El dije metálico, el cual poseía un gato entre los brazos de la luna, brilló intenso ante los rayos del alba, palpando con sus dedos el lejano recuerdo de aquel obsequio. Un suspiro salió de sus labios, encontrándose acurrucada en la repisa de la ventana, y musitó su nombre.
Ethan Holmes.
Atrajo sus piernas a sus muslos y sus brazos los envolvieron, el dije colgando en su cuello comenzó a picar, llevándola a la ansiedad. ¿Y si Ethan no recordaba ya la promesa? ¿O si para el mismo no era tan importante como para Alice? ¿Y si lo reconocía e intimidaba aquellas memorias?
—¿Por qué no me amas? ¿Mm…? —susurró de manera cálida y amena, viendo la alhaja platina, algunas lágrimas corrían por su pómulo y mentón, una sutil sonrisa se posó en su rostro, aferrándose al dulce y vago recuerdo de Ethan, cuando la ignorancia de no saber que él no la amaba no se había consumado.
Las lágrimas desfavorecían su campo de visión, haciendo ver en distorsión el collar.
¿Qué debía hacer…? ¿Quién debía ser para que Ethan la amara profundamente? La impotencia la llevó al enojo; frustrada tomándose de los cabellos y halando de ellos ligeramente en desesperación, limpiándose las lágrimas que salían sin su autorización, yendo contra su autocontrol.
Bajó de la repisa de ventana, sintiendo las plantas de sus pies un frío aturdidor, enviando escalofríos alrededor de todo su cuerpo, y provocando un calambre en su pantorrilla derecha. Avanzó hacia las frazadas para meterse en ellas y que las almohadas escuchasen su llanto y deterioro al no poder expresar sus sentimientos.
Dolor, golpeó el dedo meñique contra la arista de la cama involuntariamente, provocando una furia incontrolable, y por lo tanto, un sentimiento lastimero del sufrimiento de la impotencia, como cuando todo suceso resulta siendo desfavorecedor para ti en un solo día.
—Ay~ —vociferó entre llanto y dolor. Se sentó al borde del edredón y acarició el dedo lastimado, intentando saciar la sensación tortuosa que le originaba.
Alice Wood vivía en Canadá hasta hace unos meses, debido a la sugerencia secreta de parte suya, ligado a un nombre, viajó a Estados Unidos. Allí es en donde continuaría sus estudios colegiales, el último grado cabe decir, con la excusa de visitar a sus tíos de parte paterno, su padre manejaba una de las empresas más importantes en Canadá.
Su tío Oscar trabajaba como abogado a tiempo completo, dándose salidas únicamente para ingerir alimentos, el resto del tiempo lo acababa leyendo expedientes y revisando las leyes y normas estadounidenses; y su tía Isabella, amena y sencilla, se encargaba de dar clases en los colegios estatales, era altruista, por lo que se negaba a trabajar en colegios particulares con salarios más elevados.
Ambos vivían pacífica y armoniosamente, les gustaba lo que hacían individualmente; el recurso económico era estable y suficiente como para subsistir en Estados Unidos, sin embargo, había un pequeño desajuste matrimonial.
Entre sus tíos la relación decaía con el pasar del tiempo, parecían tan abducidos en sus trabajos, que descuidaban su relación amorosa. Tal vez aún no se habían dado cuenta, pero el divorcio era la opción, por ahora, más recomendada a tomar, ninguno disfrutaba ya de pasar tiempo con su cónyuge.
Alice sentía que había llegado en un mal momento, sin embargo, su prima sacó varias sonrisas de su rostro, hizo de cada momento incómodo uno divertido y cálido.
—Aliceee… —gritó eufórica del otro lado de la puerta, tocando inconstante la madera, entre risillas y la respiración agitada, como si hubiese corrido un kilómetro para estar postrada afuera de su habitación.
—¿Qué ocurreee…? —imitó su acento yendo hacia la entrada de su dormitorio para permitirle el paso, sonrió y sintió los brazos de su prima alrededor de su cuello, empujándola al punto de retroceder y caer sobre el colchón suave y cómodo.
—¡Primer día de escuela en ESTADOS UNIDOS! —exclamó dramática, entre carcajadas cayó a lado de su prima, sostenida por el edredón, respirando inconstante. Miró el perfil de Alice y su sonrisa decayó, viéndose la preocupación en sus facciones de esta—Suelta —dijo firme y autoritaria.
Alice soltó algunas risitas y se detuvo para poder expresar lo que la atormentaba.
—Ethan Holmes —su voz salió rota y llena de emociones, como si se hubiese liberado de un gran peso en el pecho, como si decirlo a alguien fuese un analgésico.
Grace posó su mirada al techo entendiendo la situación.
—Creí que era la única con un amor imposible y tonto —el tono de voz que usó reconfortó ambas partes, dándoles una confianza mayor a la que tenían—, jodido amor —carcajeó, se levantó abrupta con una energía descomunal—. ¡Que se jodan! —le extendió su mano para que ella también se levantara, la cual Alice tomó.
—¿Qué se jodan? —espetó confundida, no sabía cómo ser tan enérgica como Grace, quien siempre parecía tener la solución a cada problema, y no miraba las derrotas sino sus victorias. Era optimista.
—Dilo —tomó el peine que se encontraba en la cómoda albina a lado de la cama, poniéndoselo como si el objeto fuese un micrófono—, ¡dilo!
—¡QUE SE JODAN! —no supo por qué pero el alivio que sintió en el pecho fue inexplicable y gratificante, luego entre risas ambas cayeron a la alfombra.
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Editado: 16.02.2021