó por el pasillo, deteniéndose un milisegundo al verlos.

El tipo de milisegundo que lo dice todo.

—¿Viejo amigo? —preguntó más tarde Clara, con media ceja levantada.

—Algo así. Apenas nos cruzamos en un taller hace años.

—Ajá… y ahora te mira como si fueras el primer café del día.

Esa tarde, Amelia recibió otro correo. Corto. Formal. Demasiado formal.

De: Adrián C.

Asunto: Correcciones

“Buen avance en el capítulo. Te sugiero revisar la escena del reencuentro. A veces, menos es más. Y lo sugerido dice más que lo dicho.”

Ella no pudo evitar sonreír.

Adrián lo había leído. Y lo había notado.

Pero no iba a decir nada. No todavía.

Y ahora había alguien más que sí lo decía todo. Con sonrisas, miradas largas y una facilidad para hacerla reír que no necesitaba manual de instrucciones.

El juego acababa de cambiar.

Leo no tardó ni dos días en convertirse en el nuevo favorito de la oficina.

Tenía carisma, repartía stickers personalizados como si fueran caramelos y, para colmo, traía postres caseros “porque cocinar me relaja”.

Obvio.

Amelia, por su parte, no podía evitar sonreír cada vez que Leo aparecía. No solo porque era genuinamente divertido, sino porque verlo interactuar con el resto era como ver una comedia romántica con banda sonora de violines y planos bien iluminados.

Y Adrián lo notó.

No decía nada. Pero lo notó.

—Buen trabajo con el capítulo nuevo —dijo un día, en su oficina—. Pero siento que el personaje masculino... está cambiando.

—¿Cambiar es malo?

—Depende. Está siendo más... pasivo. Como si no supiera qué quiere.

Amelia lo miró con una ceja arqueada.

—¿Hablas del personaje o de ti?

Adrián no respondió de inmediato. Ni siquiera levantó la mirada del papel.

—Estoy hablando como editor —respondió finalmente, cortante.

Ella se levantó, molesta y confundida.

—Perfecto. Entonces escucharé la opinión del diseñador sobre la portada también. Ya que estamos.

Cerró la puerta con más fuerza de la necesaria.

---

Esa misma tarde, Leo se acercó a su escritorio con una taza de chocolate caliente y una pregunta:

—¿Y si salimos a caminar mañana después del trabajo? Hay una feria de libros usados. Podría necesitar tu ojo literario para evitar comprar más novelas sobre gatos que resuelven crímenes.

Amelia se rió.

—Solo si me dejas elegirte al menos un libro serio.

—Trato hecho. Pero si aparece un gato detective… lo adopto.

Desde el pasillo, Adrián pasó con un documento en la mano. No miró directamente, pero el gesto en su mandíbula tensándose era imposible de ignorar.

Más tarde, ella encontró un mensaje suyo.

De: Adrián C.

Asunto: Sobre el personaje

“Releyendo tu historia, pensé en algo: a veces el problema no es que él no sepa lo que quiere. A veces sí lo sabe… pero cree que no tiene derecho a desearlo.”

Amelia se quedó mirando la pantalla.

Leyó y releyó la frase. Y luego la copió en su cuaderno de ideas, sin cambiarle una sola coma.

Lo sabía.

Y no lo decía.

Pero miraba.

Y cada vez miraba más.



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En el texto hay: amor, comedia celos, romance y humor

Editado: 16.05.2025

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