Andrea
—Les presento a una de las mejores nutricionistas que tenemos en el país —nos comenta el doctor que me atendió hace unos días.
—Buenas tardes —susurro agachando mi cabeza avergonzada por las miradas de los médicos.
—Buenas tardes, Dante Ferrara —se presenta apretando el agarre de nuestras manos, y es que desde que hemos entrado al consultorio no me ha soltado la mano y se lo agradezco.
—Mucho gusto a ambos. El doctor Marques, me ha comentado la situación de la señorita, y también he visto los estudios que te hicieron hace unos días, bueno efectivamente estamos hablando de una bulimia nerviosa, y por los antecedentes en tu cuerpo puedo asegurar que esto viene de años —explica provocando que me tense, y es que no es fácil asimilar lo que me está diciendo, tengo una mezcla de vergüenza y miedo —¿Alguna vez has terminado en el hospital por esto? —me pregunta la nutricionista.
—Yo... si, cuando tenía 15 años —confieso ansiosa.
—Bien, esto es complicado, eres muy joven y te será difícil aceptarlo, pero estamos para ayudarte y déjame decirte que este muchachito ya ha hecho por ti más de lo que alguien haría —me dice guiñándome un ojo —. Bueno, necesito que me cuentes sobre algunas cosas que sientes y te parecen raras —me pide dejándome desconcertada.
—No sé a qué se refiere —respondo confundida.
—Sí lo sabes, tomate tú tiempo y piensa —vuelve a pedir.
—La comida, es que no puedo controlarme, devoro todo y ... luego viene culpa... y —les cuento mientras mi ojos conectan con los de mi salvador, él me sostiene la mirada demostrándome su apoyo.
—¿Y? ¿Qué haces al sentir esa culpa? —escucho que pregunta la nutricionista.
—Yo, vómito, lo hago para sacar toda esa grasa que he ingerido, y ... y para sentirme mejor, pero no es suficiente, nunca lo es, estoy gorda, cada cosa que como me engorda, y ni siquiera los ejercicios sirven, nada, porque soy una maldita puerca... Sí, eso soy, ellos lo dicen, lo repiten todos los días —concluyo mientras siento las lágrimas correr por mis mejillas, todo esto sucede sin que haya apartado mi mirada de él, sino no hubiese podido hacerlo. Él no me mira con lastima ni asco, por su mirada pasa un abismo de impotencia y tristeza.
—¿Quiénes son ellos, pequeña? —pregunta, pero no sé quién lo hace, para este momento estoy perdida en mi dolor.
—Mi madre, ... Elliot, Zinerva, todos, todos ellos lo repiten cada día —respondo sintiendo enojo de solo recordarlos.
—Bien, creo que es suficiente por hoy —dicen —. Solo debes saber que saldrás de esta Andrea, y que esas personas que nombraste no son más que personas sin escrúpulos, personas que intentan que seas vulnerable para lograr sus cometidos —habla el doctor.
—¿Qué se recomienda? —pregunta Dante rompiendo nuestro contacto visual, pero sin soltar mi mano.
—Por el momento, necesitará ayuda psicológica, y alguien que la controle para que evite seguir haciéndose daño. Por lo visto no se lleva bien con su familia, pero necesitamos un adulto responsable, ella aún es menor y podríamos tener problemas legales —le explica mientras yo busco la manera de huir de allí, pensé que tendría su ayuda, pero sin un tutor no lo harán y pues no le intereso a ninguno de mis padres así que...
—Ustedes encárguense de su salud, y yo me encargo del resto. Si era todo, nos vamos —les responde al tiempo que se levanta y me invita a hacerlo con una sonrisa, imito su acción y me levanto para quedar a su altura, el lleva sus dedos hasta mi rostro y limpia los restos de mis lágrimas para después darme un abrazo que necesitaba, ni siquiera le importa si nos están viendo —. Todo estará bien, mi stellina —susurra con voz suave, pero parece afectado por la situación.
—Nunca me dejes —suplico sin pensarlo.
—Jamás lo haría. Ya no podría imaginar un mañana sin mi ángel —asegura provocando que mi corazón se acelere.
—¿Tú ángel? —pregunto separándome un poco de él para observarlo a esos ojos que me trasmite tranquilidad y confianza.
—Sí, eres mi ángel —afirma —. Iremos a casa y veremos una película, y pues tendremos que soportar a los intensos de mis hermanos, Es un buen plan ¿no crees? —pregunta sarcásticamente logrando que me ría como nunca lo he hecho, él se queda paralizado ante mí gesto, ¿se habrá enojado?
—¿Te enfadaste? —pregunto temerosa a lo que él niega sonriente.
—Nada de eso, solo estaba guardando en mi memoria la hermosa melodía de tu risa —explica con serenidad, ¿cómo puede decir esas cosas y esperar a que no me afecte? Me he puesto roja como un tomate por sus palabras.
—Debemos irnos, tus hermanos deben estar preocupados —digo tratando de huir de la situación, el no rezonga solo asiente para después separarnos y con nuestras manos entrelazadas salir del consultorio. Tal parece que los médicos se han ido. Cuando vamos caminando por los pasillos varias miradas se concentran en nosotros por lo que me acerco más al cuerpo de Dante para evitar esas miradas, él se da cuenta de mi incomodidad por lo que suelta mi mano para colocar su brazo alrededor de mis hombros y abrazarme a él. Cuando llegamos al auto el me abre la puerta del copiloto y me ayuda a subir, para luego hacerlo él.
¿Cómo aceptar que estoy enferma? ¿Cómo hacerlo si cuando me miro en un espejo me veo obesa? ¿Cómo si cada día siento que estoy más hundida?
—Hemos llegado, Andrea —su voz me trae de vuelta a la realidad.
—Yo... estaba pensando, lo lamento —susurro apenada.
—No es nada, stellina —asegura saliendo del auto —. Ahora entremos —pide ayudándome a bajar.
Nos encaminamos hacia la entrada, el saca una llave de su bolsillo y abre la puerta, se corre para que pase y después hacerlo él.
—¿Tienes hambre? —pregunta atento.
—Sí, pero... yo no quiero —respondo entrecortadamente.
—Comerás, y si sucede estaré ahí para apoyarte, no estás sola en esto y es hora sé que lo vayas asimilando —me dice mientras camina hacia el living, lo sigo sin saber que hacer —. Así que aquí estaban —les habla entrando al lugar y encontrándose con sus hermanos.