Amor Imposible

CAPITULO 4. EL ENCUENTRO EN LA LINERA FRONTERIZA

Capítulo 4: El encuentro en la línea fronteriza

La propuesta de Leo colgaba en el aire de la habitación de Elena como una promesa peligrosa. La miró una y otra vez en la pantalla de su teléfono. Era una pregunta tan simple, pero su respuesta significaba cruzar una frontera que, hasta ahora, solo había existido en su mente.

Decidió no dudar. No esta vez.

Tomó aire, escribió y borró un mensaje varias veces. Al final, solo envió una palabra.

"Sí."

La respuesta de Leo fue un simple corazón, pero se sintió como un torbellino en su estómago. En las siguientes veinticuatro horas, el plan se concretó: se verían en una cafetería a medio camino entre sus dos colegios, un punto neutral, una línea fronteriza entre sus mundos.

En los días previos, Elena se sintió como una extraña en su propia vida. Los sonidos de su casa, las preguntas de su padre sobre sus estudios, las burlas de Sofía sobre su "misterioso" chico, todo parecía lejano, como si estuviera viendo una película.

El viernes por la tarde, Elena pasó horas frente a su espejo. No se trataba de elegir un atuendo bonito, sino de encontrar el equilibrio perfecto. No podía parecer la chica del colegio privado, ni tampoco alguien que intentara ser lo que no era. Optó por unos jeans simples y un suéter, un uniforme de su propia elección.

La mentira a sus padres fue fácil y aterradora. Le dijo a su madre que se encontraría con una amiga de la clase de matemáticas para un proyecto. Su madre ni siquiera levantó la vista del periódico. Esa facilidad la asustó. Le recordó lo segura que estaba su vida, y lo frágil que se volvería si alguien descubría la verdad.

El sábado por la tarde, el aire se sentía distinto. Una mezcla de nervios y anticipación. El viaje en bus hasta la cafetería se sintió eterno. Cada persona en la calle, cada auto que pasaba, cada edificio desconocido le recordaba lo lejos que estaba de su zona de confort.

Llegó quince minutos antes de la hora acordada y se sentó en una mesa cerca de la ventana. Su corazón latía con la fuerza de un tambor. Miraba la puerta, temiendo que no apareciera, o que la persona que apareciera no fuera el Leo de sus mensajes y sus sueños.

Pero apareció. Y era él.

Estaba vestido de forma simple, con una sudadera con capucha que, de alguna manera, lo hacía ver más guapo. Su cabello rizado estaba un poco despeinado por el viento, y la sonrisa que se formó en sus labios al verla fue tan genuina que Elena sintió que el aire volvía a sus pulmones.

—Hola —dijo él, su voz grave como la recordaba.

—Hola —respondió ella, la voz más débil de lo que esperaba.

El silencio inicial fue extraño. Después de meses de conversaciones ininterrumpidas, se encontraron sin saber qué decir cara a cara. La pantalla que los protegía ya no estaba. La conexión era real. Y eso era abrumador.

—No sabía si ibas a venir —confesó Leo, rompiendo el hielo.

—Yo tampoco sabía si iba a venir —admitió Elena, y la honestidad la hizo reír—. Mentí para estar aquí.

Leo se rio, un sonido que le hizo cosquillas en el estómago.

—Yo no tuve que mentir. Solo tuve que llegar.

La camarera llegó y tomaron un café. Y entonces, las palabras comenzaron a fluir. Hablaron de todo: de sus escuelas tan diferentes, de sus clases. Elena le contó sobre su examen de matemáticas, y él, sobre los largos viajes en autobús que tenía que hacer para llegar a casa.

Leo no la miraba con la compasión que solía ver en sus amigas. La miraba con una intensidad que la hacía sentir que era lo único importante en su mundo en ese momento.

—¿Y por qué me miras así? —preguntó Elena, sintiendo el calor en sus mejillas.

—Porque... es mejor en persona. Pensé que sabía quién eras, pero… es diferente. Más real.

Las horas se les pasaron volando. El café se enfrió en la mesa, y el sol de la tarde comenzó a colarse por la ventana. Elena se sentía más libre de lo que jamás se había sentido en su vida. No había calendarios, ni expectativas. Solo ellos dos.

Y entonces, todo se derrumbó.

La puerta de la cafetería se abrió, y un chico con el rostro cubierto por una bufanda oscura, y el cuerpo ancho, entró rápidamente. Sus ojos, a pesar de estar casi ocultos, se encontraron con los de Leo. Hubo un destello de reconocimiento y, a la vez, de terror.

Leo se puso tenso al instante. La sonrisa se le borró de la cara, reemplazada por una frialdad que Elena nunca había visto.

—Tenemos que irnos —dijo él, su voz apenas un susurro.

—¿Qué pasa? —preguntó Elena, sintiendo un escalofrío.

Leo no respondió. Se levantó de la mesa, tomó la mano de Elena y la jaló hacia la puerta.

—Solo... sígueme. No hagas preguntas.

Salieron de la cafetería y comenzaron a caminar a paso acelerado. El chico de la bufanda también salió, pero en dirección opuesta. Elena, confundida y asustada, se resistió.

—Leo, ¿qué está pasando? Me estás asustando.

Él se detuvo en medio de la acera, su aliento visible en el aire frío. Se giró para mirarla, y la mirada en sus ojos era la misma que vio en la iglesia, pero magnificada. Una mirada que cargaba un secreto demasiado grande para él.

—Hay... hay gente que no me quiere aquí. Gente con la que tuve problemas en mi barrio. Y me vieron contigo.

—¿Problemas? ¿Qué tipo de problemas? —preguntó ella, la inocencia de su voz contrastando con la oscuridad de la situación.

Leo vaciló. La miró a los ojos, y por un segundo, Elena vio un abismo en su interior.

—No puedo contártelo, Elena. No todavía. Lo único que puedo decirte es que... si te quedas conmigo, tu vida perfecta va a dejar de ser perfecta. Este es el precio de mi mundo. Y me temo que ya te lo hice pagar.




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