Amor Imposible

CAPITULO 10. LA NUEVA TRAMPA

Capítulo 10: La nueva trampa

Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en un borrón de miedo y desesperación. Elena y Leo vivían en una constante huida, saltando de una ciudad a otra, de un motel barato a otro. El romance de su escape se había desvanecido por completo, reemplazado por el agotamiento y la paranoia. El dinero se acababa y la comida se volvía un lujo.

El amor que los había unido ahora se sentía como una pesada carga. Las discusiones eran constantes. Pequeñas cosas, como la última moneda que quedaba o el turno de dormir en el colchón más cómodo, se convertían en peleas monumentales. El estrés los estaba desgastando, y el silencio entre ellos era a menudo más doloroso que las palabras.

Una noche, en una ciudad al borde de la desesperación, el teléfono de Leo vibró. Era un número desconocido. Leo miró a Elena, el pánico reflejado en sus ojos. No tenían un plan.

—No contestes —susurró Elena, con el corazón latiendo con fuerza.

Pero Leo, impulsado por una mezcla de esperanza y desesperación, respondió.

—¿Hola?

La voz al otro lado era la de un hombre. Una voz que Leo reconoció al instante. No era la voz de su padre, sino la de uno de los hombres que lo perseguían.

—Hola, Leo. ¿Cómo estás? Te hemos extrañado.

La voz era tranquila y fría. No había enojo en ella, solo una certeza escalofriante.

Leo colgó el teléfono, su rostro pálido. Se sentó en la cama, con las manos temblando.

—Nos encontraron —murmuró, su voz apenas audible—. Nos encontraron.

Elena se sentó a su lado, sintiendo el pánico en su propio cuerpo.

—¿Qué hacemos ahora?

—No lo sé —respondió Leo, con los ojos llenos de miedo—. No lo sé.

La noche se convirtió en un infierno. No durmieron. Se quedaron despiertos, planeando su siguiente movimiento. No podían seguir huyendo. Ya no tenían un lugar a donde ir.

Finalmente, Leo tomó una decisión.

—Tenemos que ir a la policía.

—¿Qué? —exclamó Elena—. ¿Estás loco?

—Es la única opción. Tal vez si se dan cuenta de que nos están persiguiendo, nos ayuden.

Elena lo miró, incrédula.

—¿Y qué vas a decir? ¿Que un hombre te está persiguiendo por una deuda de tu padre? Nadie te va a creer.

—Tengo que intentarlo. Es la única manera de salir de esto.

Elena asintió, su corazón lleno de miedo. Tenía razón. Era la única opción que les quedaba.

Al día siguiente, fueron a la comisaría.

Entraron, y la mirada del policía en el mostrador los hizo sentir aún más pequeños.

—¿Qué pasa? —preguntó el policía, su voz fría y condescendiente.

—Nos están persiguiendo —dijo Leo, su voz temblando—. Unos hombres. Nos quieren matar.

El policía lo miró con escepticismo.

—¿Y por qué?

—Mi padre... mi padre les debe dinero.

El policía se rió.

—¿Y vienes aquí a contármelo? ¿Crees que somos tu banco? Vete de aquí. No tenemos tiempo para juegos de niños.

Leo se sintió humillado. Su última esperanza se había desvanecido.

Salieron de la comisaría, sintiéndose aún más solos que antes.

—Ahora qué —dijo Elena, su voz llena de desesperación.

Leo la miró, sus ojos llenos de lágrimas.

—No lo sé.

Y en ese momento, vieron a los hombres.

Los mismos hombres que los habían estado persiguiendo.

Estaban parados al otro lado de la calle, mirándolos con una sonrisa maliciosa.

El corazón de Elena se detuvo. Habían caído en una trampa.

Corrieron.

Corrieron hasta que sus pulmones les ardieron.

Se subieron a un taxi, y se fueron.

A un lugar que nadie conocía. A un lugar donde estarían a salvo.

Un lugar que era una trampa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.