El humo aún flotaba en el aire cuando el amanecer cubrió el cielo de tonos rosados. La aldea estaba devastada, pero la gente trabajaba incansablemente para apagar los últimos focos de fuego y recuperar lo que quedaba de sus hogares. Eleanor, con la ropa manchada de hollín y el cabello revuelto, se encontraba junto a Fiona, ayudando a los aldeanos a repartir mantas y comida caliente.
—No puedo creer lo que ha pasado… —susurró Fiona, observando los restos de la aldea—. ¿Quién haría algo así?
Eleanor frunció el ceño. Desde que el incendio había comenzado, algo no encajaba en su mente. No había señales de que hubiera sido un accidente.
—Eso mismo me pregunto yo —respondió, con la mirada perdida en las cenizas.
En ese momento, Duncan regresó de su inspección junto a algunos de sus hombres. Su expresión era de un hombre abatido, y melancólico, y cuando sus ojos se encontraron con los de Eleanor, ella supo que tenía malas noticias.
—Ha sido intencional —dijo él, sin rodeos.
Fiona resoplo, llevándose una mano a la boca. Eleanor sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó ella.
—Encontramos antorchas cerca de las casas incendiadas, algunas aún con restos de aceite. No hay duda de que alguien lo hizo a propósito.
Eleanor sintió que la ira le subía por todo su cuerpo. ¿Quién querría hacer daño a la aldea? ¿Y con qué propósito?
—Esto no es solo un ataque contra la aldea —dijo Duncan, con la mandíbula tensa—. Es un mensaje.
—¿Un mensaje para quién? —preguntó Fiona con voz temblorosa.
Duncan miró directamente a Eleanor.
—Para mí.
Un silencio tenso cayó sobre ellos. Eleanor sintió que el corazón le latía con fuerza.
—¿Por qué crees eso? —susurró ella.
Duncan inspiró hondo antes de responder.
—Porque encontré esto.
Sacó de su cinturón un pedazo de pergamino ennegrecido por el humo. Eleanor lo tomó con manos temblorosas y leyó las palabras garabateadas con tinta oscura:
"No olvides a quién pertenecen realmente estas tierras, Fraser. No te atrevas a desafiarnos."
Eleanor sintió que su estómago se revolvía.
—¿Quién podría haber escrito esto?
—Tengo mis sospechas —murmuró Duncan, con furia—. El clan Macdougall.
Fiona se cubrió la boca, asustada. Eleanor sintió rabia y miedo al mismo tiempo.
—¿Crees que esto tenga que ver con mi compromiso con Laird Macdougall? —preguntó ella, recordando que su familia la había obligado a aceptar ese matrimonio.
—No lo sé —respondió Duncan—. Pero lo averiguaré.
Un silencio cayó entre ellos, roto solo por el murmullo de los aldeanos y el olor de la madera aún humeante.
Eleanor miró a Duncan. Su mandíbula estaba apretada, sus ojos centelleaban furia .. En ese momento, se dio cuenta...
Duncan no solo estaba furioso por el ataque a la aldea. Estaba furioso porque ella estaba en peligro.
Y eso, de alguna manera, la hizo sentirse más segura que nunca.
—No dejaré que te obliguen a nada que no quieras, Eleanor —dijo él, con voz grave—. No mientras yo esté aquí.
Eleanor sintió que su corazón se aceleraba.
Un jinete apareció en la distancia, cabalgando a toda velocidad hacia ellos.
—¡Mensaje para Laird Fraser! —gritó el hombre cuando se acercó.
Duncan dio un paso adelante y tomó la carta que el jinete le entregó. Rompió el sello y sus ojos recorrieron rápidamente las palabras escritas.
Su expresión se volvió de piedra.
—¿Qué dice? —preguntó Eleanor, con un nudo en la garganta.
Duncan levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de ella.
—El Laird Macdougall ha pedido una reunión inmediata. Quiere verte, Eleanor.
El silencio que siguió fue aún más aterrador que el mensaje.
Eleanor supo que su destino estaba a punto de cambiar para siempre.
Editado: 10.02.2025