Amor Imposible

CAPITULO 9. LA NUEVA REALIDAD

Capítulo 9. La nueva realidad

La luz de la mañana se colaba por las sucias ventanas del motel.

No era la luz brillante de su habitación.

Era una luz sucia, gris, que hacía que el polvo en el aire se viera como motas de tristeza.

Elena se despertó con el corazón en la garganta.

El recuerdo de la llamada de su madre se clavó en su mente.

La puerta de su pasado se había cerrado para siempre.

Y ahora, el único futuro que tenía era el que estaba a su lado.

Se levantó de la cama, el suelo crujiendo bajo sus pies.

Se sintió sucia, cansada.

Quería ducharse. Quería su cama. Quería su vida.

Pero su vida se había ido.

La habían dejado atrás.

Y ahora, el único futuro que tenía era el que estaba a su lado.

Leo se despertó, su voz somnolienta.

—¿Estás bien?

Ella se giró para mirarlo, las lágrimas rodando por sus mejillas.

—No. No estoy bien.

—Lo sé —dijo Leo, levantándose de la cama—. Pero no podemos quedarnos aquí.

La realidad era cruda.

El poco dinero que tenían se estaba acabando.

Necesitaban un lugar donde vivir.

Necesitaban comida.

Y necesitaban un plan.

Se vistieron con la poca ropa que tenían.

Salieron a la calle, el frío de la mañana calándoles los huesos.

La ciudad era ruidosa. Los autos pasaban a toda velocidad. Las sirenas sonaban en la distancia.

Era un mundo que ella no conocía.

Y le aterrorizó.

El miedo la consumió, un miedo tan grande que la dejó sin aliento.

Caminaron sin rumbo fijo.

Buscando trabajo.

Cualquier cosa.

Pero no fue fácil.

No tenían identificación. No tenían un currículum.

—No podemos encontrar nada —dijo Elena, su voz llena de desesperación.

—Lo sé —dijo Leo, mirando a su alrededor—. Pero no podemos rendirnos.

Finalmente, encontraron un trabajo.

En un restaurante de comida rápida.

El salario era bajo. Las horas eran largas.

Pero era algo.

Era su manera de sobrevivir.

El trabajo fue una tortura para Elena.

Estaba acostumbrada a la comodidad.

Ahora, se sentía como una extraña en su propio cuerpo.

Sus manos se sentían pegajosas. Su ropa olía a grasa.

Por las noches, volvían al motel. Cansados. Hambrientos.

Y en silencio.

El estrés de su nueva vida estaba comenzando a afectarlos.

La risa, la alegría, la magia de sus conversaciones... todo había desaparecido.

—¿Qué pasa? —preguntó Elena, una noche, mientras estaban acostados en la cama—. Ya no hablamos.

—Lo sé —dijo Leo, sin mirarla—. Estoy cansado.

Y era cierto.

Estaban cansados.

Físicamente, emocionalmente.

El peso de su decisión se sentía más pesado que nunca.

Una noche, mientras estaba en el trabajo, Elena vio a un hombre.

Un hombre con una mirada familiar.

El hombre que había visto en la cafetería.

Su corazón se detuvo.

El hombre la vio. Y le sonrió.

Una sonrisa maliciosa, llena de amenaza.

Elena sintió que el mundo se le venía encima.

Corrió.

Corrió a casa, con las lágrimas en los ojos.

Leo la vio, y su rostro se puso pálido.

—¿Qué pasa? —preguntó, su voz llena de pánico.

—Me vio —dijo ella, sollozando—. El hombre. Me vio.

Leo la abrazó, con los brazos temblando.

—Oh, no.

—Tenemos que irnos.

Y corrieron.

Corrieron hasta que sus pulmones les ardieron.

Se subieron a un tren, y se fueron.

A una nueva ciudad. A una nueva vida.

Y en ese tren, con el mundo pasando a toda velocidad, Elena se dio cuenta. Su amor no era un cuento de hadas. Era una huida. Una lucha. Una guerra.

Pero era suyo.

Y eso era todo lo que importaba.

LA PRUEBA FINAL

Pasaron los días.

Y la lucha se hizo más difícil.

No tenían dinero. No tenían un lugar a donde ir.

Estaban desesperados.

Un día, mientras estaba sentada en un banco, el teléfono de Leo sonó.

Era su padre.

—Hijo... ¿dónde estás? —preguntó su padre, su voz rota por el dolor—. Por favor, vuelve a casa.

Leo se quedó sin palabras.

—Hijo... los hombres... están buscando.

Leo colgó el teléfono.

—¿Qué pasa? —preguntó Elena, su voz llena de pánico.

—Es mi padre. Quiere que vuelva.

Elena lo miró, el corazón latiendo con fuerza.

—¿Y vas a hacerlo?

Leo se quedó en silencio.

—No lo sé.

—¿Crees que sea una trampa?

—No lo sé. Pero... si vuelvo, tal vez los deje en paz.

El corazón de Elena se detuvo.

Leo la estaba dejando.

—No... no puedes irte.

—Tengo que hacerlo, Elena. Es mi culpa que estés en esto. Tengo que arreglarlo.

—No. Por favor, no me dejes.

Leo la miró, con los ojos llenos de tristeza.

—No te estoy dejando. Solo... estoy haciendo lo correcto.

Elena se quedó sin palabras.

—Vuelve a casa, Elena. Tu familia te extraña. Tu vida te extraña.

—No. No me extraña. Mi madre me dijo que no volviera.

Leo la abrazó, con los brazos temblando.

—Lo siento mucho, Elena. Pero es lo mejor.

Se separó de ella, y comenzó a caminar.

Elena se quedó allí, en el banco, el corazón roto.

No podía creerlo.

El amor de su vida, el que la había salvado de su vida perfecta, la estaba abandonando.

—¡Leo! —gritó, su voz rota por el dolor.

Él se detuvo.

—Vete, Elena. Vuelve a casa.

—No —dijo ella, con lágrimas en los ojos—. No voy a irme. No sin ti.

Leo se giró para mirarla, con los ojos llenos de tristeza.

—No lo hagas más difícil.

—No me importa. No me voy a ir. Me quedo contigo.

Leo la miró a los ojos, con una mezcla de amor y desesperación en su rostro.

—No sabes lo que esto significa, Elena. No sabes el peligro que es.

—No me importa —dijo ella, con una determinación que la sorprendió incluso a ella misma—. No me importa si es imposible. No me importa si es peligroso. Me enamoré de ti.




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