El remolino que se había generado era muy grande. Relámpagos y luces de colores colisionaban en el cielo como si de una película de terror se tratara.
Todo esto ocurría detrás de la pirámide de Pocapet, deidad de las artes oscuras. Lugar al que el emperador había ordenado no acercarse nunca más. La hechicería era algo condenado por el pueblo maya en esa época.
Era un lugar desierto, muy poca vegetación y carente de toda vida. El lugar ideal para esconderse y hacer toda clase de actividad ilícita.
La gran bruja estaba ahí, haciendo su gran hechizo en venganza contra el pueblo que la desterró.
El mismo pueblo que la había alabado una vez, reconociéndola como una hechicera a la que todos pedían sus consejos.
Aquellos tiempos gloriosos en los que aportó su conocimiento para solucionar hambrunas y dar victorias en la guerra, aquellos tiempos de oro para ella.
Todo eso terminó cuando decidió atentar contra la hija del emperador y su prometido, el guerrero más valioso de aquel lugar.
Por alguna razón, la bruja envidiaba ese amor, era a tal grado que hacía lo imposible por separarlos. Se atrevió a dañarlos físicamente queriendo provocar su muerte. Por suerte, la valentía y habilidad del guerrero Bal, fueron suficientes para proteger a su amada y su propia vida.
Con ese fracaso, la bruja fue condenada y exiliada del imperio. Se le perdonó la vida por todos sus servicios dados.
La época de paz les orilló a preocuparse por otras cosas como la astrología y matemáticas, dejando aún lado la hechicería y las guerras, algo que ya no la hacía necesaria.
La bruja no aprovechó este acto de benevolencia y se llenó de ira ahora no solo contra la pareja si no con todos los habitantes de ese imperio.
Se aisló en los terrenos no habitados, ahí donde la naturaleza le daba su poder y desde donde podía hacer daño sin ser descubierta.
Juntó todo su rencor para ese día, fecha muy importante pues todos los astros y la luna, dieron una energía especial gracias a su ubicación. Este poder fue usado por la bruja para llevar a cabo la mayor de las maldiciones. Esta consistió en encerrar los espíritus de la pareja en su amuleto, uno que era usado para el amor. Ahí selló su relación y los maldijo para que ni en esa vida ni en las siguientes por venir, pudieran estar juntos, condenandolos a la soledad y el desamor.
Sus espíritus tuvieron que separase muy pronto, no pudieron disfrutar de su amor pues la muerte les llegó a muy temprana edad. De inmediato los espíritus fueron condenanos gracias al plan de la bruja.
—¡Me vengaré de todos ellos!—Gritaba la bruja mientras alineaba todos sus instrumentos para el ritual. —¡Pagarán por lo que me hicieron!
La pirámide se estaba tiñendo de un color rojo oscuro. Era la sangre de una deidad que ocupó para aquel ritual infernal, este se alimentaba de su venganza y odio.
—¿Qué hago aquí?, ¿otra vez estás visiones?—Berenice había aparecido en ese justo momento, un recuerdo del pasado en el que pudo presenciar a la bruja y la maldición que lanzó.—Esto es más raro que las veces anteriores. A ella no la conozco, se ve bastante molesta.
—¡Espíritus infernales, hagan acto de presencia y prestenme su poder!—Seguía gritando desde lo alto de la pirámide de piedra.—¡La justicia debe caer sobre mí, destruyamos a este pueblo!
Las energías parecían hacerle caso, se reunieron muchas de ellas alrededor suyo. Parecían entenderle y estar de acuerdo con ella.
—¿Quieren un pago? —Preguntó ella tras escuchar los susurros de esos espíritus.—Les daré las almas de todos los que matemos y si eso no es suficiente, hago un pacto con ustedes. Tendrán mi cuerpo, mi alma, mi energía, todo de mí.
Los vientos se calmaron instantáneamente. Parecía que los espíritus se habían ido de ahí al reaccionar a sus palabras.
La bruja se quedó pensativa, al no verlos, no supo interpretar su respuesta.
—¿Pero qué está haciendo esa mujer?—Se preguntaba Berenice quien estaba a una distancia considerable pero apta para poder ver todo. Ella no se quiso mover de ahí, la precaución se apoderó de su ser.—Esto me está dando miedo. Quiero despertar, no quiero estar aquí.
El pánico y la desesperación se estaban apoderando de ella. No era para menos pues la energía que se sentía, sumada a la bruja y sus gritos, más el escenario tan tétrico, daban mucho temor.
Berenice estaba levitando, no podía moverse a voluntad. Era como si un fuerte viento luchara contra ella impidiéndole que avanzará hacia donde ella quería. Estaba obligada a estar ahí para presenciar todo eso y acercarse más.
Con el esfuerzo en moverse, generó una brisa que movió las cosas debajo de ella. Polvo, piedras y algunos cráneos de animales y humanos siguieron el movimiento. Al mirar debajo no pudo evitar gritar al ver esos huesos. Aunque no los tocaba, estar cerca de ellos le daba incomodidad.
La tierra comenzaba a moverse con más fuerza debido a que Berenice hacía más presión para irse de ahí. Ese viento comenzó a ser visible para la bruja quien creyó que los espíritus habían regresado para responder.
—¡Acepten este trato y seré su fiel sirviente!—Continuaba dirigiendose ahora hacía la ubicación de Berenice quien de inmediato se dió cuenta y dejó de luchar, se había quedado muy sorprendida. —Se que están ahí. ¿Acaso me están marcando ese lugar?, ¿es una señal?
Pero no hubo respuesta, simplemente el viento se detuvo pues ahora Berenice no se movía aunque seguía aterrada. La pesadez en su cuerpo era muy notoria, como cuando deseas despertar o moverte después de un pesado descanso. Era como si su cabeza no estuviera lista para todo eso.
De pronto, la tormenta tomó más fuerza, su ruido regresó así como las chispas y los colores. Un fuerte viento recorrió el lugar nuevamente pero esta vez no lo provocó ella si no los espíritus que comenzaban a moverse por ahí nuevamente aunque mucho más inquietos que antes.