Los días pasaron y pronto iniciamos la segunda semana de clases.
Entonces el profesor nos dijo que visitaríamos a alguien. Él no especificó a quién visitaríamos, solo nos pidió que utilizáramos parte del dinero que habíamos llevado para comprar algo.
— Compañera, ¿acaso no tienes dinero? —preguntó Ettore, ya que, a diferencia del resto, yo no había ido a la tienda que estaba frente al instituto.
El día anterior, el profesor, al ver que solo quedábamos veinte alumnos, formó grupos de dos. Tal vez por cosas del destino, Ettore terminó siendo mi compañero.
— ¿Te burlarás de mí?
— ¿Por qué haría algo así? —él metió su mano en el bolsillo de su pantalón y sacó un billete— ¿Sabes algo? Hoy no pensaba traer dinero, pero, en el último minuto tomé este billete ¿Te parece si lo compartimos?
— Agradezco tu buena intención, pero —señalé el billete—, ¿sabes que ese es un billete de dos mil? Con suerte podrías comprar una bolsa del pan más barato.
— Entonces tómalo tú.
— ¿Y qué llevarás tú?
— Hace tiempo entendí que hay cosas que el dinero no puede comprar —sonrió—. Haré una canción y la cantaré frente a la persona a la que visitaremos.
— Está bien. Yo compraré algo y tú escribirás una canción.
— Bien, ve por esa bolsa de pan.
Desafortunadamente la mitad de la clase compró pan, debido a eso, elegí otro producto. Después regresé y, un par de minutos más tarde, iniciamos nuestro recorrido.
Caminamos durante veinte minutos, entonces nos detuvimos, justo frente a una casa que tenía las paredes y el techo gris. Y no, no hablo de pintura gris, tal color se debía a la antigüedad de la casa.
— Profesor, ¿quién vive aquí? —pregunté.
— Pronto lo sabrás —respondió al mismo tiempo que daba un par de golpes en la puerta.
— ¿Me dirás por qué compraste mangos? —susurró Ettore en mi oído— ¿Olvidaste que son ácidos cuando están verdes?
— Lo dulce y lo ácido a veces combinan —sonreí— ¿Dónde está tu canción?
— Yo —rascó su cabeza—.... No tenía inspiración.
— Eso pensé. Creo que tendrás que improvisar.
No seguí hablando, ya que, la puerta fue abierta y entonces un niño dejó ver su rostro.
— ¡Profesor! —exclamó y después se abalanzó sobre él.
Para sorpresa de todos, el profesor cargó al niño y empezó a dar vueltas. Después lo bajó.
— La abuela se pondrá feliz —el niño nos miró— ¿Ellos vienen con usted?
— Sí, son mis alumnos.
— ¿También les enseña a cantar? ¡Genial!
El niño nos dejó entrar y posteriormente cerró la puerta.
— ¡Proshor! —exclamó una niña.
Entonces todos vimos a la pequeña que estaba en los brazos de una anciana. El profesor se encargó de presentarnos a esas tres personas y posteriormente mis compañeros entregaron lo que compraron.
— La abuela no puede comer pan. A mí no me gusta y Kelly tampoco come ¡Oh sí! Pan para los gatos —expresó el niño.
— ¡Jorge! —regañó la anciana y después nos miró— Disculpen al niño, es pequeño y no sabe lo que dice.
— Por fortuna no compraste pan —susurró Ettore en mi oído.
— ¿Eso es mango? —preguntó el niño y yo asentí— Yo quiero.
— ¡Yo tañén! —gritó la pequeña y yo miré a la señora.
— ¿Me presta su cocina?
— Vamos, te llevaré.
La anciana me llevó a su cocina. Entonces yo me encargué de lavar, pelar y posteriormente picar los mangos. Por suerte uno de mis compañeros había comprado azúcar y yo tomé un poco para echarle a los mangos picados.
— ¿Ya? —preguntó el pequeño quien había estado viendo lo que hacía.
— Sí pequeño. Dime, ¿realmente Kelly come mango?
— Sí y la abuela también.
— ¿De verdad?
— Sí, todos aquí siempre hemos comido saludable. El profesor le da dinero a la abuela cada vez que viene —explicó—. Él es bueno y me regaló una guitarra.
— ¿Tienes guitarra? —Jorge asintió— Quieres prestármela?
— Sí, pero ya dame mango.
Yo tomé tres platos plásticos y eché mango en ellos, después le entregué uno al niño y posteriormente salí para entregarle un plato a la anciana y otro a la pequeña.
Pasar la mañana en aquella casa fue agradable. Juanita nos contó anécdotas y así terminamos conociendo un poco más acerca de aquella familia.
Ettore y yo cantamos. Yo era la voz principal y él, además de tocar la guitarra de Jorge, se me unía en los coros. Después el profesor le quitó la guitarra y nos pidió que cantáramos el camino de la vida.
Ettore y yo obedecimos.
De prisa como el viento van pasando
Los dias y las noches de la infancia
Un ángel nos depara sus cuidados
Mientras sus manos tejen las distancias