Andrea
Salgo de la casa de mi hermano enojada, no se cómo puede desconfiar de su esposa y madre de su hijo. Ni siquiera conoce el país, ni el idioma, y ahora anda sola por ahí. Debo buscarla, lo haré, claro que lo haré.
Camino mientras saco mi celular para llamar a Dante, él de seguro me ayudara. Cuando estoy por marcar su número una mano me arrebata el celular al mismo tiempo que Lorenza me agarra de mis cabellos provocando que un quejido salga de mis labios, me han agarrado desprevenida.
—Suéltenme, o gritaré hasta que Aless se dé cuenta —amenazo forcejeando.
—Aless, es tan ingenuo que nunca se da cuenta de lo que en realidad sucede a su alrededor, y me encargaré de que tú no te entrometas en nuestros planes —dice mirándome con desprecio.
—Déjame —ordeno al tiempo que logro liberarme, pero esto no dura mucho ya que Elliot aparece en mi campo de visión, y sin darme tiempo a procesar me alza como costal de papas y comienza a caminar conmigo a cuesta hacia su camioneta. Lo golpeo, grito, miro hacia todos lados buscando a alguien que me ayude, pero nada. Ya estamos bastante alejados de la casa de mi hermano.
—Deja el berrinche, diavolo monello (mocosa del demonio) —dice Lorenza entre dientes.
—¿Qué me harán? —pregunto con temor.
—Te cerraremos la boca —dice el imbécil de Elliot —. ¿Estabas por llamar a tu Romeo? —cuestiona con burla e inmediatamente mi cuerpo se tensa, ellos lo saben todo —. Dante Ferrara, anda detrás de ti, pero estamos claro que solo es por caridad, nadie se fijaría en una gorda como tú —me insulta al tiempo que me lanza en los asientos traseros del auto.
—Te conviene mantenerte callada, sino quieres que los hermanitos Ferrara paguen las consecuencias —me amenaza Lorenza al tiempo que me lanza fotos, de cada uno de sus movimientos, de los míos. Nos estuvo siguiendo.
¿Ahora que haré?
—¡No te metas con ellos! —le grito rompiendo las fotos, el auto se pone en marcha y sé que nada bueno me espera —. No con ellos —susurro llorosa, justo que hay personas a las que no le parezco un bicho raro, aparece Lorenza a arruinarlo todo.
—Eres tan estúpida, que creíste todo sería diferente, pensaste que serían tu salvación, pero mientras yo viva no te dejaré ser feliz —dice mirándome con odio.
—¡Te odio, ojalá me hubiese muerto al nacer! —grito golpeando la ventana.
—Y yo sería la más feliz, pero es lo que hay, Andrea —asegura burlándose de mí situación —. Ahora si te interesan tanto, dejaras de verlos, o los acabaré y sabes que soy capaz, ... Si pude quitarme de encima a la zorra de Isabelle, que no puedo hacer —dice mientras se estira y le da un asqueroso beso a su amante, desvío mi mirada de esa escena.
—No te atrevas a acercarte a ellos o me conocerás —advierto agarrándome de las pocas fuerzas que me quedan —. No te permitiré acabar con lo que me hace feliz, y si no quieres que Aless, se entere de tu infidelidad no me joderás la existencia —digo al tiempo que abro la puerta y me lanzo sin pensarlo.
Cubro mi rostro con ambas manos, el cemento hace contacto con mi cuerpo, de seguro tendré algunos raspones, pero prefiero eso antes que estar con esos monstros. Cuando mi visión se aclara me levanto con cuidado y comienzo a caminar por la vereda, las personas me observan como si me hubiese vuelto loca, pero no se acercan a preguntar si necesito ayuda ni nada.
No sé dónde me encuentro, y tampoco tengo mi teléfono, el maldito de Elliot me lo quito.
Me duele un poco la cabeza, y recién me pongo a pensar que es una locura lo que he hecho, que si hubiese pasado un auto me hubiese atropellado, o me pude haber golpeado la cabeza. A veces me doy miedo, y es que soy muy impulsiva.
Cuando mis ojos caen en un teléfono público, suspiro con un poco de alivio, y agradezco que siempre traigo monedas en mi campera. Al parecer los desgraciados decidieron dejarme en paz, al menos por un tiempo. Me acerco al lugar, y me quedo esperando a que salga la señora que está hablando por teléfono.
Después de varios minutos, la señora se va y yo agarro el aparato para seguidamente poner la moneda, primero marco el número de Aless, quiero decirle lo que mi madre ha dicho, y desenmascararla de una vez por todas. Pasa el primer tono, el segundo, y en el tercero, pero nuca contesta... No lo hace, ¿Por qué nunca está cuando lo necesito? ¿Por qué me tiene que pasar todo esto a mí?
Vuelvo a poner otra moneda, pero está vez marco el número de Dante, y vaya sorpresa responde al instante.
—Dante —susurro con la voz rota.
—¡Oh, gracias a Dios! Te estuve llamando y no me contestabas, estaba muy preocupado, stellina —habla y sé que es verdad ya que en su voz puedo notar la preocupación —. ¿Por qué llamas de este número? —pregunta mientras escucho su respiración agitada.
¿Acaso está corriendo?
—Dante, yo... ¿puedes venir a buscarme? No, no sé en dónde estoy, y está muy oscuro, y ... —su voz me interrumpe.
—Tranquila, pequeña. Iré cuánto antes solo no cuelgues la llamada, ¿aún llevas contigo el dije que te regale? —pregunta con voz suave.
—Sí, pero ¿qué tiene que ver? —cuestiono confundida, es una cadenita con un dije de un libro que me regaló hace unos días.
—No te enfades, ¿Sí?... Puede que te haya puesto un rastreador, pero no podía arriesgarme a qué algo te sucediera y no pudiera ayudarte —confiesa, y lo más raro es que no me siento enojada, por el contrario, me gusta que se preocupe por mí.
—No estoy enfadada —susurro recostándome por la pared más cercana sin colgar la llamada.
—Estoy yendo, stellina. Te prometo que no volverás a pasar por algo así —asegura y puedo escuchar como pone en marcha el auto —. ¿Sigues ahí, cariño? —pregunta después de varios minutos en silencio.
—Sí, solo estoy cansada, Dan. Siento que me ahogo, me duele el corazón, y ... y una parte de mi dice que ya no puedo más, ya no quiero luchar, ¿qué hice para merecer esto? ¿Por qué a nadie de mi familia le importo? —pregunto deslizándome hasta el suelo.