Capítulo 12: El pacto
La lluvia había cesado, dejando las calles con un brillo oscuro y un aire pesado. Leo se quedó allí, en el callejón, viendo la figura de Elena desaparecer en la distancia. Su corazón se había roto en el momento en que ella le dijo que se fuera. Ella, la única persona que lo había amado por lo que era. La única persona que le había dado esperanza. Y él, en su desesperación, la había dejado ir.
Se sentó en el basura, sintiendo el frío de la noche calándole los huesos. Se sentía vacío. Sin Elena, no había un futuro. Solo la oscuridad.
El hombre se acercó a él, una sombra en la oscuridad.
—Buena decisión, chico —dijo, su voz un susurro frío—. La hiciste bien. Ahora... hablemos de negocios.
Leo no respondió. Solo miraba al frente, el dolor en su rostro tan grande que el hombre se quedó en silencio.
—La deuda de tu padre —dijo finalmente el hombre—. Te la borramos. Pero a cambio, vas a trabajar para nosotros.
Leo levantó la mirada, sus ojos llenos de rabia.
—No.
El hombre se rió. Una risa seca y sin humor.
—Claro que sí. O te quedas aquí y mueres. Y ella también.
El corazón de Leo se detuvo. Habían encontrado a Elena.
—¿Dónde está? —preguntó, su voz llena de pánico.
—Eso ya no importa. Lo que importa es lo que vas a hacer por nosotros. Y lo que vas a hacer, es conseguir la clave.
—¿Qué clave?
El hombre se acercó a él, una sonrisa maliciosa en su rostro.
—La clave para la vida perfecta de la chica. La clave para tu libertad.
Leo se quedó sin palabras.
—Vamos a hacer un trato —dijo el hombre, su voz un susurro—. Tú nos entregas la clave, y tu deuda se borra. Y te la llevas.
Leo lo miró, sus ojos llenos de desesperación.
—¿Y si no lo hago?
El hombre se rio.
—Claro que lo harás. O te quedas aquí y mueres. Y ella también.
Leo se quedó sin palabras.
—Piénsalo bien, chico. Te damos 24 horas.
El hombre se dio la vuelta y se fue, dejando a Leo solo, en medio del callejón, con el peso de la decisión en sus hombros.
Leo se levantó del suelo, con el cuerpo adolorido y el corazón roto. Sabía que no podía hacer lo que le pedían. No podía traicionar a Elena.
Pero, ¿qué otra opción tenía?
LA LUCHA
El sol se levantó, trayendo un poco de calor a la ciudad.
Pero no al corazón de Leo.
Caminó sin rumbo fijo. Por las calles, por los parques, por los callejones.
Buscando una solución. Una forma de salir de esto.
Pero no había una solución.
La deuda de su padre lo había seguido. Como una sombra.
Y ahora, había arrastrado a Elena a la oscuridad.
Se sentó en un banco en un parque. Su mente era un laberinto de miedo y desesperación.
Las palabras del hombre se repetían en su mente.
"La clave para tu libertad."
¿Qué significaba?
Recordó su primera conversación con Elena. Cuando ella le dijo que quería salir de su vida perfecta.
¿Era eso?
¿Era su vida perfecta la clave?
Se levantó del banco, con una nueva determinación en su rostro.
Sabía lo que tenía que hacer.
Tenía que encontrar a Elena.
Tenía que advertirla.
Tenía que protegerla.
Caminó por las calles, su mente era una tormenta de ideas.
El hombre le había dado 24 horas. Tenía que encontrarla antes de que fuera demasiado tarde.
Llegó a la estación de trenes. Se sentó en un banco, con el corazón en la garganta.
Miraba a cada persona que pasaba, temiendo que el hombre estuviera entre ellos.
Pero no había nadie.
Solo él.
Solo él, y su desesperación.
Finalmente, vio a una chica.
Una chica con el pelo largo y oscuro.
Se parecía a Elena.
El corazón de Leo se detuvo.
Se levantó del banco y corrió hacia ella.
—¡Elena! —gritó, su voz rota por la desesperación.
La chica se giró para mirarlo.
No era Elena.
Era una extraña.
El corazón de Leo se hundió.
Se sentó en el banco, con la cabeza gacha.
Su esperanza se había desvanecido.
Pero no se rindió.
Se levantó y comenzó a caminar.
La búsqueda continuó.
EL ENCUENTRO
Pasaron las horas.
La noche regresó.
Leo caminaba por una calle oscura, con el cuerpo adolorido y el corazón roto.
No había rastro de Elena.
Su esperanza se estaba desvaneciendo.
—¿Buscas a alguien? —dijo una voz.
Leo levantó la mirada.
El hombre de la cafetería estaba allí, con una sonrisa maliciosa en su rostro.
—No la vas a encontrar —dijo el hombre—. Ella está con nosotros.
El corazón de Leo se detuvo.
—¿Qué?
—Claro. ¿Pensaste que éramos tontos? Sabíamos que la ibas a buscar. Así que, la atrapamos.
Leo sintió que el mundo se le venía encima.
—¿Dónde está?
El hombre se rió.
—Eso ya no importa. Lo que importa es lo que vas a hacer por nosotros.
Leo lo miró, sus ojos llenos de rabia.
—No. No voy a hacer nada. No voy a traicionarla.
El hombre se rió.
—Claro que sí. O te quedas aquí y mueres. Y ella también.
Leo se quedó sin palabras.
—Tú decides. Tienes 24 horas.
El hombre se dio la vuelta y se fue, dejando a Leo solo, en medio de la oscuridad, con el peso de la decisión en sus hombros.
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Editado: 22.09.2025