Capítulo 5: La realidad tiene un precio
El aliento de Leo se mezclaba con la bruma fría de la tarde. Sus palabras, "Este es el precio de mi mundo", se clavaron en el pecho de Elena como un dardo helado. Su cuento de hadas se había desvanecido en un instante, reemplazado por una realidad cruda y aterradora.
Se quedaron allí, parados en medio de la acera, el sonido de las bocinas y el murmullo de la gente volviendo a la vida. Elena sentía el eco de su corazón martillando en sus oídos.
—¿Qué... qué significa eso, Leo? —preguntó, su voz apenas un susurro.
Él no la soltó. Sostenía su mano con una firmeza que parecía pedirle perdón y, a la vez, rogarle que se quedara.
—Significa que no soy el chico que crees que soy. Mi vida... no es tan sencilla.
Elena tiró de su mano, sintiendo una mezcla de miedo y traición. La dulce fantasía de su conexión se había roto.
—Me dijiste que no pasaba nada. Que era solo una cosa de la iglesia...
—Y lo era. Hasta hoy.
La mirada de Leo se endureció, pero había una tristeza profunda en sus ojos. Parecía una pared de hierro, inquebrantable, pero que se estaba desmoronando por dentro.
—Ese hombre... es un problema de mi pasado. Pensé que lo había dejado atrás. Pero parece que no.
—¿Qué tipo de problema? ¿Te debe dinero? —preguntó Elena, tratando de dar sentido a todo con su lógica de vida perfecta.
Leo soltó una risa amarga y se pasó una mano por el cabello.
—Ojalá fuera tan simple. Es... complicado. Mi familia... lo que hago para ayudarlos. Esas personas no se olvidan.
Elena no entendía. ¿Su familia? ¿Ayudarlos? ¿Qué hacía él? Su mente buscaba respuestas, pero solo encontraba más preguntas.
—¿Entonces me pusiste en peligro? ¿Me arrastraste a esto? —Su voz se quebró.
Leo la soltó y dio un paso atrás, como si se hubiera dado cuenta de que su cercanía la estaba dañando.
—No. Jamás haría eso. Solo... quería conocerte. Y fui un tonto. Fui egoísta.
—¿Egoísta? —exclamó Elena—. ¿Pensaste que podías hacer esto y que no tendría consecuencias?
El rostro de Leo se volvió sombrío.
—Lo único que quería era tener un poco de normalidad. Un poco de lo que tienes tú. Por eso me quedaba en la iglesia. Por eso hablaba contigo. Eres... eres como de otro universo.
—¿Y ahora qué? —preguntó ella, sintiendo el vacío que se abría entre ellos—. ¿Qué vamos a hacer?
—No lo sé —dijo Leo, y el sonido de esas palabras la destrozó. Era lo que más temía escuchar—. Te voy a llevar a la parada de tu bus. Y después de eso...
—¿Después de eso, qué?
—Después de eso, es mejor que no volvamos a hablar.
El corazón de Elena se detuvo. No podía ser. No después de todo lo que habían compartido. No después de haberse enamorado de él. No después de que él le prometiera que no estaba sola.
—No puedes hacer eso, Leo.
—Tengo que hacerlo. Es por tu seguridad. Si te ven conmigo de nuevo... no sé de lo que son capaces.
El resto del camino fue en un silencio pesado. Elena miraba el suelo, las lágrimas que no caían acumulándose en sus ojos. Leo caminaba un paso por delante de ella, como si no la conociera. El chico que le había prometido un mundo de libertad, ahora se lo estaba quitando.
Al llegar a la parada del bus, él se detuvo. Los miró a los ojos, una última vez.
—Por favor, Elena. Bórra mi número. Olvida que esto pasó.
—No puedo.
—Tienes que hacerlo. Si te preguntan, di que fue una cita a ciegas que salió mal. Di que no nos conocemos.
El bus de Elena llegó. La puerta se abrió. Él se hizo a un lado, permitiéndole subir. Pero ella no se movió.
—No te voy a olvidar. Y no voy a fingir que esto nunca pasó.
Leo no respondió. Solo le dio una última mirada, una mirada llena de dolor y arrepentimiento, antes de darse la vuelta y perderse en la multitud.
Elena subió al bus. Y no se atrevió a mirar hacia atrás.
EN CASA
Llegó a su casa. El olor familiar a comida recién hecha, la televisión encendida, el murmullo de la voz de su padre. Todo se sentía irreal. Su vida perfecta parecía una película, y la película que acababa de vivir se sentía demasiado real.
Su hermana Sofía fue la primera en verla. La miró a los ojos, y la sonrisa de burla se borró de su rostro.
—¿Qué pasó? —preguntó, con voz suave.
—Nada. Solo... el proyecto. No salió bien.
Sofía no dijo nada. Se acercó y la abrazó. Un simple gesto que hizo que las lágrimas que Elena había estado conteniendo se desbordaran.
—¿Quieres hablar de eso?
—No. Quiero... solo quiero dormir.
Esa noche, Elena no pudo dormir. Se sentó en su cama, con el teléfono en la mano. Su dedo se detuvo sobre el nombre de Leo. La conversación que habían tenido parecía un sueño. ¿De verdad había pasado?
Su corazón gritaba que no borrara su número. Que no lo dejara ir. Pero su mente le recordaba el rostro sombrío de ese hombre en la cafetería. El miedo que vio en los ojos de Leo. Y el ultimátum que le había dado.
La mañana siguiente, la rutina se sintió como una prisión. El desayuno con sus padres, las preguntas de su padre sobre sus clases... Todo era la normalidad que ella había anhelado, pero que ahora se sentía como una jaula.
En la tarde, su teléfono vibró. Un mensaje de un número desconocido. "Por tu bien, aléjate de Leo." No había nombre. No había firma. Solo la amenaza.
Elena sintió un escalofrío que le recorrió la columna vertebral. No era una coincidencia. Alguien los había visto.
Se puso de pie, su corazón latiendo con fuerza. Su primera reacción fue el pánico. Quería borrar su número, hacer lo que Leo le había pedido, volver a su vida perfecta y olvidar que él existía.
Pero, ¿cómo podía hacerlo? La noche anterior, él la había salvado de un futuro que no quería, y le había enseñado lo que era realmente el amor. Y ahora, él estaba en peligro.
Con las manos temblando, escribió un mensaje a Leo. "No voy a irme." No sabía si lo vería, no sabía si le respondería. Pero tenía que intentarlo.
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Editado: 22.09.2025