Amor Imposible

CAPITULO 3.UN SECRETO COMPARTIDO

Capítulo 3: Un secreto compartido

Después de la noche de la tormenta, la conexión entre Elena y Leo se hizo más profunda. Sus conversaciones ya no se trataban solo de música o películas; ahora, se basaban en la certeza silenciosa de que se entendían el uno al otro de una manera que nadie más lo hacía. Elena revisaba su teléfono constantemente, con una sonrisa tonta que se le escapaba cada vez que veía una notificación de él. Ese sentimiento de completa y absoluta felicidad era tan nuevo que la asustaba.

Fue un lunes por la tarde, mientras estaba en el sofá, inmersa en una conversación con Leo sobre una banda de rock que él le había recomendado, que su hermana mayor, Sofía, entró a la sala.

Sofía era la observadora de la familia. Con solo un año más, era su confidente y su mayor tormento. Se dejó caer en el sillón de enfrente y, con una mirada burlona, notó la sonrisa de Elena.

—¿Y a ti qué te pasa? —preguntó Sofía, fingiendo desinterés mientras tomaba su propio teléfono—. Pareces un comercial de pasta de dientes.

Elena se puso roja de inmediato y escondió el teléfono en su regazo.

—Nada. Solo… estoy hablando con un amigo —murmuró, su voz más aguda de lo que pretendía.

Sofía no se lo tragó. Con la rapidez de un depredador, se levantó y se sentó al lado de Elena, acercándose para echar un vistazo a la pantalla.

—¿Un "amigo"? A ver. ¿Quién es el afortunado que te tiene pegada a ese teléfono como si fuera oxígeno?

Elena se resistió, cubriendo la pantalla con la mano. La presión de su mirada era casi insoportable.

—Es solo un chico de la iglesia. Apenas lo conozco —mintió, aunque sabía que, después de tres meses, esa excusa ya no era válida.

Sofía, con una sonrisa pícara, se apartó.

—Ah, claro. El misterioso chico de la iglesia con rulos. Te he visto mirarlo —dijo, y las palabras se sintieron como un golpe directo al corazón de Elena—. ¿No me vas a decir que te gusta?

La pregunta la tomó por sorpresa. Elena sintió que el aire se le iba de los pulmones. Era una cosa sentirlo por dentro, en la seguridad de su mundo privado. Pero era otra muy distinta escucharlo en voz alta, de la persona que mejor la conocía.

—¡Claro que no! —exclamó Elena, con una vehemencia que no le pertenecía—. Solo… hablamos. Es todo.

Sofía se rio suavemente y se levantó, dejando a Elena con la cara ardiendo.

—Tranquila. Es obvio que te gusta —dijo, con una última sonrisa antes de salir de la sala.

Elena se quedó sola, con el teléfono en la mano. Las palabras de Sofía se repetían en su mente. Ya no podía negarlo. El secreto que había guardado tan celosamente ya no era solo suyo. Y la idea de que su amor imposible pudiera volverse público la llenó de un miedo y una emoción que la dejaron sin aliento.

El silencio que dejó Sofía en la sala fue más ruidoso que cualquier burla. Elena se quedó inmóvil, sintiendo el calor de la vergüenza en su cara y el teléfono pesado en la mano. Las palabras de su hermana se repetían en su mente: "Es obvio que te gusta". Eran simples, directas, y tan verdaderas que la asustaron. La burbuja privada que había construido alrededor de su conexión con Leo se había pinchado, y ahora el secreto no era solo suyo; flotaba en el aire, tangible, visible para cualquiera que estuviera lo suficientemente cerca para verlo.

Decidió ignorarlo y volvió a la conversación con Leo. Escribió un par de frases cortas sobre la banda de rock que él le había recomendado, pero su mente estaba en otra parte. Sus respuestas, que antes eran fluidas y espontáneas, se sintieron rígidas y forzadas. No pasó mucho tiempo antes de que su pantalla vibrara con un nuevo mensaje de él, uno que no tenía que ver con música. "Parece que te perdiste. ¿Todo bien?" Su sensibilidad la tomó por sorpresa.

Con el corazón latiéndole fuerte en el pecho, Elena tomó una decisión arriesgada: ser honesta, al menos un poco. Le escribió sobre un "pequeño problema familiar", una excusa vaga pero lo suficientemente real como para explicar su repentino cambio de humor. La respuesta de Leo fue inmediata y tranquilizadora. "No tienes que decirme nada si no quieres, pero recuerda que no estás sola. Si necesitas desahogarte, estaré aquí." Sus palabras se sintieron como un abrazo, y Elena sintió que el muro de ansiedad que la rodeaba comenzaba a ceder.

Al ver su vulnerabilidad, algo en Leo también cambió. Después de un breve silencio, llegó un nuevo mensaje, esta vez con un tono más serio. "Elena, creo que deberíamos vernos. No solo los sábados en la iglesia. En persona. El mundo es muy grande y nuestras vidas están muy lejos, pero... creo que deberíamos intentarlo. ¿Qué dices?" La propuesta la dejó sin aliento. Un encuentro real. No un accidente, ni un ritual. Una cita.

Elena miró el mensaje, sintiendo una mezcla de emoción y pánico. La idea de ver a Leo fuera de la seguridad de la iglesia era la cosa más emocionante y aterradora que podía imaginar. Era un riesgo. Un paso hacia un futuro desconocido, donde sus dos mundos podrían chocar. Y justo en ese instante, en medio de la sala vacía, supo que tenía que decidir si estaba dispuesta a arriesgar su vida perfecta por la oportunidad de un amor que, por primera vez, no se sentía del todo imposible.




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