Amor Imposible

CAPITULO 7. EL PRECIO DE LA LIBERTAD

Capítulo 7: El precio de la libertad

La mano de Leo era firme, cálida, un ancla en medio del frío de la tarde.

El peso de su decisión se sintió pesado. Pero no había arrepentimiento.

El "sí" que le había dado era el "sí" a una vida que ella misma había elegido.

No la que habían planeado para ella.

Caminaron en silencio, sus manos unidas, cada paso un acto de desafío al mundo que los rodeaba.

El camino a la parada del autobús fue diferente.

No había ansiedad. No había miedo.

Había una certeza.

Una calma extraña, forjada por el peligro.

Se detuvieron en la parada, a la espera del autobús de Elena.

—¿Estás segura? —preguntó Leo, su voz un susurro.

Elena asintió.

—Nunca he estado tan segura de algo en mi vida.

Leo la miró a los ojos. En su mirada ya no había terror. Solo había amor y una gratitud profunda.

—Bien. Porque si vamos a hacer esto... tenemos que tener reglas.

—¿Reglas?

—No podemos vernos en la calle. No en lugares públicos. No podemos hablar por teléfono, solo por mensajes de texto.

Elena frunció el ceño.

—¿Por qué?

—Nos van a seguir. Y no podemos darles la oportunidad de encontrarte.

El corazón de Elena se hundió.

—¿Entonces no podemos vernos?

—No... No podemos. No hasta que esto termine.

El bus de Elena llegó. Las puertas se abrieron. El momento de la verdad había llegado.

—Espera —dijo Leo, sacando un pequeño teléfono viejo de su bolsillo—. Toma. Es un teléfono que nadie más conoce. Solo nos vamos a comunicar por aquí.

Elena tomó el teléfono. Se sintió como una espía.

—Cuídate, Elena.

—Tú también.

Subió al bus, su corazón roto. La realidad de su decisión se había vuelto fría y dura. El "sí" que había dado venía con el precio de la distancia.

DE VUELTA EN CASA

Llegó a su casa. El ambiente era tenso. Su madre no la miró. Su padre estaba en la sala, con los brazos cruzados.

—¿Dónde estabas? —preguntó su padre, su voz fría como el hielo.

—Estaba con una amiga.

—No mientas. Sé que no es cierto.

Elena se quedó sin palabras.

—Nos enteramos por Juan Pablo. Y por la madre de su novia. Dijeron que estabas en el parque. Con ese chico.

El mundo de Elena se derrumbó. Los chismorreos de la iglesia. Las redes sociales. Todo se había unido.

—¡Es un buen chico!

—Un buen chico no se mete en problemas —dijo su padre, y la decepción en su voz la hirió más que cualquier grito—. Te lo advierto, Elena. Si lo vuelves a ver, si vuelves a mentir... habrá consecuencias.

Esa noche, Elena se quedó en su habitación. No pudo dormir. Sentía el peso del mundo sobre sus hombros. La lucha por su amor no era solo de ella, era de su familia. Y eso la aterrorizó.

Al día siguiente, su teléfono vibró. Un mensaje de un número desconocido. "Te advertimos una vez. La próxima, no será un mensaje."

El mensaje era aterrador. Elena sintió que el aire le faltaba. Se aferró al teléfono que Leo le había dado. Su mano temblaba.

No. No iba a ceder.

No iba a dejar que la asustaran.

Escribió una respuesta al número desconocido.

"No me van a asustar. Y no lo voy a dejar."

Cuando terminó de escribir, un mensaje de Leo llegó.

"Te he estado llamando. ¿Estás bien?"

Elena sonrió a través de las lágrimas. Él se había dado cuenta. Su conexión era tan profunda que él sabía que algo estaba mal.

Le escribió de vuelta, explicándole todo lo que había pasado. La reacción de su familia. Las amenazas.

La respuesta de Leo fue rápida.

"Tenemos que vernos. No importa lo que digan. Tenemos que hablar."

Quedaron en verse en un parque desierto, lejos de las miradas curiosas.

El encuentro fue tenso. Se miraron, ambos sabiendo que habían cruzado una línea de no retorno.

—No debiste hacer eso —dijo Leo, su voz llena de reproche.

—No iba a dejar que te amenazaran. No iba a dejar que me asustaran.

Leo se sentó a su lado, la distancia entre ellos un muro invisible.

—Tienes que saber la verdad, Elena. La verdad completa.

Tomó un respiro profundo.

—Mi padre se metió en un lío. Un lío muy grande. Unos tipos le prestaron dinero, pero para apostar. Lo perdió todo. Y ahora nos persiguen. Me persiguen. Por eso tuve que dejar mi colegio. Por eso no puedo quedarme en un solo lugar. Estoy huyendo.

Las palabras de Leo golpearon a Elena con la fuerza de una ola. No era un problema de adolescentes. Era algo mucho más oscuro.

—¿Y ese hombre...? —preguntó ella, la voz temblando.

—Es uno de ellos. Uno de los que nos buscan. Me vio contigo y ahora sabe que tengo algo que perder. Por eso te buscaron.

El mundo de Elena se redujo a ese banco del parque.

—¿Por qué no me dijiste nada?

—¿Y qué iba a decirte? ¿"Hola, me gustas, pero si me besas nos van a matar"? —dijo, su voz rota por la frustración—. No quería arrastrarte a esto.

—Y ahora que lo sé... ¿qué vamos a hacer?

Leo la miró a los ojos. En su mirada ya no había miedo, solo una terrible tristeza.

—Sé que te pedí que te fueras. Sé que te mentí. Pero... ahora que sabes la verdad, no puedo mentirte más. Tienes que elegir. ¿Te vas a alejar o te vas a quedar?

Elena pensó en su vida perfecta. Sus clases. Sus padres. Su futuro. Todo lo que había sido planeado. Todo lo que parecía seguro.

Y pensó en Leo. En su voz, en sus ojos, en la forma en que él la hacía sentir real.

—Toda mi vida he vivido por lo que los demás quieren que sea. Me he escondido. He fingido. Pero contigo... contigo me siento como yo misma. Y no voy a renunciar a eso. No importa el precio.

Leo se quedó en silencio. Una lágrima solitaria corrió por su mejilla.

—No sabes lo que esto significa, Elena. No sabes el peligro que es.

—No me importa —dijo ella, con una determinación que la sorprendió incluso a ella misma—. No me importa si es imposible. No me importa si es peligroso. Me enamoré de ti.




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