Amor sincero.

Capítulo 1: La pequeña Andrea.

Dante

Mi mirada se dirige hasta el reloj que cuelga de una de las paredes de mi oficina, y sonrío al darme cuenta de que es la hora en la que siempre me la encuentro... Puedo parecer un acosador, pero en mi defensa esa niña, me intriga, y eso me tiene desconcertado, ya que después de lo que pasó hace años no me he fijado en nada que no tenga que ver con mis hermanos y el trabajo. Pero todo eso cambio, aquella mañana cuando iba pasando por ese café y vi esa cabellera rubia, quede hipnotizado sin siquiera verla a los ojos, era la criatura más hermosa que había visto en mi vida, pero algo me impedía acercarme... Si soy un maldito cobarde, pero no puedo llegar diciendo "Hola, ¿Cómo estás? Soy el chico que te acosa.

Sí, es verdad que ya se todo sobre ella, eso es lo bueno de tener dinero aunque eso tampoco nos salva del dolor.

Bueno, volviendo al tema principal, me levanto de la silla para agarrar mi celular que está sobre el escritorio, y sin nada más comienzo a caminar hacia la puerta para salir de allí, para ir a ver a mi stellina.

Andrea Lombardi, me tiene a sus pies sin siquiera saberlo, y es mejor así, deseo conocerla, pero para eso debo dejar de lado tantas cosas.

Me despido de los empleados de la compañía con un asentimiento... No es que me desagrade el trabajo, pero no creo que haya sido lo mejor recibir la presidencia tan joven, en fin los imprevistos de la vida.

Camino un poco rápido, y una vez llegó a la salida me encamino hacia la cafetería del frente, hoy entraré a pedir algo... Y así podré estar más cerca.

En cuanto abro la puerta el olor a café inunda mis fosas nasales, y quedó idiotizado unos segundos al ver a esa belleza, ella se ve tan perfecta con su largo cabello rubio, su mirada en el libro, deseo ver sus ojos azules, aún no he tenido la oportunidad de hacerlo, solo la he visto en fotos, porque no me ha regalado la dicha de verla a la cara.

—¿Desea pedir algo, Señor? —pregunta una muchacha haciendo que vuelva a la realidad, y agradezco a Dios que nadie se haya dado cuenta de mi imprudencia.

—Sí, quiero un capuchino —termino pidiendo lo primero que se me cruza por la cabeza para después encaminarme a una de las mesas que están al fondo y de la cual tendré una buena vista de la pequeña Andrea.

Cuando tomo asiento comienzo mi inspección, su ropa me sigue intrigando, ¿cómo siendo tan hermosa se esconde bajo esa ropa gigante? ¿Acaso no tiene amigos y por eso siempre está sola?

Son muchas las preguntas que tengo y ninguna respuesta... Me concentro tanto en contemplarla que casi caigo de la silla cuando sus hipnotizantes ojos azules me observan durante unos segundos para después volver a agachar su cabeza.

¡Dios, me ha descubierto!

Durante lo que dura mi desayuno me aliento a mí mismo para hablarle y después de tanto pensarlo me levanto para caminar hacia donde se encuentra, es ahora o nunca.

Cuando llego a su lado, ella sigue absorta en su lectura, y por lo mismo no depara en mi presencia.

—Buenos días, ¿puedo sentarme? —pregunto ocultando mi nerviosismo, ¿quién diría que me pondría así por una chica?

—Yo... ya me iba —dice apresuradamente al tiempo que se levanta como un resorte, tirando su jugo en el proceso —. Lo... lamento, lo limpiaré —susurra apenada.

—Tranquila, te ayudo —le resto importancia agarrando unas servilletas para seguidamente agacharme y comenzar a limpiar, y mis ojos observan que como era de esperarse el vaso se ha roto.

—Me tendrá que pagar el vaso que ha roto —le dice un hombre que supongo es el encargado, veo como la pone nerviosa y esa es mi señal para intervenir.

—Ponlo a mi cuenta —pido y al parecer él si me conoce porque su rostro luce desencajado, y se retira apurado —. Inepto —digo entre dientes.

—No debió hacerlo, puedo pagarlo... Es solo que... —habla atropelladamente y comienzo a hacerme la idea de que suele hablar así todo el tiempo.

—No es un problema para mí, Stellina —respondo haciendo que ella abra los ojos como plato ante mi apodo y estoy a nada de reírme, pero me controlo para no asustarla.

—¿Cómo...me ha llamado? —pregunta con una pizca de furia, pero para mí solo la hace ver más tierna de lo que ya es.

—Stellina —susurro perdiendo el miedo, porque sé muy bien que ella es la indicada aunque aún no lo sepa.

—Yo... Debo irme, hasta luego —responde con voz temerosa.

—Dante Ferrara —me presento pasándole mi mano en forma de saludo, ella me mira como si no creyera lo que sus ojos ven.

—Yo... soy Andrea Lombardi —susurra incómoda mientras aprieta ansiosa su buzo.

—Mucho gusto, Andrea, tienes un bonito nombre — bajando mi mano al no recibir su saludo, y sintiéndome un idiota al no saber que decir.

—Me iré... Adiós —se despide después de mirarnos fijamente durante unos minutos.

—Claro, nos veremos pronto —afirmo y está asiente perdida en sus pensamientos para seguidamente agarrar su libro y prácticamente salir corriendo por las puertas de la cafetería ¿Qué secreto escondes, Andrea?

                                                                                ⭐️⭐️⭐️

—Por favor, di que sí —vuelve a insistir Pía, mi hermana pequeña, a lo que vuelvo a negar con cansancio.

—He dicho que no, ni siquiera conozco a esa amiga tuya —digo serio.

—Déjala ir, no puedes encerrarnos toda la vida por tus miedos, Dante —contrataca Donato, mi otro hermano.

—Ya he dicho que no, y es no, ahora vayan a sus habitaciones —digo perdiendo la paciencia.

—Bien, solo no te enojes si me escapo —amenaza Pía para darse la vuelta y salir de mi oficina.

—No eres nuestro padre —me recuerda Donato entre dientes.

—No, no lo soy y nunca podré ser como el, pero le prometí que me haría cargo de ustedes y los haría personas de bien, así que ahórrame problemas —respondo enojado porque hablar de nuestro padre, es algo que a pesar de los años no supero.




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