Amor Ilegal.

Prólogo



Tamara ese día se despertó con todos los ánimos. Era su cumpleaños número dieciocho, y ansiaba que la tarde llegará; cogió las delgadas sábanas con las dos manos y se cubrió la cara con ellas. Cerro sus ojos y grito con todas sus fuerzas.  
—¡Al fin soy legal!—.  
A su lado en la pequeña mesa estaba el pequeño despertador que su padre le había traído de uno de sus viajes.  
Con emoción puso los pies sobre el frío piso y se miró frente al espejo. En su rostro había una sonrisa amplia y reluciente. Cogió con ambas manos todo su cabello y lo amarro con una goma.  
Pronto su alarma hizo ruido y se no se molestó en apagarla. Abrió ambas puertas de su viejo armario y saco su uniforme. Con rapidez se arregló para la escuela y cogió la mochila que siempre dejaba al lado de su espejo. Se acomodó la correa de su bolso y con entusiasmo salió al encuentro de sus padres.  
Recorrió con brincos el pequeño corredor hasta que llegó a la cocina. Y se dejó caer en su silla favorita.  
—Hola mi amor—. Le dijo su madre. Una mujer de cabello castaño y lacio recogido en un moño desordenado. Los años ya se le notaban, pues cada vez se le veían más esas arrugas al lado de sus ojos, al igual que ese brillo en ellos. 
—Hola, ¿Papá?—. Tamara miró extrañada a su madre quien sólo negó con la cabeza.  
Hacía unos pocos días que le había dicho su padre, que quizá el saldría de viaje el día de su cumpleaños.  
Y así había sucedido, su padre nuevamente no estaba en su día especial.  
—No importa amor, el me dijo que cuando estuviese de regreso. Te daría una sorpresa—. 
Tamara desayuno con un nudo en el estómago, le costaba tanto entender el trabajo de su padre.  

Diez minutos más tarde ella estaba en la parada del autobús, el sol se asomaba por los edificios de aquel lugar. Iba temprano a la escuela y eso era un poco raro para todos. Principalmente para sus vecinos, quienes ya estaban acostumbrados a verla correr todas las mañanas a la espera del bus. Quizá con el cabello aún escurriendo y hecho un desastre, o con el cierre de su bolso abierto y tirando los libros por todo el camino   
A lo lejos vio el bus, casi vacío. Cogió su móvil y conecto sus audífonos, escuchaba felizmente su banda favorita, el día de su cumpleaños.  
—Buenos días Tamara—. El chofer la saludo. La conocía muy bien, pues era uno de sus vecinos.  
Ella le sonrió con gratitud y se pasó de largo, escogió un asiento cerca de la puerta trasera, y se entretuvo todo el camino mirando por el cristal. 
Era emocionante ir un viernes al colegio temprano, con comida en el estómago, bien arreglada, y sin tráfico. 
Su cumpleaños había empezado de maravilla, saco de su mochila su novela favorita y se dispuso a leer un poco.  
Sintió el aire filtrarse por sus ropas y eso la hizo salir de su concentración, miró hacia el frente y vio al chófer señalar hacia el otro lado de la calle, ella no dudó en hacerlo y se dió cuenta que estaba justo frente a su instituto. Con un sonrojo se puso de pie y bajo de la unidad. 
Había infinidad de estudiantes caminando por la calle, vestidos con el mismo uniforme que el de ella. 
—¿Tamara?—. Hablo una voz femenina, que hizo que Tamara se quitará los audífonos y se volviera hacia donde la habían llamado.  
—¿Estás bien?, ¿Paso algo?—. Su mejor amiga estaba de pie ahí frente a ella.  
—Si, hoy si escuché el despertador—. Tamara sonrió.  
Su mejor amiga era una chica loca y traviesa, vivía a dos calles del instituto, esa era la razón por la que ella siempre llegaba temprano. La conoció el primer día de clases, cuando se había perdido en uno de los edificios de su campus. Se volvieron inseparables desde el primer día que se miraron.  
—¡Hay ajá!—. Su mejor amiga se burló de ella.  
—Es enserio Mare—. 
Marlen la conocía a la perfección, y sabia que su mejor amiga estaba emocionada por su cumpleaños.  
Gracias a eso, Marlen había tenido tanto tiempo para preparar todo.  
Hizo que el padre de Tamara le dijera que se iría de viaje, cuando en realidad había salido ese día a comprar las cosas que les hacían falta.  
—No, está bien te creo—. 
Ambas sonrieron y se dirigieron a sus clases, les esperaba un día un poco pesado, principalmente Marlen quien tenía prueba de inglés ese día. Y ella era pésima en idiomas. 
El día había transcurrido bien, a como esperaba Tamara. 
Con emoción salió de su facultad y se dirigió a la pequeña bodega de sus padres. Se encontraba justo frente al pequeño zócalo de su pueblo. Y era viernes el día que había un poco más de movimiento.  
Cruzo la calle y se despidió de Marlen, esperando que su mejor amiga la felicitara pero no lo hizo. Extrañada y con los ánimos bajos se dirigió a su destino. 
Había gente  por todos lados, y en cada uno de las pequeñas bodegas. 
A pesar de ser un poco tarde la gente no disminuía. 
—¡Hola Manuel!—. Saludo al chico que estaba al lado de su local. Quien le respondió con una sonrisa y un guiño.  
—Disculpa mamá, se me ha hecho un poco tarde, me he entretenido en la sala de cómputo, tenía que imprimir un trabajo para la clase de anatomía. 
—No importa amor, ayúdame a cobrar de este lado—.  
Y así la tarde se le pasó rápidamente, entre risas y cuentas la hora de su comida llegó. La gente había disminuido un poco y con ayuda de los demás trabajadores se dieron abasto.  
Sus padres compraban toneladas de verduras y las vendían en la pequeña plaza de su pueblo. Algunas veces su padre iba a traer la mercancía a otros lugares y era por eso que no estaba en casa.  
Tamara se dejó caer en la silla y miró su computador. Evaluando las cuentas que su madre había hecho ignorando por completo que su madre se había ido. 
Estaba tan concentrada que no se dió cuenta cuando un cliente se paró al lado de ella.  

—Me gustaría comprar dos cajas de tomate—. Dijo una pequeña voz.  
Tamara desvió la vista de la pantalla de su computador y miró a la persona que estaba a su lado. Se impresionó cuando lo miro. Era un niño como de seis años, vestido con un uniforme azul, y con una botella de gaseosa en sus manos. 
—En serio pequeño—. Ella sonrió. 
Se dió cuenta de que en niño era lindo, quizá el niño más lindo que hubiese visto antes. 
Tenía los ojos grandes y de color oscuro, adornados por unas largas y espesas pestañas rizadas, una nariz pequeña y unos labios rosados. Su cabello era igual de oscuro que sus ojos y un poco rizado. Ella lo estudio de pies a cabeza y se dió cuenta que el niño sonreía, su piel ligeramente morena hacia contraste con el azul de su uniforme y un fue consiente de que lo estaba mirando tan detenidamente que Carlos el empleado sonrió y hablo por ella. 
—Claro que si joven por las dos cajas serían seiscientos cincuenta pesos—.  
El niño asintió y se perdió del lugar. Tamara registro esa venta y se volvió hacia donde Carlos y el niño se habían ido.  
Ambos estaban con un señor mayor, de cabello cano y muy bien vestido. 
El pequeño estaba parado frente a su auto, un carro moderno de una marca muy conocida.  
<<Es curioso, un señor de dinero comprando dos cajas de tomate. ¡Que está pasando!>>.  Ella pensó y no lograba entender eso. 

<<Y debo decir que ese hombre tiene un niño muy lindo, quizá algún día yo tenga un hijo así de lindo>>.  
Un calor en su pecho se instaló al imaginarse con una familia, llena de amor y respeto, pero sobre todo con un niño específicamente igual de lindo que aquel pequeño extraño. 
 




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