Capítulo 13: El camino sin retorno
La madrugada encontró a Leo de rodillas en una acera sucia, el frío del cemento una sensación familiar. El ultimátum del hombre se sentía como una marca a fuego en su mente: 24 horas. Traicionaría a Elena para salvarla, o morirían juntos. No era una elección, era una sentencia. La desesperación le dio paso a una ira fría y peligrosa, una que no había sentido desde que se separó de la vida de su padre. Si iba a morir, no sería con las manos vacías. Si iba a traicionarla, al menos sería por una causa más grande.
Se levantó. Ya no era el chico inocente que conoció a Elena en la iglesia. La vida en la calle, la huida, la traición de su familia, lo habían forjado en algo más duro. Ahora, era un fugitivo, un criminal. Y en ese mundo, conocía a una persona que podía ayudarlo. No era un amigo, era un aliado. Un hombre que le debía un favor a su padre, un hombre que vivía en las sombras de la ciudad.
Se dirigió a un viejo barrio, donde la luz de los postes era escasa y las sombras eran largas y profundas. Buscó un lugar en particular, una vieja tienda de empeños, un lugar de negocios de dudosa reputación. La puerta estaba cerrada, pero Leo tocó tres veces, un código que su padre le había enseñado hace años.
La puerta se abrió, y un hombre alto y calvo, con una mirada cansada y una barba de tres días, se asomó.
—Leo... —dijo, su voz una mezcla de sorpresa y resignación—. Sabía que esto pasaría.
—Necesito ayuda, Marco.
Marco se hizo a un lado y lo dejó entrar. El lugar era una cueva de objetos viejos, un cementerio de sueños rotos.
—¿Qué pasa?
—Tengo un problema. La deuda de mi padre. Quieren matarnos. A mí y a mi... a mi amiga.
Marco asintió. Se sentó detrás de un escritorio de madera.
—Los conozco. Se llaman Los Lobos. Son peligrosos. Y no dejan cabos sueltos.
—Necesito que me ayudes a encontrarla. La tienen.
Marco lo miró con una mirada de desconfianza.
—¿Por qué me pides a mí? Sabes que no me meto en estos asuntos.
—Me debes un favor, Marco. Cuando mi padre te salvó la vida...
Marco suspiró. Se levantó de su silla y le sirvió un vaso de agua.
—Tú sabes el código. No me meto en sus asuntos, y ellos no se meten en los míos.
—Por favor. Es mi única esperanza. Si no me ayudas... la matarán.
Marco se quedó en silencio.
—No sé dónde está —dijo finalmente—. Pero sé quién. El hombre se llama El Cuervo. Él es su líder. Si lo encuentras, la encontrarás.
—¿Dónde lo encuentro?
—En la oscuridad. En los callejones, en los bares. En la noche. Pero ten cuidado. Es un hombre sin moral. Y sin piedad.
Leo asintió.
—Gracias.
Marco se dio la vuelta y se fue, dejando a Leo solo.
Leo se levantó de la silla, con una nueva determinación en su rostro. No iba a traicionar a Elena. Iba a salvarla. Iba a pelear por ella. Y en ese momento, una nueva realidad se hizo presente. Su amor no era un cuento de hadas. Era una guerra. Una guerra que él estaba dispuesto a ganar.
EL RUMBO HACIA EL ABISMO
La búsqueda de El Cuervo fue un viaje al infierno. Leo caminó por las calles, preguntando, buscando, con la esperanza de encontrar una pista. Pero el hombre era un fantasma, una sombra que se desvanecía en la oscuridad.
Finalmente, encontró a un hombre viejo en un bar. Un hombre que conocía a El Cuervo.
—¿Qué quieres? —preguntó el hombre, su voz un susurro—. No te metas en sus asuntos.
—Necesito encontrarlo. Es una cuestión de vida o muerte.
El hombre lo miró, sus ojos llenos de miedo.
—¿Qué te hizo?
—No me hizo nada. Pero tiene a una persona que quiero.
El hombre se rió. Una risa seca y sin humor.
—Entonces ya es tarde.
—No. Aún no.
El hombre suspiró. Se levantó de su silla y le dio un trago.
—Escúchame bien. El Cuervo es un hombre peligroso. Y si te metes con él, te va a matar.
—No me importa.
El hombre lo miró con una mirada de compasión.
—Entonces ve a la iglesia. Al campanario. Ahí está.
Leo se levantó y se fue.
Llegó a la iglesia. La misma iglesia donde conoció a Elena. El corazón le latió con fuerza.
Subió las escaleras, el sonido de sus pasos resonando en la oscuridad.
Llegó a la cima. Y allí, vio a un hombre.
Un hombre alto y delgado, con el pelo largo y oscuro. El Cuervo.
—Hola, Leo —dijo el hombre, su voz un susurro frío—. Sabía que vendrías.
Leo lo miró, sus ojos llenos de rabia.
—¿Dónde está Elena?
El Cuervo se rió. Una risa seca y sin humor.
—Eso ya no importa. Lo que importa es lo que vas a hacer.
Leo sacó el teléfono de su bolsillo.
—Tengo la clave.
El Cuervo lo miró, su sonrisa se borró de su rostro.
—¿Qué?
—La clave para tu vida perfecta.
—¿De qué hablas?
—La información. Todo lo que necesitas para tu negocio.
El Cuervo se quedó sin palabras.
—Vamos a hacer un trato —dijo Leo, su voz un susurro—. Tú me entregas a Elena. Y yo te doy la clave.
El Cuervo lo miró, su mirada llena de desconfianza.
—No te creo.
—Es la verdad. Si no me crees... solo dime dónde está..
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Editado: 22.09.2025